Faraón: muerte y obra

V: El escape

Los tres formaban un círculo alrededor del cráneo. Araq apenas podía mantenerse en pie.

—¿Ganamos? ¿Así de fácil? —preguntó la joven.

—Ocultarnos durante días en un palacio lleno de monstruos no fue «fácil» —protestó su hermano—. Además papá...

—Estoy bien —mintió Araq—.

Una explosión sacudió el palacio rociándolos de polvillo.

—¿Pero cuántos incendios provocaron, niños? —añadió.

—Puede que nos hayamos pasado un poco... —dijo ella.

—Hay que irnos.

—No lo creo —susurró el cráneo.

Un crujido estremecedor los hizo voltear al unísono. Uno por uno, cada hueso del montón salía disparado hasta ocupar el lugar que le correspondía: el esqueleto se estaba reformando. El cráneo comenzó a levitar.

—¡INSECTOS IMPERTINENTES! —rugió entre carcajadas dementes—. ¡SOY INMORTAL! ¡SOY UN DIOS! ¡SOY...

—¡Nop! —exclamó el joven, atajó el cráneo y echó a correr.

Su padre y hermana intercambiaron miradas y corrieron tras él.

—¡Suéltame, gorila grasiento! —gritaba el cráneo.

—¡Papá, ¿qué hacemos?! —gritaba el muchacho.

—¡Cuidado! —gritaba su hermana.

El corredor los condujo a un patio interno. El calor era brutal: las pérgolas en llamas eran como hogueras que abrasaban sus rostros y chamuscaban sus túnicas. El humo ocultaba el cielo.

—¡Quema! —tosió el joven.

—Yo no siento nada —se mofó el cráneo.

—¡Sigan corriendo! ¡No pasa nada! ¡Como en la forja! —ordenó Araq.

Atravesaron el patio a toda carrera y llegaron a una amplio salón parcialmente derrumbado. Araq trastabilló y cayó de rodillas aferrándose el tórax.

—¡Papá! —gritó su hija, y corrió junto a él.

—Papá no puede seguir, sólo yo puedo salvarlos —susurró el cráneo.

—Estoy bien —balbuceó Araq—, sólo necesito... —y se tumbó.

—Está muriendo, pero puedo sanarlo —insistió el cráneo.

El joven agitó el cráneo en dirección a su padre.

—¡Hazlo! ¡Cúralo! —suplicó.

—Pero verás, muchacho, para ello necesito mis manos, ¿comprendes?

—¡No! —gimió Araq.

—Tu padre desvaría, no vivirá mucho más. Debes reunirme con mi cuerpo. Corre, no hay otra opción.

—¡Miente! —intervino la hermana—. ¡Zaku, no lo escuches! ¡Papá está bien!

Araq asentía débilmente con la cabeza.

—Ella no comprende. Zaku, eres tan listo, tan valiente, sólo tú puedes salvar a tu padre.

—¡Ya cállate, bola de huesos! —exclamó Zaku, y le sujetó la mandíbula.

—¡¿Cómo te atremmm?!

—Nanaya... Lleva a tu hermano... —gimió Araq desde el suelo.

—¡Ni se te ocurra! ¡Vamos, arriba! —ordenó ella.

Entre los dos obligaron a su padre a ponerse de pie. Araq estaba pálido. Sus labios pronunciaban un rezo silencioso.

—¡Sigamos! —dijo Nanaya.

Pero Zaku miraba frenéticamente en todas direcciones.

—¡La salida! ¡Está bloqueada!

—¡Por aquí! —exclamó ella.

Nanaya echó a correr por un pasillo lateral. Zaku pasó el brazo de su padre por sobre su hombro y la siguió. Avanzaron por el corredor zigzagueante trepando entre pilas de escombros. Araq trastabillaba cada pocos pasos haciendo perder el equilibrio a su hijo. Zaku creyó ver una sombra correteando entre las rocas.

—¡Nanaya! —jadeó, empapado de sudor.

Ella no respondió. Giró a la izquierda y se perdió de vista. Zaku apretó los dientes y tiró de su padre, que estaba perdiendo el ritmo. Cada paso era más duro que el anterior.

—¡Papá! ¡Vamos! ¡Ya casi!

Pero Araq apenas se movía. Zaku se apuntaló contra el muro y arrastró a su padre. Al girar, se topó con su hermana inmóvil. Ante ella, el corredor se había derrumbado.

Estaban atrapados.

Zaku arrojó el cráneo, se arrancó la coraza y se abalanzó contra los escombros. Pateaba, empujaba y tironeaba, pero los bloques no cedían. Araq se reclinó contra el muro y resbaló lentamente hasta caer sentado. Nanaya caminaba de un lado a otro.

—¡Basta, Zaku! ¡Hay que volver! ¡Busquemos otra salida! —exclamó.

—¡No! ¡Papá no puede seguir! ¡Ven, ayúdame!

Zaku se aferró a un bloque y tiró. Apoyó un pie contra los escombros y luego otro. Sus yemas sangraban. El gruñido de esfuerzo se transformó en un sollozo de impotencia.

—Dulce Nanaya, aún hay esperanzas —susurró el cráneo.

—¡CÁLLATE! —bramó ella.

—Puedes salvarte... Puedes salvarlos a todos —insistió.

El rostro de Nanaya estaba encendido de furia. Alzó un bloque de granito más pesado que ella misma y con un rugido animal lo descargó sobre el cráneo. La roca crujió y se partió en dos. El cráneo, intacto, lanzó una risa despectiva.

Araq entreabrió los ojos, gateó pesadamente hasta el cráneo y lo tomó con manos temblorosas.

—¿Tienes miedo, hechicero?

—Te daba por muerto. ¿Qué ocurre, héroe? ¿Tu magia blanca se agotó?

—La usé... para otra cosa.

—Ya lo creo. Dime, ¿qué se siente matar a tus propios hijos?

—Te equivocas —respondió orgulloso—, fueron ellos quienes insistieron en venir.

Araq volteó el cráneo hacia sus hijos.

—¡Miren, niños! ¡Piensa que tememos a la muerte como él! —se burló.

Sus hijos señalaron el cráneo y forzaron carcajadas.

—Es el día más glorioso de mi vida —dijo Nanaya.

—Cantarán sobre nosotros hasta el fin de los tiempos —agregó Zaku.

—¿Comprendes ahora? —continuó Araq—. Estás acabado. ¡Por tí, hermano! —exclamó.

—¡Por tí, tío! —agregaron sus hijos.

—¡Ay de mí! —suspiró el cráneo—, excepto...

—¿Excepto qué?

—Ah, pero no quisiera interrumpir su júbilo... Los cantos en su honor...

—¿Excepto qué, hechicero?

—La mismísima muerte no fue capaz de detenerme, ¿por qué crees que una pila de rocas iba a hacerlo?

Los tres intercambiaron miradas nerviosas.

—Da igual —gruñó Araq—, quedarás sepultado para toda la eternidad.

—¡Diez mil servidores reanimados, héroe! ¿Sabes siquiera contar hasta diez mil? ¿Cuánto crees que les tome desenterrarme? ¿Una semana? ¿Dos, a lo sumo? Para ti, es el fin de tu linaje; para mí, son vacaciones.



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En el texto hay: accion, aventura, fantasy

Editado: 18.10.2025

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