Les contaré una historia, esta historia me la hizo un amigo hace algún tiempo, y ahora quiero hacértela a ti amigo mío. Trata sobre un joven llamado Andy José Estrella Rodríguez, era un amante de la música y con un futuro prometedor en ella, se podría decir. A los once años aprendió a tocar la guitarra, fue un amigo de su padre quien le enseñó. A los trece años descubrió que tenía el don innato del canto, y a partir de los quince, comenzó a componer sus propias canciones en su tiempo libre.
Para el año 1996, los padres de Andy junto a él, se mudaron a Ciudad Chaqueta debido a que la madre de Andy, llamada Margarita Rodríguez, había sido transferida para dar clases en la escuela primaria de la ciudad. Ellos alquilaron una pequeña casa donde antes vivía una madre soltera con su hijo adolescente con acento español. Aunque Rafael Estrella (el padre de Andy) un policía retirado, no le gustaba mucho la idea de mudarse, poco tiempo después pareció eclipsarse por los encantos de la ciudad, entre ellos una morena llamada Priscila.
Luego de acordar el contrato de alquiler con la dueña de la casa, los Estrella comenzaron a acomodar sus pertenencias. Aunque eran solo tres, aún conservaban el comedor de seis sillas, pues originariamente eran una familia de seis. Andy era el menor de los hijos, luego le seguían las mellizas y su hermano mayor Antonio, con quien su padre le comparaba siempre que hacía algo mal.
Antonio era graduado de administración, había hecho dos diplomados y aunque vivía en Holanda, se había casado con una hermosa chica rusa. Las mellizas llamadas Rosa María y María Rosa, habían estudiado psicología y educación respectivamente, Rosa María se había casado con un adinerado hombre mayor, y al igual que Antonio también vivía en el extranjero, mientras que María Rosa se había ido recientemente de la casa, ya que se había casado con un antiguo compañero de clases. De los cuatro hermanos Andy era el único que aún vivía en casa de sus padres, a pesar de los veintidós años que tenía.
Andy se había graduado de bachillerato a los diecinueve, y estos últimos tres años lo había estado dedicando a perfeccionar su música y las letras de sus canciones. Él pensaba seriamente en no querer ir a la universidad, sino en dedicarse completamente en la música. A Rafael y a Margarita no les agradaba mucho esa idea, pero más a Rafael quien siempre maldecía el día en que abrió la puerta de su casa a su amigo Pepe, quien le entró todas estas estupideces de la música en la cabeza de su hijo.
Un miércoles en la noche, mientras cenaban plátanos con chuleta guisada y jugo de guanábana, la familia Estrella comenzó a conversar:
— ¿Ya lo pensaste bien hijo? —preguntó el señor Estrella.
— Sí, papá —respondió con seguridad Andy, sabiendo a qué se refería su padre.
—Me alegra escuchar eso Andy —expresó Margarita.
—Me dedicaré a la música —dijo Andy.
—Te has vuelto loco —expresó con voz enojada Rafael.
— ¡Cálmate Rafael!—dijo con voz firme Margarita, mientras intentaba tranquilizar a su esposo.
—Eres un malagradecido, hemos invertido tanto en ti, y ahora nos sales con esto. La música no tiene futuro, cuando veas la realidad de cómo es ese mundo, será muy tarde. Todos mis hijos son profesionales…—expresaba con ira Rafael.
—Uno que no lo sea, no te hará falta —dijo Andy.
—Pues si así serán las cosas, te vas de mi casa —dijo Rafael con voz autoritaria.
—Pues comenzaré a empacar —expresó Andy con voz decidida.
—Andy por Dios —dijo con voz quebrantada Margarita, mientras le tomaba por el brazo para detenerlo.
—Lo siento mamá —dijo Andy, dirigiéndose a su habitación.
—Déjalo que se vaya, tú nunca debiste haberle comprado esa guitarra… —decía Rafael.
Andy fue a su habitación, preparó una mochila con algo de ropa, tomó su guitarra y su cuaderno de música y salió de la casa sin despedirse, mientras aún escuchaba a sus padres discutir. Los padres de Andy no eran malas personas, simplemente tenían pensamientos distintos a los de su hijo. Andy nunca culpó a su madre por no detenerlo o por no hacer frente a la decisión de su padre, pues él creció en una familia donde la voz del padre era quien mandaba en la casa y cuando este hablaba había que obedecerle.
Ojalá pudiera decir que Andy se quedó en su hogar y que sus padres apoyaron y aceptaron su talento, pero si fuera así, no hubiera ninguna historia que contar.
Luego de marcharse de casa, Andy contactó a un viejo amigo de bachillerato que vivía en Ciudad Chaqueta, cuando lo llamó diciéndole que necesitaba un lugar temporal para vivir, Carlos Santos no dudó en ofrecerle un lugar en su apartamento. Carlos Santos trabajaba como cajero en el supermercado de la ciudad, tenía veintiuno, y al igual que Andy tampoco fue a la universidad, él decía «La universidad es una pérdida de tiempo y dinero, dedicas muchos años de tu vida por un papel, el cual no vuelves a ver más luego de que te gradúas», aunque él estaba un poco cuerdo por el alcohol y las hierbas, sus palabras siempre tenían algo de certidumbre.
Era un pequeño apartamento, tenía un reducido baño, la habitación estaba mezclada con la cocina, había una limitada área para colocar una pequeña mesa o un sofá de dos cojines, que este último era el caso. Andy se estaba quedado en el sofá, él ayudaba a Carlos con la renta, pues a veces iba a bares, restaurantes o en las aceras de las calles a cantar con su guitarra, aunque lo que ganaba no era mucho, le daba para ayudar a Carlos a pagar el apartamento y comprarse algo de comida.
Andy siempre le decía a Carlos «Mi estadía aquí es temporal, en par de años me verás en grandes conciertos y viajando por todo el mundo, muy pronto lo verás, muy pronto…», pero ese pronto duró un año, y cada vez eran menos frecuentes las presentaciones de canto. Hubieron días en que no tenía ni un solo peso en los bolsillos, y Carlos sin interés alguno y sin ni siquiera Andy pedírselo (ya que su orgullo lo mataría), le prestaba algo de dinero. En una ocasión Carlos le propuso la idea de conseguirle un empleo en el supermercado, pero Andy lo rechazó rotundamente, pues él tenía en la mente una sola cosa, su música.