La invitación
4 años después
Shaun
La mujer me pareció conocida… La miré inquisitivamente para ver si la identificaba… ¿Era mi asistente? Pero… ese día tenía permiso y… parecía en rol de madre.
Se la veía distinta, mucho más guapa a pesar de su gesto preocupado. En realidad nunca la había mirado bien. Con el cabello recogido y la chaqueta verde pasaba desapercibida, en cambio ahora, con su pelo suelto y ropa casual se la veía realmente muy guapa.
Tampoco sabía que tenía hijos. En realidad no sabía nada de su vida y, a decir verdad, jamás me había interesado. Sólo llamó mi atención el verla tan guapa… pero yo no me metía con mujeres casadas, no era de esos. Solteras, todas las que quisieran.
Rodeé el escritorio y me acerqué a ellos.
—¿Cómo se llama?
—Noah.
—Hola Noah -le dije, con una sonrisa, al niño que Elizabeth sostenía en brazos-. ¿Quieres un dulce?
El niño me miró con los ojos brillantes por la fiebre y asintió con la cabeza.
Era un niño precioso. Tenía los ojos claros y el cabello castaño casi rubio. Miré a Elizabeth y me di cuenta de que se parecía mucho a su madre.
Volví al escritorio, tomé un dulce y me acerqué nuevamente a Noah.
—Yo te doy este dulce y tú te sientas en la camilla para que yo pueda curarte. ¿De acuerdo?
Él volvió a asentir con la cabeza, tomó el dulce y lo llevó a su boca, y entonces dejó que su madre lo sentara en la camilla.
Amo a los niños, son los únicos seres inocentes y leales de esta maldita humanidad. Si tú les das amor, ellos te devuelven amor. Así de simple.
Noah me permitió revisarlo y descubrí que tenía las amígdalas inflamadas, por lo que le receté un antibiótico y un antifebril. Escribí las indicaciones en el recetario y se lo tendí a Elizabeth.
—Que tu marido haga la compra para que Noah no tome frío.
—Sólo somos él y yo, doctor, pero cuidaré que no tome frío.
Y se marcharon.
Era el último paciente de la tarde, por lo que tomé mis cosas y yo también me marché a mi apartamento.
Al entrar me descalcé, me quité la chaqueta y el resto de la ropa y me metí en la ducha. El agua caliente relajó mis músculos y salí renovado. No había mejor cosa que una buena ducha para quitarme el estrés y mejorar mi ánimo.
Pedí la cena y me senté en la sala a ver la tele mientras esperaba.
Me molestó el sonido del móvil cuando entró la llamada, rompía mi paz. Para colmo desconocía el número, por lo que atendí con desconfianza.
—¿Sí?...
—¿Shaun? -preguntó una voz de hombre del otro lado de la línea.
—Soy yo… ¿Quién habla?
—Harvey… Harvey Brown. ¿No me recuerdas? De la Boston Latin.
Ciertamente lo recordé. Era el chico molesto de la secundaria, el que hacía bromas, organizaba eventos y molestaba a las chicas.
—Claro que te recuerdo, Harvey. ¡Qué sorpresa! ¿Qué es de tu vida?
—Supongo que como la de todos: trabajando y disfrutando.
—¿Cómo obtuviste mi número?
—Me lo dio tu hermana. Me la crucé el otro día en el centro comercial y se lo pedí. El tema es que estamos organizando una reunión de excompañeros de la Promoción, y queremos que te sumes. Para recordar viejos tiempos.
¿Quién querría recordar viejos tiempos? ¿Quién no fue infeliz en la secundaria? Aunque a decir verdad yo, en esa época, era un crédulo idiota enamorado. Yo fui infeliz después, en mis épocas de residente, cuando descubrí que ni la amistad ni el amor existían.
Aún así, le dije a Harvey:
—¡Me encantaría! ¿Cuándo es y dónde?
—En el Country Club de Brookline, el próximo mes. Estaremos todos. Hasta vendrán Craig y Tasha de Londres.
Eso me sonó a provocación, aún así respondí:
—De acuerdo, después pásame los detalles por WhatsApp.
Odié más la idea ahora que sabía que estarían ellos, pero nadie debía saberlo. Sería el tipo más amable y correcto de la reunión.
“Absurda reunión de un hato de imbéciles que sólo quieren ostentar historias de éxito y felicidad -pensé-. Si tienen deudas o fracasos matrimoniales no lo mostrarán ahí”.
Bien. Yo tampoco lo mostraría. Necesitaba conseguir mujer de inmediato. Y si conseguía hijos, mejor. Así nadie me miraría con lástima y condescendencia.
Tenía tiempo para eso, sin embargo la maldita llamada me había dejado inquieto, por lo que esa noche no disfruté la cena y me costó conciliar el sueño.
* * *
—¿No tienes marido, Elizabeth?
Ella me miró frunciendo el ceño, con los instrumentos que usaría en la próxima consulta aún en sus manos.
—...N-no… ¿Por qué lo pregunta, doctor?