La decisión estaba tomada.
Los días siguientes, David vivió con una doble vida. De día era el mismo padre atento, el mismo policía ejemplar. De noche, cuando Ayelén dormía y la casa quedaba en silencio, se encerraba en el pequeño depósito del fondo.
Sobre la mesa fue armando algo que, poco a poco, se parecía a un uniforme.
Utilizó materiales que pudo conseguir sin levantar sospechas: placas de kevlar de un chaleco viejo de la comisaría, cuero de descarte de una tapicería, rodilleras de motocross.
Su idea era sencilla: debía protegerse, pero también ocultar su identidad.
Pasó horas diseñando la máscara, una mezcla de pasamontañas y casco artesanal. Cubría completamente su rostro y dejaba solo sus ojos a la vista.
Cuando se miró en el espejo por primera vez, apenas se reconoció.
—Es ahora o nunca —murmuró.
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Elección del objetivo
No podía empezar por el traficante más peligroso. Sería un suicidio.
Eligió uno de los más pequeños: un distribuidor que operaba en la zona oeste, en un galpón sin demasiada seguridad.
Pasó dos noches vigilando el lugar, tomando nota de los guardias, de los horarios de entrada y salida.
En su cuaderno escribió cada detalle, calculando la ruta de escape como si fuera un operativo oficial.
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La primera prueba
La noche del golpe, el corazón le latía con tanta fuerza que sentía que cualquiera podía escucharlo.
Se deslizó entre las sombras, aprovechando que la lluvia cubría el ruido de sus pasos.
Su máscara estaba empapada, pero no importaba.
Saltó la reja, esquivó a un perro que ladró apenas un segundo antes de que le arrojara un trozo de carne que había preparado para distraerlo.
Dentro del galpón encontró varias cajas llenas de dinero y droga.
Solo tomó lo que necesitaba: el efectivo.
—No soy como ellos —se recordó, respirando agitado.
Cuando salió, un guardia lo vio de reojo.
—¡Eh! —gritó, sacando el arma.
David corrió como nunca en su vida, sintiendo las balas rebotar contra las paredes detrás de él.
Saltó la reja, cayó mal y rodó por el barro, pero siguió corriendo hasta perderse en la oscuridad.
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Regreso a casa
Entró por la puerta trasera, empapado, con el corazón aún desbocado.
Se quitó la máscara y dejó el dinero sobre la mesa. Sus manos temblaban.
Por un instante, pensó en lo que acababa de hacer: un policía robándole a criminales.
Si lo descubrían, lo perdería todo.
Pero entonces escuchó el llanto de Liam en la habitación y el murmullo de Ayelén tratando de calmarlo.
Se acercó, los observó en silencio y sintió que todo tenía sentido.
—Es solo el comienzo —susurró para sí mismo.