La ciudad seguía cubierta por la lluvia cuando David llegó al hospital.
La mochila estaba pesada, pero esta vez no era por el dinero, sino por la carga emocional que llevaba en cada paso.
Había sobrevivido a la mansión, a los guardias, a los perros y a los sistemas de seguridad.
Había arriesgado todo.
Y ahora, al fin, podía cumplir su promesa.
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Dejar el dinero
David entró al hospital y entregó el dinero al área de administración, asegurándose de que fuera destinado a la operación de Ayelén.
—Es urgente —dijo con voz firme—. Que la operen cuanto antes.
Se sentó un instante en la sala de espera, respirando profundo.
El peso de la misión lo abandonaba poco a poco, reemplazado por un alivio mezclado con miedo.
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La carta de amor
David caminó hacia la habitación de Ayelén, preparado para darle la noticia, pero la encontró dormida, con la respiración tranquila y regular.
No quería despertarla. No quería romper ese instante de paz que le quedaba después de todo lo ocurrido.
Sacó un sobre del bolsillo y colocó la carta sobre la mesa junto a su mano, como si quisiera que ella la sintiera cerca, y la miró una última vez antes de salir.
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El golpe inesperado
Al salir del hospital, David sintió una calma desconocida.
Subió a la moto, ajustó la mochila y se preparó para volver a casa.
Se colocó el casco, respiró profundo, y cuando estaba a punto de encender el motor…
Un golpe seco en la parte posterior de la cabeza lo derribó.
El mundo giró a su alrededor, la lluvia se mezcló con sombras, y la última sensación que sintió fue la de perder el control.
David cayó inconsciente sobre el asfalto, con el casco todavía en su lugar.
El dinero había sido entregado, la operación pagada… pero él ya no estaba en condiciones de volver a casa.
Un frío y profundo silencio se apoderó de la noche, mientras las luces de la ciudad brillaban sobre él, indiferentes.