Faraón: muerte y obra

VI: El accidente

El derrumbe había cesado.

Nanaya abrió un ojo: oscuridad. ¿Estaba muerta? Lo consideró un instante, pero las protestas de cada fibra de su extenuado cuerpo le aseguraron que, por el contrario, estaba bien viva.

Sentía cosquillas en la coronilla. Se frotó el cabello y percibió los fragmentos de granito apartándose de ella, crujiendo unos contra otros al alejarse.

—Pero qué... —murmuraba su hermano desde algún sitio.

Tanteó a su alrededor: rocas y escombros se hacían a un lado con facilidad. Descubrió que su cuerpo reposaba en el aire. Reflexionó cuidadosamente sobre ese hecho, decidió que estaba cayendo, y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Nanaya! —exclamó Araq.

—¡Papá! —gimió ella.

—¡Estoy flotando! —dijo Zaku.

—No... —murmuró el cráneo—. No, no, no.

—¡Niños! ¿Están bien? ¡Vengan, sigan mi voz! —ordenó Araq.

Se impulsaron contra los escombros más grandes y flotaron a tientas en la oscuridad. Era como bucear por el aire: no había arriba ni abajo, y podían moverse en todas direcciones con absoluta libertad. Pronto se reunieron en un torpe abrazo.

—¡Papá! ¿Qué está pasando? —preguntó Zaku.

—No lo...

Una luz se escurrió entre los escombros. El palacio, o lo que quedaba de él, levitaba gentilmente en torno a ellos. Balcones y escaleras en ruinas flotaban sobre sus cabezas como nubes de piedra. Habitaciones partidas rotaban lentamente derramando muebles y ornamentos en todas direcciones. Bloques sueltos chocaban entre sí y luego se alejaban en nuevas trayectorias. Un potente resplandor proveniente de los cimientos derruidos del palacio bañaba la escena de un tono azulado.

—Es... ¡Es un milagro! —lloró Araq—. ¡El buen Dios ha oído nuestras plegarias!

—¡Ningún dios, hipopótamo ignorante! —exclamó el cráneo, flotando entre los escombros—. ¡Las baterías de éter!

El brillo azulado aumentaba paulatinamente, acompañado de un zumbido grave que les sacudía las tripas.

—¿De qué hablas? —gruñó Araq.

—¡La explosión desestabilizó los resonadores! ¡El flujo etérico se está revirtiendo!

—Ah.

—¡¿Acaso no comprendes?!

—Comprendo perfectamente. Niños, hay que irnos. Zaku, toma el cráneo, lo arrojaremos a un volcán. Que sus monstruos lo rescaten si pueden.

—¡LA CIUDAD ENTERA SERÁ DESINTEGRADA!

Pero Araq ya se alejaba.

—¡Héroe... Araq! —llamó el cráneo.

El tono angustiado lo hizo titubear. Se giró de mala gana.

—¡No puedes huir! —agregó.

—Puedo intentarlo.

—¡No! ¡Debes estabilizar los resonadores! ¡Usa tu magia!

—Se volvió loco, papá, vámonos —dijo Nanaya.

—Grandísimo... —la voz del cráneo se suavizó—. Suficiente: no más riñas, Araq; no más trucos. Si no haces lo que te ordeno, todos morirán.

—Estupendo.

—¡No! Son niños, maestros, artesanos... Cien mil vidas inocentes. No son responsables de lo que le ocurrió a tu hermano.

—Da igual, tu reino muere con ellos.

Araq le dio la espalda, pero no se movió. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con la empuñadura de su martillo.

—¿Sacrificarás a miles para obtener tu venganza? —acusó el cráneo.

—No hay nada que pueda hacer.

—¡Es un conjuro muy simple! Te lo enseñaré: «Ka», palma derecha al frente...

—No sé de qué hablas.

—¡Notación dracónica! ¿Cuál utilizas tú?

Araq suspiró.

—Yo... No sé hacer magia.

El crujido de cristales rotos emergió desde los cimientos. El resplandor azulado se tornó rojo sangre.



#1238 en Fantasía
#201 en Magia
#1785 en Otros
#574 en Humor

En el texto hay: accion, aventura, fantasy

Editado: 18.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.