Farmachip

Capítulo X - Primeros incidentes

Última semana de julio 2022

Una tarde de finales de julio, cuando la sirena del laboratorio sonó avisando la hora de salida, Petre le pidió a Emilio quedarse un rato más trabajando en el ordenador. La norma del laboratorio central obligaba a que todos saliesen a la vez.

—... es que no me ha dado tiempo a terminar una tarea importante y la necesitamos para las pruebas de mañana —dijo el informático intentando ser convincente.

Emilio dudó durante unos segundos, al final accedió. Era consciente de la función tan importante que tenía Petre en el proyecto y, además, confiaba plenamente en él.

—Pero, por favor, se breve —le pidió, intranquilo. Emilio sabía que una de las principales preocupaciones de los encargados del proyecto era que alguien pudiese manipular las pruebas del laboratorio o los resultados del ordenador.

Una vez que se quedó solo, Petre respiró aliviado. Llevaba meses intentando que su ordenador se comunicase con el exterior y sabía que estaba a punto de conseguirlo, pero temía que Emilio o alguno de sus compañeros pudiesen descubrirle. Aunque tenía amistad con el grupo de las cartas no quería ponerlos en conocimiento de sus planes. Por un lado por no crearles expectativas y por otro lado por miedo a que los vigilantes lo descubriesen.

Nervioso empezó a probar una nueva vía de conexión con el router central del edificio. De pronto, por casualidad, captó una comunicación de alguien del interior hablando con alguien del exterior. En su intento obsesivo por desbloquear la clave, que impedía a su ordenador conectarse a la red principal del edificio, había accedido a un canal privado de un ordenador del interior. Lo que leyó en la pantalla le dejó sin respiración. Asustado, apagó el terminal y con el corazón latiéndole con fuerza, salió corriendo del laboratorio.

 

19.20

Antes de la hora de la cena, Ellen pasó a recoger a Margarita por su camarote. Habían quedado con Ernest y Rudolf para tomar una cerveza antes de ir al comedor. Las dos hablaban en un tono animado cuando se cruzaron con Petre por el pasillo.

—¿Te vienes a tomar una cerveza? —le preguntó Margarita sonriente.

—Sí, claro —contestó el informático intentando mostrarse tranquilo, aunque su voz tenía un pequeño tartamudeo—. Esperadme un momento, voy a coger un jersey.

—Y péinate un poco —le gritó Ellen—, que pareces un científico loco.

Petre acostumbraba a llevar el pelo perfectamente engominado.

A Ellen le había llamado la atención el aspecto tan descuidado que tenía y le comentó por lo bajo a Margarita lo raro que le parecía verlo tan despeinado.

Una vez en la sala de estar, Petre empezó a repartir las cartas. Desde que se había incorporado, días atrás, a la tertulia nocturna, los cuatro habían cambiado el bridge por el continental. Ellen acercó a la mesa una bandeja con refrescos y se puso a preparar las bebidas.

Esa tarde, Petre pidió repartir las cartas y lo hizo mucho más despacio de lo habitual. Mientras las barajaba, relató una historia intrascendente sobre su etapa escolar. A medida que avanzaba el relato, los cuatro se mostraron pensativos. Siguiendo las instrucciones que le había dado días atrás Rudolf, de cómo introducir las palabras ocultas, fue llegando con el relato, el mensaje. Petre les contó por encima la conversación casual que acababa de captar en el ordenador, en la que alguien del interior del edificio le comunicaba a alguien del exterior que los ensayos iban <<peligrosamente>> bien y le preguntaba que iban a hacer con los científicos.

Los cuatro se quedaron impactados por la noticia, aunque disimularon ante las cámaras y empezaron a tomarle el pelo, a Petre, recriminándole, entre risas, lo mal estudiante que había sido de pequeño.

—No entiendo nada —camufló Margarita en otra anécdota que empezó a contar—. Si no hemos conseguido nada positivo por el momento. El Farmachip en humanos está claro que no funciona.

 

Al día siguiente, viernes 29 de julio de 2022
9.00 de la mañana

Llevaban unos minutos sentados en la sala de reuniones cuando Margarita, muy extrañada de no haber visto a Petre durante el desayuno, ni tampoco en ese momento, preguntó en voz alta:

—¿Y Petre? ¿Le ha visto alguien?

—No —contestaron la mayoría de los científicos de palabra o negando con la cabeza.

Olga levantó sin emoción los ojos del papel y constató cómo efectivamente, Petre no estaba sentado en su sitio. Emilio miró su reloj de muñeca y giró la cabeza hacia atrás, para ver si le veía entrar por la puerta.

—Olga, por favor —le pidió impaciente por empezar cuanto antes la reunión—, acércate a su camarote a averiguar qué le ocurre, quizá se encuentre indispuesto.

—Voy —contestó Olga con desgana.

 

En el pasillo de los camarotes

Malhumorada por haber tenido que abandonar la sala, Olga llamó con fuerza a la puerta del camarote de Petre. No obtuvo ninguna respuesta. Impaciente, golpeó con más fuerza la puerta, pero el resultado volvió a ser el mismo.

Olga cogió el walkie—talkie del bolsillo de la bata y con una voz enérgica llamó a Sasha.

—Avisa a Alexei y a Kerman, y entre los tres buscadle.

—Tranquila, Olga. Ahora mismo recorreremos todas las instalaciones.

—Y bajad al hospital. Igual se ha saltado otra vez las normas. ¡Cómo esté allí se va a enterar!

 

Diez minutos más tarde

Olga regresó a la sala de reuniones y Emilio, impaciente, le preguntó:

—¿Y Petre? ¿Le pasa algo?

—De momento, no sé dónde está. He tocado a la puerta de su camarote y no me ha contestado. Le he pedido a Sasha que junto con Alexei y Kerman lo busquen por la planta de abajo y, si no está allí, que bajen al hospital. Quizá se le ha ocurrido repetir lo que hicieron Rudolf y él hace meses.




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