La tarde parecía tranquila.
Ayelén estaba sentada en el sillón del living, leyendo un cuento a Alisson mientras Liam jugaba en el piso con bloques de colores.
David, recién llegado de la comisaría, se apoyó en el marco de la puerta, observando la escena con una sonrisa cansada.
Por un momento, la vida parecía normal.
Por un momento, pudo engañarse y pensar que todo estaba bien.
Pero entonces ocurrió.
Ayelén interrumpió la lectura y llevó una mano a su pecho.
—¿Mamá? —preguntó Alisson, confundida.
Antes de que David pudiera reaccionar, Ayelén se desplomó sobre el sillón.
El libro cayó al piso.
—¡Ayelén! —David corrió hacia ella, sintiendo el corazón salírsele por la boca.
La cargó en brazos y gritó a su madre, que estaba en la cocina, para que cuidara a los niños.
En cuestión de minutos, ya estaban en la camioneta, con la sirena policial improvisada para abrirse paso en el tránsito.
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De nuevo en el hospital
El hospital, otra vez.
El mismo olor a desinfectante, las mismas luces frías.
David esperó en el pasillo mientras los médicos trabajaban para estabilizarla.
Sus manos temblaban, y sentía el sudor frío recorriéndole la espalda.
Cuando finalmente salió el cardiólogo, su expresión no dejó lugar a dudas.
—Señor Rivas, no hay más tiempo. El estado de su esposa se ha agravado.
—Pero… ella estaba bien, estaba en casa, con los chicos —balbuceó David, incrédulo.
—Lo sé. Pero su corazón ya no resiste. No puede volver a su casa, necesita la cirugía de inmediato.
Las palabras cayeron como piedras.
—Si no la operamos en los próximos días, no podemos garantizar que sobreviva otro episodio.
David se apoyó contra la pared, sintiendo que el aire se le escapaba de los pulmones.
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Frente a ella
Cuando pudo entrar a la habitación, Ayelén estaba despierta, pálida pero consciente.
Lo miró con una mezcla de miedo y resignación.
—¿Qué dijo el médico? —preguntó con voz débil.
David le acarició el cabello.
—Que vas a quedarte acá hasta que te operen. No hay vuelta atrás.
Ella asintió despacio, con lágrimas en los ojos.
—No quiero que los chicos me vean así…
David sintió que se le partía el alma.
—Voy a hacer todo lo que esté a mi alcance, ¿me escuchás? Todo.
Ella sonrió débilmente y cerró los ojos.
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El punto de quiebre
Esa noche, cuando volvió a casa, encontró a Alisson dormida en la cama de su abuela, abrazada al mismo libro que su mamá estaba leyendo.
Liam lloraba, inquieto.
David los miró en silencio, sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros.
Se encerró en el depósito del fondo, encendió la luz y abrió el arcón con el dinero reunido.
Contó los billetes. No alcanzaba.
Dejó caer los fajos sobre la mesa y golpeó con el puño cerrado.
El dolor en la mano no era nada comparado con el que sentía en el pecho.
Abrió el cuaderno y escribió un solo nombre: Héctor Salvatierra.
—Será el último —dijo en voz baja, mirando el traje que colgaba en la pared—. Y con esto te voy a traer de vuelta.
En su mente no había dudas: mañana planearía el golpe más grande de su vida.
Y quizás… el último.