Familia de Alquiler

CAPÍTULO 9

Semana 3 - Día 20

Shaun

Llegué temprano al hospital y no vi a Elizabeth. Entré al consultorio y tampoco estaba allí. Entonces sí me alarmé. ¿Qué podría haberle pasado para que no viniera a trabajar? La había dejado bien la noche pasada. En un principio, cuando llegué a su casa, la encontré derrumbada, sintiendo culpa y sobrepasada por la situación, pero a medida que hablamos, y sobre todo cuando le abrí mi corazón, sentí que se había recuperado y, al marcharme, creí haberla dejado de mejor humor.

Enseguida Jane me informó que Elizabeth no trabajaría hoy y que aguardaba en la sala de espera con su hijo.

Me levanté de inmediato y acudí a llamarla.

Ella entró con Noah en brazos y gesto preocupado.

—Apenas lo desperté esta mañana comenzó a quejarse de dolor en la barriga, y a medida que avanzaban los minutos parecía que el dolor se agudizaba -me explicó llena de angustia.

—Recuéstalo en la camilla.

Cuando lo hizo, noté que Noah se mostraba contento y eso me hizo sospechar.

—No te angusties, Elizabeth, estoy seguro de que no es nada grave. ¿Quieres esperar afuera unos minutos, por favor? Debo tener una conversación con Noah.

Ella dudó un instante, y luego salió.

—¿De verdad te duele la panza, Noah?

Él negó con la cabeza.

—¿Y por qué preocupas a tu mamá?

—Porque quería verte -me dijo con sus ojitos llenándose de lágrimas, seguramente temiendo mi desaprobación-. Tú ya no me visitas y no me llevas dulces -agregó haciendo un mohín.

—Ven, dame un abrazo -le dije con una sonrisa mientras lo levantaba de la camilla.

Él de inmediato me envolvió con sus bracitos.

—¿Qué te parece si te visito esta tarde? Pero no te llevaré dulces porque pueden hacerte doler la barriga… Además debes prometerme algo: no volverás a mentirle a mamá porque ella se preocupa mucho por ti.

Entonces él soltó su abrazo y me tendió el dedo meñique para entrecruzarlo con el mío, cerrando el acuerdo.

Fui con él en brazos hasta la puerta. Al abrir, Elizabeth, que aguardaba del otro lado sumamente angustiada, se mostró confundida.

—Perdón, mami. Te mentí, no me dolía la panza -dijo Noah luego de tender sus bracitos hacia su madre.

Ella frunció el ceño pasando de la confusión al enojo.

—¡Tendremos una conversación en casa, Noah! ¡Y estarás castigado el resto de la semana! Disculpe, doctor, lo llevaré al Jardín y regresaré a trabajar -agregó dirigiéndose a mí.

—Tómate el día, no te preocupes… y no seas tan severa con él, me prometió que no volvería a mentirte.

Al cabo de una hora ella vino a trabajar, después de dejar a Noah en el jardín, y no habló el resto de la mañana del tema.

A la tarde me envió un mensaje diciéndome que vaya a la hora de siempre. No cedió ni un minuto, a pesar de que le conté de la promesa que le había hecho a Noah.

—Le prometí que hoy lo visitaría -protesté ni bien entré a su casa esa noche.

—Pero estará castigado el resto de la semana. Le dije que lo visitarás la semana próxima, dependiendo de qué tan bien se porte.

—Pobrecillo.

—No tanto. Yo jamás le enseñé a mentir y no debe hacerlo conmigo. Y tú no le prometas nada sin consultarme.

Era evidente que seguía enojada, por lo que no insistí, simplemente y en silencio la seguí a la cocina y busqué los pocillos, mientras ella preparaba café.

Esa noche hablamos de nuestros “ex”.

—Cuéntame de Craig.

Suspiré profundo. Tenía que empezar a poner en palabras una historia que hacía tiempo había guardado en el olvido.

—Craig se mudó al lado de mi casa desde que ambos teníamos 7 años, y desde entonces fuimos amigos.

››Sus padres acababan de divorciarse por lo que él pasaba más tiempo con nosotros que con su madre, por lo que más que amigos nos convertimos en hermanos.

››Fuimos juntos a la escuela, hicimos juntos la carrera de medicina. Él se especializó en ginecología.

››Su traición dolió más que la de Tasha.

››A ella la conocí en preparatoria; recién se había mudado al barrio y se hizo amiga de los dos. En el último año nos pusimos de novios. Era la chica más popular de la escuela; creo que porque era rubia, alta, elegante y muy bonita. Todos los chicos estaban enamorados de ella, pero me aceptó a mí.

Elizabeth me miró con una mezcla de ternura y suficiencia.

—Ustedes, los hombres, se pierden por una cara y un cuerpo bonitos. Pero cuando todo eso pasa, y créeme que pasará, si no hay esencia queda un cascarón vacío.

››¿Otro café? -ofreció después de una pausa, poniéndose de pie.

—Yo lo sirvo -le dije apresurándome a levantarme y haciendo que ella volviera a sentarse.

Necesitaba respirar fuera del alcance de su mirada, al menos no tenerla de frente. Lo que acababa de decir era cierto, pero me golpeaba duro y necesitaba reponerme.




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