Farmachip

Capítulo VII - Primeros resultados

Los días fueron pasando, y también las semanas y los meses. Los científicos, cada día, se mostraban más desanimados. La mayoría había perdido peso, tenía la cara pálida y el pelo y la piel apagada. Margarita era una de las que se encontraba más deprimida. No soportaba la incertidumbre de saber cuándo podría abandonar ese lugar, ni vivir cada día con esa luz mortecina, la misma temperatura uniforme, viendo cada mañana las mismas caras, hablando más o menos de lo mismo, y soportando fracaso tras fracaso en el experimento. Además, desde la cena de Navidad, el doctor Glok no les había permitido chatear con sus familias. Por mucho que trataba de animarse, no era capaz de poner un límite a esa pesadilla. Estaba convencida de que si no conseguían diseñar el Farmachip, los promotores no los dejarían regresar. Emilio intentaba motivarla con la promesa de que iba a conseguir un nuevo permiso para chatear, pero Margarita no le creía. Pasaban los días y el permiso nunca llegaba. Lo único que le animaba era la reunión que tenía por la noche con sus amigos. Con ellos sentía que seguía siendo ella misma, le devolvían el reflejo de la realidad. Desde la noche de Navidad, Ellen, Ernest, Rudolf y ella se habían vuelto inseparables y pasaban muchas horas en la sala de estar.

La mañana del uno de junio sucedió algo determinante. Rudolf y Petre no habían acudido como era lo habitual al comedor a desayunar y tampoco se encontraban en la sala de reuniones. Emilio miró la hora y le preguntó a Margarita si sabía dónde estaban. Antes de que le diese tiempo a contestar que no lo sabía, los dos irrumpían atropelladamente en la sala. Rudolf se acercó corriendo a la pizarra y le pidió a Emilio permiso para hablar.

—Como veis por nuestro aspecto —saludó con la voz entrecortada—, ni Petre ni yo hemos dormido nada esta noche. Tengo que confesaros, y Emilio discúlpanos por ello, que anoche, una vez que estabais todos acostados, Petre y yo regresamos al laboratorio. Durante la cena, una frase que ninguno de los dos recordamos quién dijo, nos iluminó la mente. Miré a Pietre y me di cuenta de que había captado lo mismo que yo. Entonces nos hicimos un gesto por lo bajo y acordamos regresar más tarde al laboratorio a realizar una prueba. ¡Ha funcionado!

—¿Funcionado? ¡No te entiendo! ¿Qué ha pasado? —gritó Ernest levantándose de un salto y acercándose corriendo a la pizarra. Aunque tenía una personalidad calmada y controlada, la noticia le había desbordado por completo.

—Pues veréis —dijo Rudolf exultante—, modificando un factor en la prueba que hacemos cada día, hemos conseguido que una nanotestigo se adhiera a la membrana de una célula tumoral epitelial de pulmón de ratón.

—¿Estás seguro? —insistió Ernest desbordado.

—Sí —contestó contundente—. La sonda asociada a la nanopartícula ha enviado, por bluetooth, una señal clara al ordenador. Ante esto, Petre ha ordenado a la nanotestigo que atraiga a las nanoactuantes, hecho que también hemos constatado, y las nanoactuantes han penetrado en la célula marcada.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —gritó Manuel eufórico, mientras golpeaba la mesa, como si fuese un tambor, con las palmas de sus manos.

—¿Y cuál es ese factor? —preguntó Margarita casi sin respiración.

—La densidad del gel —respondió triunfante Rudolf—

¡Ése era el problema! Parece mentira que no nos hayamos dado cuenta antes, la densidad era demasiado elevada. Ahora, con una densidad menor, las nanopartículas han navegado sin problema por el torrente circulatorio. ¡Mirad las imágenes que nos ha enviado la sonda! ¡Son impresionantes!

Petre introdujo un lápiz de memoria en el ordenador de Olga y, en unos segundos, empezaron a ver en la pantalla una secuencia de imágenes. A Margarita le costó mucho creer lo que estaba viendo, pero era evidente.

La emoción era tan grande que no cabía en la sala. Manuel se levantó y empezó a dar saltos por toda la habitación. El resto también manifestaron su alegría, chocando las palmas de las manos, haciendo gestos de victoria,... Emilio, por el contario, se mostraba inquieto, se frotaba la barbilla con ansiedad. Estaba expectante. Parecía que intuía que había algo más. Y que estaba en lo cierto. Rudolf hizo un gesto a Petre para que se acercase a la pizarra. Una vez allí, tomó la palabra.

—Yo también tengo algo muy importante que contaros —dijo con una voz pausada—. Siguiendo las instrucciones del protocolo, he ordenado a las nanoactuantes que se encontraban en el interior de la célula tumoral pulmonar, para que una vez integradas en su ADN modificasen su código genético y provocasen la apoptosis celular. ¡Y es increíble! Desde hace un par de horas en la sonda no se recibe ninguna señal de actividad celular con lo que creemos que la célula tumoral pulmonar se ha destruido.

La emoción, tan contagiosa, fue pasando de unos a otros, que se abrazaron llorando. Entre todos, aportando cada uno un poco, habían conseguido lo improbable. ¡Lo imposible! Atrás quedaban los días de esfuerzo y de frustración. ¡La densidad del gel! Margarita no podía dejar de preguntarse cómo no se les había ocurrido antes.

Ernest interrumpió la celebración gritando, con el jaleo que había en la sala era muy difícil hacerse oír:

—¡Rápido, vayamos al laboratorio! Me muero por probarlo en mis ratones. Quiero ver si las nanoactuantes son capaces de generar médula. Estoy impaciente. No puedo esperar ni un segundo más para probarlo.

 




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