Familia de Alquiler

CAPÍTULO 5

Semana 1 - Días 5 y 6

Shaun

No sé por qué me concentré en el cuello de Elizabeth. El cabello recogido en una coleta la hacía más sexi y era la primera vez que lo notaba.

Me dije que no debería mirarla, porque si comenzaba a excitarme no podríamos continuar con el plan, y mucho menos trabajar esa mañana.

—¿Llamo a la paciente, doctor? -preguntó ella con su dulce voz de bruja seductora.

Abrí desmesuradamente los ojos, confundido. Era evidente que esa mañana no estaba pensando con claridad. Tenía que encauzarme.

—¿Se siente bien, doctor?

—Sí. Aguarda unos 10 minutos, Elizabeth, después hazla pasar -respondí mirando fijamente la pantalla del monitor y tratando de concentrarme en la historia clínica de la niña.

A pesar de mi turbación del principio, la mañana transcurrió lenta y gratificante. Los casos que atendí no eran graves, y los niños de Cuidados Intensivos evolucionaban favorablemente. Les di el alta a dos de ellos y recibí la gratitud de sus familias. No les dije que el agradecido era yo. ¿Cómo explicarles que esos niños eran los que le daban propósito a mi vida?

Con ese estado de ánimo terminé mi jornada y me dispuse a marcharme.

Encontré a Elizabeth en la recepción, todavía trabajando.

—¿Qué haces? ¿Por qué no te fuiste aún?

—Estoy terminando de programar los turnos para la semana próxima -me respondió concentrada en lo que hacía.

Me acerqué para ver la pantalla del monitor y me pareció percibir en ella un pequeño sobresalto, o quizás un estremecimiento, y me agradó pensar en esa posibilidad.

Me aparté de inmediato.

—Nos vemos más tarde -le dije a modo de despedida.

Cuando esa noche me abrió la puerta de su casa, su perfume invadió mis sentidos y me turbó.

Ella me saludó con una sonrisa y se volteó para que la siguiera. Tuve que tomarme unos minutos afuera e inspirar profundamente varias veces, y luego la seguí.

Tenía el pelo mojado y estaba descalza. Llevaba un vestido sencillo, arriba de la rodilla, que si bien era suelto, cuando caminaba marcaba sus formas.

La situación no se presentaba bien para mí. Hacía tiempo que no estaba con una mujer y me sentía confundido. Pensé que debería irme pero una fuerza magnética me obligaba a quedarme.

—¿Qué deseas tomar?

Quise decirle que a ella… pero de milagro no lo hice.

—Café estaría bien -dije con voz ahogada.

Ella trajo el café y se sentó frente a mí, del otro lado de la mesita petisa de la sala.

No era suficiente, me llegaba su perfume.

—¿Noah está bien? -le pregunté cambiando el curso de mis pensamientos.

—Sí, ahora duerme. Ayer casi me delató con mi hermano -dijo con una sonrisa.

—¡¿Qué dijo?! -le pregunté entre alarmado y divertido, aplacando por un momento mi turbación.

—Jason descubrió los dulces y Noah le dijo que se los regalaste tú.

Eso me preocupó. Con su hermano trabajábamos juntos cuando había cirugía y sería mejor que no hubiera resentimientos.

—¿Cómo se lo tomó?

—Con preocupación, pero no le expliqué nada, así que tu secreto está a salvo, de todos modos esta… “relación”... terminará pronto.

—¿Leah lo sabe?

—Ella sí… disculpa… es mi amiga y debía pedirle consejo. Pero sabe guardar secretos, es una persona de oro.

—No guardó el tuyo -le dije divertido-. ¡Cuatro años! ¡¿En serio?! ¿Cómo haces?

Ella se tapó la cara con ambas manos, avergonzada, y sacudió la cabeza. Su gesto me resultó divertido y sensual.

—¡De verdad! -insistí.

—Sólo me basta recordar a Daniel y se me quitan las ganas. Además… está la ducha helada…

En ese punto ambos reímos, aunque cuidándonos para no despertar a Noah.

Las mejillas de Elizabeth seguían encendidas y la noté nerviosa. Mi elección del tema de conversación no había sido la adecuada, al menos no esa noche en que tenía descontroladas las hormonas y, al parecer, a ella también le afectaba.

—Me voy -le dije de pronto, poniéndome de pie-. Mejor regreso mañana.

Ella me miró desconcertada, pero no preguntó nada. Sólo me vio marcharme sin acompañarme hasta la puerta.

Conduje directo al bar al que solía ir cuando necesitaba mujer. Esperaba que alguna se acercara a mí, y pronto.

Me senté en la barra y pedí un whisky. Lucy me lo sirvió con una sonrisa. Ella sabía por qué estaba allí. Muchas veces esperé que terminara su turno y nos habíamos marchado juntos al hotel que está junto al bar, pero esta noche tenía urgencia.

—Lo mismo -dijo una voz femenina a mi lado.

Miré a la pelirroja. Lucy le sirvió con expresión hosca, y se retiró.

—¿Por qué tan solo? -me preguntó seductora-. ¿O esperas a alguien?




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