Los días pasaron, y con ellos, mi alma se fue hundiendo en una sombra espesa, oscura y deliciosa.
No dormía. No comía. No pensaba en otra cosa que no fuera él.
Eban.
El traidor. El mentiroso. El estúpido.
Me sentaba en la mesa con hojas en blanco frente a mí, un bolígrafo en la mano y la rabia transformándose en palabras.
"Tu piel arderá como el fuego del infierno, tu alma clamará piedad, pero solo habrá silencio. "Que tus gritos sean música para mi danza, que el final sea tan lento como la venganza".
Lo releí, sintiendo una ligera insatisfacción.
No, no era suficiente.
Hice una bola con el papel y la lancé a la basura, algo más de impacto, por favor.
Eban no merecía unos versos cualesquiera. Merecía la obra maestra de su destrucción.
Tomé otra hoja y empecé de nuevo.
"Te arrancaré el aire con mis propias manos, haré de tu dolor mi dulce letargo. "Que cada latido sea un lamento, que cada susurro sea un tormento".
Sonreí.
Esto era mejor.
Mis dedos se deslizaron por las palabras, sintiendo el escalofrío de la emoción recorrer mi espalda.
Eban tenía que sufrir.
Sufrir como nadie ha sufrido antes.
Sufrir en cada maldita fibra de su ser.
Me imaginé su rostro distorsionado por el dolor, su voz rogando piedad, su cuerpo doblándose en la agonía más pura.
Mis labios se separaron y solté una carcajada.
Una risa fuerte. Una risa desquiciada.
Tomé otra hoja y seguí escribiendo.
"Que la noche te devore con su beso funesto, que el amanecer nunca vuelva a tocarte. "Porque aquí termina tu historia, porque aquí mi amor se convierte en tu muerte".
Me detuve, contemplando mi obra. ¡Ay, por fin! Sí. Este era el poema perfecto; besé la hoja de papel con una sonrisa de locura.
Lalalalaaa, lalalala, laaa lalaaa, empiezo a tararear cuando de pronto mi mente ataca haciendo de las suyas. No puede ser, sí que es nefasta en ocasiones.
—¿Poemas? —La voz retumbó en mi cabeza con un veneno gélido. —¿Poemas para él? ¿Acaso sigues siendo la misma estúpida enamorada de siempre?
Mi mano se crispó sobre la mesa.
—No es eso… —Susurré, pero mi reflejo en el espejo de la gaveta alzó una ceja, con esa sonrisa burlona que me heló la sangre; desgraciadamente, sabía por dónde atacarme.
—No es eso… —repitió con tono burlón. —¡Por favor, Ydnela! Mírate. Te sientas aquí, como una tonta, escribiendo versos sobre su muerte cuando él ni siquiera se ha molestado en escribirte.
Mis labios se apretaron con rabia. Mi yo interno tenía razón, odiaba aquello.
—No lo necesita. Ya sé lo que hace.
Mi reflejo soltó una carcajada estruendosa, como si lo que dije fuera el chiste más gracioso del mundo.
—¡Exacto! No lo necesita porque está muy ocupado con el amor de su vida. ¡Ay, Ydnela! A veces eres tan ingenua...
Mis uñas se clavaron en la mesa; con cada cosa que me decía sabía que tenía razón. Cómo odiaba que la tuviera, cómo me odio a mí por ser tan estúpida y confiar…
—Cállate.
—¿Cállate? —Se inclinó hacia adelante, su mirada clavándose en la mía. —No quieres que lo diga en voz alta porque sabes que es verdad. No te ha escrito. No te ha llamado. ¿Sabes por qué? Porque está disfrutando de su nueva conquista. Mientras tú aquí, gastas tinta por él.
Mis dedos se cerraron en puños; dentro de ellos contenía una ira, una rabia profunda. Lo detesto con todo mi ser.
—Basta.
—¡No! —gritó, y su voz rebotó en mi cabeza como un trueno. —Mira bien, idiota. ¡Mientras tú sufres, él está riendo!
Sus carcajadas volvieron a resonar, multiplicándose, ahogándome.
Me levanté de golpe, con la respiración agitada.
—¡Basta! —grité, sintiendo la ira arder en mis venas.
El reflejo se detuvo. Me miró, y su sonrisa se torció en algo aún más oscuro.
—Eso es… —susurró con satisfacción—. Déjalo salir.
Mis labios temblaron, mis ojos ardieron.
—Lo haré.
—Dilo otra vez.
—Lo haré.
Mi reflejo inclinó la cabeza; su sonrisa era cada vez más amplia.
—Juntas.
—Juntas —susurré, sintiendo la oscuridad abrazarme como un amante.
Y entonces, las dos estallamos en risas. Una carcajada estruendosa, afilada, maníaca. Un eco de sombras que sellaba nuestro pacto de venganza; no quería aceptarlo, pero era un éxtasis de placer. Sentía adrenalina, estaba harta de ocultar siempre todo aquello, pero ya no más. Es momento de que renazca junto con mis sombras porque al final es parte de mí, como yo siempre lo he sido de ella.
El día del gran movimiento pronto estaba cada vez más cerca; podía casi saborearlo. Me senté frente al espejo, observando a la otra Ydnela. Su sonrisa era fría, calculadora, una imagen distorsionada de mí misma.
—Bien, ahora dime… —Susurró ella, inclinando la cabeza. —¿Cómo lo haremos?
Mis dedos tamborilearon sobre la mesa, mi respiración pausada, controlada.
—Porque él me mintió. Porque me usó. Porque creyó que podía hacerme su marioneta.
—Sigue… —susurró mi reflejo, con los ojos brillantes de expectación.
—Por lo tanto, él debe pagar. Pero no de cualquier manera. No puede ser rápido. No puede ser simple.
—Exacto… —La voz de mi reflejo era un veneno dulce, deslizándose por mis pensamientos.
—La muerte es demasiado fácil. Un solo instante y se acaba. Pero el dolor… el sufrimiento… eso es eterno.
Mi reflejo sonrió, satisfecha.
—Quiero que lo sienta en cada respiro. Que se despierte en la noche con el terror pegado a la piel. Que cada sombra le recuerde que su final se acerca, que su castigo ya está escrito.
Mis ojos se clavaron en los suyos.
—Porque si él pudo jugar conmigo, yo jugaré con él. Y cuando ya no le quede nada, cuando su mundo se haya convertido en cenizas, cuando su voz se ahogue en un grito de desesperación…
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Editado: 22.02.2025