Margarita fue la primera en abandonar la sala de reuniones. Con el corazón latiéndole deprisa, siguió a Olga por un pasillo que se encontraba en penumbra. Al igual que lo poco que había visto del edificio; el vestíbulo principal y la sala de reuniones, vio que las paredes, el techo y el suelo del pasillo eran de acero inoxidable y que la tenue luz que lo iluminaba procedía de una hilera de focos de baja intensidad, incrustados en el suelo. Antes de llegar al final del corredor, Olga se detuvo ante una puerta y la abrió. Era la puerta de su camarote. Nada más entrar, y quedarse a solas, Margarita se echó a llorar. La tensión acumulada en las últimas horas le resultaba en ese momento imposible de contener. Además, el camarote era muy pequeño y le provocó una desagradable sensación de claustrofobia. Había una cama y una mesa, ambas sujetas a la pared, una silla giratoria, fijada al suelo, y una estrecha puerta corredera que daba a un cuarto de baño minúsculo. Al igual que el resto del edificio, las paredes, el techo y el suelo eran de acero inoxidable. Le angustió ver todo tan gris y frío. Además, no había ninguna ventana que dejase ver el exterior.
Margarita se sentó en la silla giratoria y pasó los primeros minutos bloqueada, sin saber qué pensar, ni qué hacer. Tras estar un buen rato sumida en la más profunda desesperación, hizo un esfuerzo por sobreponerse y recuperar el control. Abrió la puerta del armario y vio que se encontraba perfectamente equipado con ropa de laboratorio y calzado de su talla. Cogió un pantalón con su camisola a juego y unos zuecos blancos y entró en el cuarto de baño a darse una ducha. Con los ojos cerrados y la espuma y el agua caliente cayéndole por el cuerpo y la cara pensó, por unos instantes, que estaba en casa. Por desgracia, esa sensación agradable duró poco.
Salió del cuarto de baño y vio que sobre la mesa le acababan de dejar algo para comer. Abrió el recipiente de plástico y encontró en su interior un sándwich de pollo y un refresco. Aunque llevaba horas en ayuno, se encontraba incapaz de tomar nada. Sentía el estómago cerrado. Solo pensaba en su familia, en lo preocupados que estarían de no tener noticias de ella. También pensó en Mario y lo echó profundamente de menos. Si le hubiese puesto al corriente de lo que sucedía, nada de esto la hubiese pasado. ¡Cómo se arrepentía de haber recelado de él! Miró la hora en su móvil y vio que eran las dos de la tarde. Le quedaban tres largas horas hasta que empezase la reunión. Pensó en ir en busca de Ellen y Cindy, le tranquilizaba estar con ellas. Le dio miedo salir, no sabía que camarote les habían asignado. Derrumbada, se tumbó en la cama. Con el cuerpo relajado por la ducha, se quedó sumida, durante un par de horas, en un ligero duerme vela. A las cinco menos cuarto de la tarde, la alarma del móvil la despertó. Desorientada, se frotó los ojos. No sabía dónde estaba. Enseguida, la consciencia la devolvió bruscamente a la realidad.
Presa de una gran inquietud, salió del camarote. El pasillo, en silencio, le pareció mucho peor que a su llegada. Todo era gris e impersonal. Atravesó la recepción y llegó a la sala de reuniones. La iluminación de la sala, por el contrario, era intensa y la deslumbró al entrar.
Viernes, 17 de diciembre de 2021
—Buenas tardes, Margarita —la saludó Emilio Glok sonriente—. ¡La primera en llegar! ¡Que puntual! ¿Ha descansado algo?
Margarita estaba tan enfadada con el doctor Glok que evitó mirarle a los ojos. No soportaba esa sonrisa embaucadora, que tanto la había engañado, ni esa falsa confianza. Se dirigió al asiento que él le indicó y enseguida se dio cuenta de que la colocación de los científicos en la mesa era idéntica a la de la reunión del Hotel Metropol. Este hecho le causó un gran malestar. Su asiento se encontraba alejado del de Ellen, la única persona del grupo con la que tenía más confianza.
—¿Le sirvo un té o prefiere café o algún refresco?
—Té, gracias— contestó seca.
Pasados unos minutos, llegaron a la sala el resto de los científicos. Al igual que Margarita, todos tenían una mirada seria. El doctor Glok los recibió con un saludo jovial, en un intento de conciliar la situación, pero no consiguió su objetivo. La mayoría no le contestaron y el resto lo hizo con un saludo frio.
La mesa de la sala de reuniones era ancha y rectangular lo que permitía a los científicos ver sin problema la enorme pantalla que colgaba de la pared central.
—Muy buenas tardes a todos —saludó el doctor Glok sonriendo, mientras se acercaba con el puntero a la pantalla—. Espero que hayan descansado. En primer lugar quiero enseñarles el edificio y, para ello, Olga va a iniciar la presentación desde su ordenador. Adelante, Olga.
La pantalla se iluminó por completo y uno detrás de otro fueron apareciendo diagramas mostrando la distribución del edificio e imágenes reales tanto del interior como del exterior.
—Como pueden ver en la pantalla —continuó diciendo en un tono animado—, nos encontramos dentro de un cubo de acero. Para su tranquilidad les informo que el edificio lleva en actividad más de un año y que, a día de hoy, y a pesar de estar a unos diez mil metros de profundidad, no ha habido ningún problema técnico de importancia. En la planta inferior se encuentra el laboratorio donde trabajaremos y les puedo asegurar que se encuentra equipado con la más alta tecnología conocida en el mundo. Ahora no me voy a detener en ello. En este punto nos centraremos más adelante, cuando conozcamos las instalaciones in situ.