Familia de Alquiler

CAPÍTULO 6

Semanas 2 y 3 - Días 13 a 15

Elizabeth

La mañana del martes, Jane y yo llegamos casi juntas al hospital y cada una se dedicó de inmediato a preparar el consultorio que le correspondía.

Ambas trabajábamos en el área de admisión del ala pediátrica del hospital Dr. Turner. Ella trabajaba con el doctor Ryan Butler y yo con el doctor Turner hijo.

Cuando terminamos, nos dispusimos a organizar los turnos de la mañana.

A las 8.30 llegó el doctor Butler con dos paquetes envueltos para regalo y nos entregó uno a cada una.

—Muchísimas gracias, doctor -le dije con una sonrisa-. Pero…

—¿A qué se debe esta atención? -preguntó Jane abriendo el paquete y descubriendo la caja de bombones.

—¡Hoy es el día del Asistente Médico! -respondió él siempre sonriendo- Ahora quiero mi recompensa -agregó acercándose a su asistente y plantándole un beso en la boca.

Cuando se acercó a mí, le dije incómoda, aunque tratando de sonar relajada:

—A mí otra clase de beso, doctor, estoy comprometida.

Claro que era mentira, pero quería librarme de su descaro.

—Por supuesto, Elizabeth -dijo riendo.

Pero cuando puse mi mejilla, él deslizó su beso a la comisura de mis labios.

Fue en ese instante que entró el doctor Turner, miró la escena con disgusto y podría decir que hasta con desprecio.

—¡Buen día, Shaun! Te estás perdiendo la recompensa de las chicas por no traerles un regalo.

—Para eso les pago el salario -respondió disgustado, mientras se dirigía a su consultorio-. Mi recompensa debería ser más grande.

—Está de mal humor hoy -dijo por lo bajo el doctor Butler-. No le hagan caso.

Y se marchó a su vez.

—¡Elizabeth! -me llamó el doctor Turner, mientras comenzaban a llegar los primeros pacientes.

Entré al consultorio dispuesta a soportar su mal humor del día.

—¿Qué fue eso? -inquirió apenas cerré la puerta.

—No comprendo.

—Ese beso, Elizabeth. Si alguien más que yo lo veía quedaba mal el hospital. Se dirá que contratamos a libertinos.

Me sentí ofendida y humillada. También sentí mucha vergüenza porque, si bien me había equivocado en mis decisiones de vida, jamás me había comportado como una desvergonzada, y mucho menos desde que fui madre.

—Debería decirle eso a su colega, doctor -le dije conteniendo las lágrimas y con la voz quebrada-. No fui yo quien dio ese beso, y a decir verdad me sentí incómoda. Sin embargo no estoy en posición de reclamar nada porque quien saldría perdiendo sería yo, y necesito el trabajo, no me puedo dar el lujo de perderlo -concluí con un hilo de voz.

Él me miró con atención, sin agregar nada, pero aún con gesto severo.

—Llama al primer paciente -me dijo luego de un momento y con un tono un poco más suave.

—Deme cinco minutos, por favor -le pedí al retirarme.

Me encerré en el sanitario y lloré avergonzada. Debía recuperarme pronto porque tenía que trabajar, pero se me hacía difícil. Haciendo un gran esfuerzo, me lavé la cara, respiré profundo y salí dispuesta a enfrentar la jornada que recién comenzaba.

—Disculpa -me dijo en voz baja el doctor Turner, después de atender a la primera paciente-. Tal vez me equivoqué con lo que vi.

No le respondí. Además de avergonzada estaba muy ofendida. Mantuve la cabeza gacha durante toda la jornada de trabajo, y cuando llegué a mi casa por la tarde, le envié un mensaje.

—Esta noche no venga. Estaré ocupada.

Cuando entró su respuesta, la vi en la pantalla principal del móvil, pero no abrí el mensaje.

—Está bien. Nos vemos mañana.

Al día siguiente le dije lo mismo. Demasiado tenía que soportarlo por la mañana como para también tener que hacerlo por las noches.

Sabía que debíamos continuar conociéndonos. En las dos semanas que llevábamos trabajando en eso, sólo conocía algunos sucesos de su infancia como él de la mía. Faltaba contarnos nuestra vida en la preparatoria y más tarde en la universidad.

Sin embargo, cada día que pasaba lo soportaba menos y me arrepentía de haber aceptado el trato, pero el depósito en la cuenta de Noah estaba hecho, por lo que no podía retractarme. ¿O sí?

Habíamos comenzado bien. Si bien en un principio los dos actuamos con desconfianza, a medida que pasaban los días ambos aflojamos las barreras y pudimos llegar a conectarnos casi como amigos. Pero de pronto él comenzó a comportarse como un idiota petulante, y se me hacía cada vez más difícil soportarlo.

Ni lo guapo ni lo traumado le daba derecho a ser tan desagradable con los demás.

Entonces tomé la decisión de sincerarme.

El jueves lo esperé a las ocho y media dispuesta a hablar.

—Quiero ser sincera contigo -le dije una vez que tomamos nuestros respectivos lugares en la sala, es decir, bien alejados el uno del otro-, nuestro trato me está resultando insostenible. Te devuelvo el dinero y tú te buscas a otra.




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