Todo empezó una fría y lluviosa noche de diciembre cuando Margarita Salazar regresaba a su apartamento cargada de carpetas. Esa mañana, una de las pruebas de la tesis doctoral en la que estaba trabajando había fallado y llevaba a casa parte de la documentación para localizar el error. Hacía seis meses que se había licenciado con un expediente brillante en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.
Jadeante, entró en el apartamento, dejó las pesadas carpetas sobre la mesa de estudio y se dirigió a la cocina a preparar té. Tiritando, se cubrió con una manta de viaje y se sentó frente a la mesa. Cogió la primera de las carpetas. Apenas había leído unas páginas cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Miró la pantalla y vio que se trataba de un número que desconocía. Aun así, contestó.
—¿Margarita Salazar? —preguntó una voz masculina y grave desde el otro lado de la línea—. Soy el doctor Emilio Glok y le llamo de parte del doctor Pereira.
Félix Pereira era el catedrático de Microbiología de la Facultad de Medicina y el director de su tesis doctoral. Durante los cuatro meses que llevaban trabajando juntos, Margarita le había oído hablar en múltiples ocasiones del doctor Glok. Decía que era un científico importante y que había colaborado con él en varias publicaciones. Además, les unía una gran amistad.
—¿Le ha comentado el doctor Pereira que le iba a llamar?
Margarita negó con una voz suave.
—Bueno, no pasa nada, se le habrá olvidado. Conozco a Félix desde hace años y sé que siempre está desbordado de trabajo. Pues verá, Margarita, le llamo para invitarle a asistir pasado mañana a una reunión científica muy importante. Ayer telefoneé a Félix para invitar a alguien de su departamento y enseguida pensó en usted. Por lo que me comentó, el tema de la reunión está muy relacionado con su tesis doctoral. ¿Qué me dice? ¿Le gustaría venir?
Margarita guardó unos segundos de silencio.
—Pues..., no sé —contestó al fin titubeante—. Apenas llevo tres meses trabajando en el laboratorio y probablemente no tengo los conocimientos suficientes para...
—Por favor —la interrumpió contundente—, no lo dude. Félix no la hubiera recomendado si no creyera que los tiene. Y le repito, la reunión va a ser muy interesante.
Ante la insistencia del doctor Glok, Margarita alargó la mano hacia el cubilete y cogió un bolígrafo dispuesta a anotar los detalles de la reunión.
—No es necesario que anote nada —dijo Glok en un tono animado— Mañana, a primera hora, un servicio de mensajería le entregará en el laboratorio la acreditación. Lo único que le pido es que no abra el sobre allí, ni comente nada con sus compañeros, ni con nadie de su entorno. A la reunión van a asistir científicos de renombre y todas las medidas de seguridad son pocas. Ya me entiende...
Margarita colgó el teléfono aturdida. El corazón le latía acelerado. No podía creer que un científico tan célebre como era el doctor Glok la invitase a asistir a una reunión tan importante, y mucho menos que su jefe la hubiese elegido entre todos sus compañeros.
Durante unos minutos trató de relajarse y olvidar la conversación que acababa de mantener, pero su mente no era capaz de recuperar la atención. Por mucho que se afanaba en leer y releer la documentación de la prueba, le volvían a la cabeza las palabras que acababa de pronunciar el doctor Glok.
Martes, 14 de diciembre 2021.
Universidad Complutense de Madrid. Laboratorio de microbiología.
Unos minutos antes de la hora de entrada, Margarita entró en el laboratorio cargada con las carpetas de la prueba. Estaba impaciente por hablar con su jefe sobre la conversación mantenida hacía unas horas con el doctor Glok y también por recibir la acreditación. Pasaron unos minutos y llegaron sus compañeros. Entre ellos, un mensajero preguntó a gritos por Margarita Salazar. En el laboratorio se recibía a diario correspondencia, documentación, revistas científicas y libros de interés médico por lo que nadie le preguntó nada. Cogió el sobre y regresó a su puesto de trabajo. Aunque en un primer momento estuvo tentada de abrirlo y leer la acreditación, recordó las instrucciones del doctor Glok y lo guardó en el fondo del bolso.
Pasó un rato y llegó el doctor Pereira. Margarita, al verlo, se le acercó corriendo.
—Me imagino de qué quieres hablarme —dijo el catedrático abriendo la puerta de su despacho e invitándola a pasar— ¿Te llamó Emilio Glok ayer?
—Sí —respondió ella mirándolo fijamente—. Le agradezco mucho que haya pensado en mí, pero me da miedo no estar a la altura de la reunión. Carecer de los conocimientos suficientes. Además, en el laboratorio hay compañeros con más experiencia que yo y...
—Por favor, Margarita —le interrumpió el catedrático tajante—, sí te he recomendado es porque pienso que va a ser importante para tu tesis doctoral. Espero que hayas aceptado. Ya sabes que Emilio y yo tenemos mucha amistad. Por cierto, ¿encontraste ayer el fallo de la R64?
—Me llevó unas cuantas horas, pero al final lo encontré. Acabo de montar la prueba para repetirla.
—Perfecto. Pues si no me quieres comentar nada más, empecemos a trabajar. Por delante nos espera un día complicado.