Semana 1 - Día 2
Shaun
Me gustaba Elizabeth. Me resultaba interesante. Era una mujer joven y hermosa y aún así no se vendía. Ella podía usar sus atributos para obtener más de lo que yo le ofrecía, tal vez un considerable aumento de salario… o sólo un poco de sexo con su jefe… Cualquier chica en su situación lo haría, pero ella parecía huraña y desconfiada. Sospechaba que el tal Daniel tenía algo que ver en eso y sentí mucha curiosidad, por lo que, aunque ella no quisiera revelar nada, tarde o temprano pensaba averiguarlo.
Lo bueno de haberla elegido era que ella no pertenecía a mi círculo, entonces tenía dos ventajas: la primera era que, al no frecuentar los mismos lugares, no tendríamos encuentros incómodos en el futuro, y la segunda, que al necesitar el dinero, era difícil que se arrepintiera.
Pero lo más importante: no había peligro de que nos involucráramos más allá de lo necesario.
Llegué a mi apartamento y me tiré a la cama a dormir totalmente relajado, porque ya tenía en marcha el plan. Tenía que salir perfecto, además, con esa esposa y ese niño, me envidiarían.
* * *
Al día siguiente la vi más hermosa de lo habitual. ¿Se habría maquillado para impresionarme? La observé detenidamente y descubrí que no; había venido a cara lavada. Lo malo era que me daba cuenta de que no necesitaba maquillarse para lucir así de bella. Sucedía que era la primera vez que le prestaba atención y me sentí molesto por eso.
La observé mientras acomodaba la camilla y el instrumental… Por primera vez pensé que debajo de ese uniforme verde había una mujer hermosa y sensual. Me di cuenta de que eso me distraía y me enojaba, y debía comenzar a trabajar, por lo que dejé de mirarla.
—Llama al primer paciente cuando estés lista, Elizabeth.
—Sí, doctor. Ya terminé. Llamo a la niña.
Después de atender a ocho niños con cuadros leves, a media mañana me fui a Cuidados Intensivos del área de Pediatría, para controlar la evolución de los tres niños allí internados. Realicé ajustes de medicación y los dejé otra vez en manos del personal especializado. Luego regresé al consultorio y llamé a mi asistente.
—¿Hay más pacientes, Elizabeth?
—No doctor, no queda nadie. Hoy ha sido una mañana tranquila.
—Bueno, puedes irte si deseas. ¿Quién cuida a Noah cuando trabajas?
—Él ya empezó el Preescolar. Mi amiga Leah lo retira y lo lleva a su casa hasta que yo me desocupo.
—Bueno, vete a casa, Elizabeth. Esta noche nos vemos.
Cuando ella salió, tomé un paquete de dulces de mi escritorio y los metí en mi bolsillo para Noah.
Ese día, por ser viernes, almorcé en el restaurante de mi edificio. Tal vez al día siguiente elegiría algo más exclusivo.
* * *
Elizabeth abrió la puerta con Noah en brazos. No pude disimular mi cara de sorpresa.
—No quería dormir esperando el dulce -me dijo ella, un tanto molesta.
Sin embargo, volteó y entró para que yo la siguiera.
Yo me sentía de mejor humor, tal vez porque iba a hacer feliz a un niño sin recetarle medicamentos.
Elizabeth lo bajó de sus brazos y él me miró con ansiedad.
Cuando metí mi mano en el bolsillo sonrió feliz y esa sonrisa de sol era mi paga. Un simple dulce lo hacía feliz y me contagiaba la alegría.
—Cuando termines de comerlo ¿te irás a dormir? -le pregunté en tono cómplice.
Él asintió con la cabeza.
Noah era un niño tímido y parecía obediente, porque le pidió permiso a su madre con la mirada para comer el dulce. Era evidente que ella era una figura fuerte para él y pensé que debía ser difícil ser madre y padre al mismo tiempo.
La miré contemplar con amor a su hijo y me pareció más guapa que antes.
No debía mirarla. Era evidente que los años no me habían quitado del todo lo imbécil. Sólo tenía que recordar a Tasha y volvería a encauzarme.
Noah terminó el dulce y su madre lo llevó al cuarto de baño a lavarle las manos.
—Saluda al doctor, cariño -le dijo Elizabeth con dulzura.
Noah vino a mí y me besó… y me debilitó por completo.
Siempre había querido ser padre, y tener un hijo como Noah ¡me habría hecho tan feliz! Pero sabía que eso no iba a suceder, por lo que me recargué en el respaldo del sofá y recuperé mi cara de perro.
—Si no quieres estar acá, ¿por qué vienes? -dijo Elizabeth después de cerrar la puerta del cuarto de su hijo.
—¿Disculpa?
—Tu cara habla -replicó ella muy seria.
—No es eso, sólo… pensamientos nefastos. Pero vamos a lo nuestro -agregué forzando una sonrisa.
—Hoy me toca a mí -se apresuró a decir.
—Adelante.
—¿Por qué Pediatría?
—Siempre quise ser padre y me agradan los niños -me vi forzado a reconocer-. Considero que son los únicos por lo que vale la pena salvar a la humanidad. Lástima que la infancia dura poco.