No sé en qué momento empezó todo. No sé en qué punto exacto mi mente dejó de ser un lugar seguro y se convirtió en una trampa llena de voces, de sombras, de preguntas que no tienen respuesta.
Estoy en la cama, desnuda, con las sábanas revueltas a mi alrededor y el aire aún impregnado de Eban. Pero él ya no está. Se levantó hace rato sin decir mucho, solo un beso en la frente, un nos vemos luego y el sonido de la puerta cerrándose tras de sí.
Y aquí estoy yo, con la piel aún marcada por sus caricias y la mente arañando los bordes de la locura.
Algo no está bien.
No es como al principio. Lo siento en la forma en que me mira, en cómo su cuerpo se mueve con menos deseo y más costumbre. Ya no me besa con hambre, ya no me devora con la mirada. Ahora es solo un acto mecánico, una rutina que cumple como si estuviera tachando una tarea de su lista.
Me levanto de la cama y camino desnuda hasta el espejo. Me observo. Hay marcas en mi cuello, en mis caderas. Rastros de que, al menos por un instante, fui suya. Pero, ¿soy realmente suya? ¿O solo soy una presencia conveniente en su cama?
—Eres una tonta —susurro, pero no sé si me hablo a mí misma o si es la voz en mi cabeza la que me lo dice.
Me río, pero no suena real. Me río porque si no lo hago, voy a gritar.
¿Y si nunca me quiso? ¿Y si todo lo que dijo fue una mentira?
Camino por la habitación y recojo mi ropa del suelo, pero mis manos tiemblan. Intento calmarme, pero la paranoia es un veneno que se esparce por mi piel.
Reviso mi teléfono. Sin mensajes. Sin llamadas.
Cierro los ojos y me abrazo a mí misma.
—Él volverá —me digo, intentando convencerse.
Pero otra voz dentro de mí susurra algo distinto: Y si no lo hace… ¿Qué harás entonces?
Camino de un lado a otro por la habitación. Mis pies descalzos apenas hacen ruido contra el suelo frío, pero dentro de mi cabeza todo es un estruendo insoportable.
—Él no me quiere. Solo está jugando conmigo. —Mi voz se rompe en el aire, pero no sé si soy yo quien habla o si es la voz en mi cabeza.
Me miro en el espejo, y la imagen que me devuelve es inquietante. Mi cabello revuelto, los ojos hinchados por el insomnio, la piel desnuda aún con las marcas de sus manos.
—No seas ridícula. Te dijo que quería algo serio. Te prometió estabilidad.
—¿Y si solo dijo lo que yo quería oír?
Mis propias palabras me golpean como un puñetazo. No puedo respirar. Me llevo las manos al pecho, tratando de calmar los latidos frenéticos de mi corazón.
—¡Basta! —grito, y mi voz resuena en la habitación vacía.
Afuera, un ruido. Pasos. Alguien deteniéndose frente a mi puerta.
Dios.
Me tapo la boca con ambas manos, conteniendo el jadeo desesperado que amenaza con delatarme. Me acerco lentamente y miro por la mirilla. Es mi vecino, el hombre del apartamento de al lado.
Golpean suavemente la puerta.
—¿Ydnela? ¿Todo bien ahí?
Mierda, creo que es mi vecino de nuevo.
Respiro hondo. Me doy una palmada en las mejillas, como si eso fuera a devolverme la cordura que siento escaparse como arena entre mis dedos. Cuento hasta tres y abro la puerta con la mejor sonrisa que puedo fabricar.
—Oh, hola, Marcos. ¿Qué pasa?
Él me observa con el ceño fruncido. Sé que me escuchó. Sé que escuchó los gritos, pero pese a todo aquello, fingiré levemente cordura.
—Pensé que... estabas discutiendo con alguien.
Suelto una risa forzada.
—¡No, no! Solo estaba hablando por teléfono. A veces me emociono demasiado.
Me mira con duda, pero finalmente asiente.
—Bueno… solo quería asegurarme de que estuvieras bien.
—Gracias, de verdad. Es lindo saber que tengo un vecino tan atento.
Le sonrío, sosteniendo el disfraz de normalidad con todas mis fuerzas. Él duda un segundo más, pero finalmente se aleja.
Cierro la puerta y me dejo caer contra ella, deslizando las manos por mi rostro.
Me engañé a mí misma una vez más. Engañé a Marcos. Pero, ¿por cuánto tiempo más podré seguir fingiendo que todo está bien? O quizás...
Cierro la puerta con fuerza, mi espalda pegada a la madera mientras mi respiración sube y baja descontrolada.
Algo no está bien.
Marcos apareció demasiado rápido. Demasiado. ¿Cómo supo que algo pasaba? ¿Por qué justo ahora?
Camino de nuevo hacia el espejo y me observo. Mis ojos están enrojecidos, la piel pálida, los labios entreabiertos como si estuviera al borde de una revelación aterradora.
Eban. Ese maldito. Fue él...
¿Qué tal si no es quien dice ser? ¿Y si todo este tiempo ha estado burlándose de mí en secreto?
Mis manos se aferran a los bordes del mueble con tanta fuerza que mis nudillos se ponen blancos.
—¡No puede ser! —susurro, pero la voz en mi cabeza no se detiene.
Él ya no es el mismo. Su forma de tocarme cambió, su manera de mirarme ya no es como antes. Se ha vuelto distante. ¿Y si hay alguien más?
¿Y si todo este tiempo ha tenido a otra?
Mi estómago se revuelve con una náusea amarga. Lo imagino con otra mujer, sonriendo con ella, diciéndole las mismas cosas que me dijo a mí. Tal vez, cuando no está conmigo, está con ella. Tal vez es por eso que ya no me busca con el mismo deseo.
Un escalofrío me recorre la espalda; me están mirando la cara de pendeja. Marcos. ¿Qué tal si no fue coincidencia que viniera a tocar la puerta? ¿Y si él sabe más de lo que dice?
Me abrazo a mí misma, sintiendo cómo la paranoia se desliza bajo mi piel como un veneno.
Eban te ha puesto a alguien para vigilarte.
Esas palabras taladraban mi mente una y otra y otra vez, sin tregua alguna. Mis piernas se debilitan y me dejo caer sobre la cama, respirando agitadamente.
No. No puedo dejar que esto me controle. Tengo que pensar. Por favor, Ydnela, piensa, tranquila, con calma, pero piensa... ¡Carajo! Tengo que investigar.
Agarro mi teléfono con manos temblorosas y abro su perfil en redes.
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Editado: 22.02.2025