Farmachip

Capítulo II - La presentación

**

Si os está gustando mi libro, déjame un comentario y
sígeme en mi página de autor https://booknet.com/es/cristina-gumuzio-u10235648

**

Miércoles, 15 de diciembre 2021. Hotel Metropol, Moscú

En la sala de espera de Seremeteivo II, el aeropuerto internacional de Moscú, un par de individuos, altos y corpulentos, esperaban a Margarita mostrando un cartel con su nombre. Nada más encontrarse, Sasha, que era como se llamaba el más corpulento, le tendió serio la mano y le indicó que los acompañara. Como era la primera vez que viajaba a Rusia, Margarita fue todo el trayecto al hotel mirando ensimismada a través de las ventanillas del coche. Moscú se mostraba especialmente bonito ese día, todo cubierto de blanco. Las cúpulas doradas de las iglesias competían con la nieve para mostrar su intenso brillo.

A las dos y media de la tarde llegaron al hotel Metropol. Cruzaron el vestíbulo principal y se acercaron al mostrador de recepción. Sasha intercambió unas palabras con el encargado de recepción y luego se dirigió a Margarita. Le pidió el pasaporte y, tras rellenar un formulario, le entregó la llave de la habitación.

—En un rato puede bajar a recoger el pasaporte —le explicó Sasha en un inglés deficiente—. Ahora tienen que escanearlo. Suba a la habitación y espere a que le avisen.

Margarita se despidió de los dos hombres y se quedó unos minutos admirando el enorme vestíbulo del hotel. Todo le parecía majestuoso; la entrada, la escalera, el ascensor, los pasillos. Le llamaron la atención los techos, muy altos, y la decoración tan exquisita y cuidada. Subió a la habitación y su enorme tamaño la dejó deslumbrada. Colocó la bolsa de viaje sobre la cama y se acercó a la ventana a contemplar las vistas. El sonido del teléfono de la mesilla la sobresaltó.

—Buenas tardes, Margarita —saludó el doctor Glok con una voz alegre — ¡Bienvenida a Rusia! ¿Qué tal el viaje?

—Gracias, todo ha ido muy bien —respondió con la voz entrecortada—. Lo único, doctor Glok, es que la acreditación no indica dónde debo presentarme. Las personas que me han ido a recoger me han dicho que espere aquí.

—Tranquila. Dispone de unas horas para descansar. Han surgido problemas en los vuelos de algunos de los asistentes y la reunión se ha aplazado a las siete de la tarde. Si no surge ningún otro inconveniente, mi secretaria personal le pasará a recoger por la habitación a las siete menos cinco. Por cierto, Margarita, el hotel tiene un restaurante excelente y la organización quiere que disfrutemos al máximo de nuestra estancia aquí. Le sugiero que encargue que le suban algo de comer. Pida lo que más le apetezca. Descanse y disfrute de la comida. Nos vemos en un rato.

Nada más colgar el teléfono, Margarita bajó a la recepción. Quería recoger el pasaporte y caminar hasta el Kremlin. Desde el coche había visto que se encontraba a pocos minutos andando del hotel. El recepcionista le dijo que el escáner del hotel se había estropeado y que de momento no se lo podía devolver. Se acercó a la puerta de entrada. La nieve caía con más intensidad que a su llegada así que entre esto y que no tenía pasaporte decidió regresar a la habitación.

Después de ojear el menú, llamó al servicio de habitaciones. Mientras esperaba la llegada del camarero con la comida, intentó de nuevo hablar con Mario. De hecho, llevaba desde primera hora de la mañana intentando sin éxito hablar con él, y también con su familia, pero su teléfono móvil seguía sin conectarse a la red. A media tarde se le ocurrió realizar una llamada internacional desde el teléfono fijo de la habitación pero tampoco le dio tono de llamada. Nerviosa, pulsó a lo loco varias teclas para hablar con la recepción, con el servicio de habitaciones... no obtuvo ninguna respuesta. Sin ninguna opción alternativa, se resignó a posponer la llamada a Mario hasta las siete de la tarde. Tenía claro que era lo primero que le iba a pedir al doctor Glok.

A las siete menos cinco tocaron con los nudillos a la puerta. Afuera la esperaba una mujer, alta y rubia, de unos cuarenta y tantos años, que con una media sonrisa la saludó en un buen inglés:

—Buenas tardes, doctora Salazar. Soy Olga, la secretaria del doctor Glok. Acompáñeme, por favor.

Desde el primer momento, Margarita percibió que la secretaria era antipática y distante. En silencio la siguió hasta el ascensor. Bajaron hasta la planta inferior a la de recepción y recorrieron un pasillo estrecho, mal iluminado, al que daban varias puertas. Casi al fondo del pasillo, Olga abrió una puerta. Pasaron a un pequeño vestíbulo, que también se encontraba en penumbra, y que comunicaba con una sala.

De pronto, una voz la llamó desde el interior de la habitación.

—¡Muy buenas, Margarita! —dijo el doctor Glok acercándose corriendo a ella— ¿Ha podido descansar?

El científico la agarró con suavidad del brazo y la acompañó hasta su puesto. Margarita tenía la cara enrojecida y lo miraba suplicante.

—Doctor Glok, no quiero molestarle, pero necesito realizar una llamada. No sé qué le ocurre a mi teléfono móvil, no se conecta a la red. He intentado hablar desde el teléfono de la habitación y tampoco he podido.

—Como lo siento, Margarita —le interrumpió con un tono de voz pesaroso—, la tormenta de nieve ha provocado un problema general en las líneas telefónicas, aunque estoy seguro de que en poco tiempo se va a solucionar y entonces se restablecerán las comunicaciones.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.