La ciudad dormía bajo una lluvia fina que reflejaba las luces de los faroles como diamantes rotos.
David estaba en el techo de un edificio a varias cuadras de la mansión de Héctor Salvatierra, observando cada movimiento, cada sombra.
Su traje estaba impecable: kevlar, guantes tácticos, máscara que cubría completamente su rostro.
El corazón le latía como un tambor en la oscuridad.
—Un golpe más —susurró, ajustando la máscara—. Solo uno y Ayelén volverá a casa.
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Vigilancia y cálculo
Durante días había estudiado los patrones de los guardias: horarios de patrulla, cámaras, perros, sistemas de alarma.
Había marcado rutas de entrada y salida, posibles escondites, incluso puntos para ocultar el dinero temporalmente.
Desde su posición, podía ver la luz tenue de las ventanas de la mansión.
Varios autos de lujo estacionados, una reja alta y gruesos muros.
Cada paso en falso podía significar su muerte.
David respiró profundo y repasó mentalmente su plan:
1. Evitar cámaras principales usando sombras y puntos ciegos.
2. Inutilizar alarmas secundarias con un dispositivo improvisado.
3. Localizar la caja fuerte donde Salvatierra guardaba el dinero.
4. Salir sin dejar rastros.
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El riesgo palpable
Mientras esperaba el momento perfecto, escuchó un ruido leve: un perro moviéndose dentro del jardín.
Se congeló.
El corazón le golpeaba el pecho. Cada segundo era una eternidad.
El mínimo error y todo terminaría allí mismo.
Recordó la cara de Ayelén en el hospital, sus manos temblorosas.
Recordó a Alisson y a Liam.
Nada importaba más que traer a su mujer de vuelta.
David ajustó las correas del cinturón, tomó un pequeño dispositivo para desactivar la alarma y se preparó mentalmente para moverse.
—Vamos —susurró—. Solo vos y yo.
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El momento antes del salto
Se deslizó hasta la reja lateral, sus dedos buscando puntos de apoyo en la humedad de la lluvia.
Observó nuevamente: guardias dentro de la propiedad, luz tenue en las ventanas, perro moviéndose inquieto.
Todo estaba preparado.
Tomó impulso, sintió el frío de la noche en la cara, y se colgó, balanceándose para tocar el primer muro de la mansión.
Un segundo más, y estaría dentro del territorio más peligroso de toda la ciudad.
David contuvo la respiración.
Y justo cuando estaba a punto de saltar…
Un haz de luz iluminó la pared frente a él.
—¿Quién anda ahí? —gritó una voz grave desde el interior.
El corazón de David se detuvo por un instante.
El golpe final estaba a segundos de empezar.
Y la línea entre la vida y la muerte nunca había sido tan delgada.