Los días siguientes fueron un torbellino. David casi no dormía, y cuando lo hacía, las pesadillas lo despertaban sudando: veía a Ayelén en la cama del hospital, rodeada de monitores que dejaban de sonar.
Por las mañanas llevaba a Alisson al jardín y dejaba a Liam con su madre. Sonreía para que su hija no se diera cuenta de que algo estaba mal, pero en cuanto se subía a la moto, el peso de la realidad le caía encima otra vez.
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La primera pared
Su primer intento fue pedir un préstamo en el banco.
La gerente revisó los papeles, su historial, su sueldo como policía.
—Señor Rivas, lo máximo que podemos ofrecerle es esta cantidad —dijo, mostrándole el número en la pantalla.
Era apenas una cuarta parte de lo que necesitaba.
David tragó saliva.
—¿No hay manera de ampliar el monto? Es… es urgente, es para una operación.
—Lo lamento. Con su salario actual, es el máximo que el sistema nos permite.
David salió del banco con el estómago apretado.
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Llamadas y favores
La siguiente opción fueron los favores.
David conocía gente en todos los rincones de la ciudad: comerciantes, compañeros de trabajo, algunos políticos locales.
Llamó a cada uno, explicó su situación, rogó por ayuda.
Muchos quisieron colaborar, pero apenas reunían lo suficiente para cubrir algunos gastos iniciales.
—David, sabes que si pudiera te daría todo —le dijo su compañero de patrulla, Julio, al entregarle un sobre con algunos billetes—, pero esto es lo que tengo.
David agradeció, pero la cifra seguía siendo ridículamente baja.
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El golpe más duro
Decidió acudir a la obra social y a las autoridades de salud pública.
Esperó horas en los pasillos, entregó formularios, rogó a secretarias que aceleraran los trámites.
Una tarde, sentado frente a un funcionario, escuchó la respuesta que lo destrozó.
—Señor Rivas, el procedimiento que su esposa necesita no está cubierto por nuestro plan básico. Puede solicitar un subsidio, pero la aprobación demora entre seis meses y un año.
—¡No tenemos seis meses! —estalló David, golpeando la mesa.
El funcionario solo levantó las cejas, indiferente.
—Entiendo su situación, pero son los procedimientos.
David salió de la oficina sintiendo que el aire le faltaba.
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El punto de quiebre
Esa noche, se sentó en la cama junto a Ayelén, que dormía con Liam en brazos. La luz suave iluminaba su rostro.
Alisson roncaba bajito en su habitación.
David se quedó mirándolos largo rato, con los ojos llenos de lágrimas.
Sentía la impotencia trepándole por dentro como una llama.
El sistema no iba a salvarlos. Nadie iba a hacerlo.
Se levantó y se dirigió al pequeño escritorio en el comedor.
Sacó un cuaderno, lápiz y comenzó a escribir.
Planos, rutas de escape, nombres.
Criminales que él mismo había arrestado o investigado, traficantes que seguían sueltos gracias a sobornos.
Por primera vez en su vida, David consideró usar todo lo que sabía de la ciudad… para convertirse en lo que más despreciaba.
Cerró el cuaderno, respiró hondo y miró hacia la habitación donde dormía su familia.
Su decisión estaba tomada.
—Te lo prometo, Ayelén —susurró en la oscuridad—. Voy a conseguir ese dinero, aunque tenga que mancharme las manos.