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Capítulo XI - El nuevo compañero

Dos personas estaban al corriente de todo lo que estaba sucediendo en el laboratorio central gracias al sistema de vigilancia; micros y cámaras de grabación que habían colocado, meses atrás, por todo el edificio. La información les llegaba en el mismo momento en el que se producía.

—Ha sido una mala suerte lo del informático —dijo Adam a George—. Tenemos que enviar cuanto antes un sustituto. Pásame la lista de los seleccionados para que le eche un vistazo.

—Esperemos que a los jefes les parezca bien lo que hemos hecho. Si no... —dijo George simulando que se cortaba el cuello con el canto de la mano.

—Sabes que no había otra opción. Además tenemos carta blanca para actuar ante el mínimo riesgo. Voy a llamar ahora mismo para informar.

 

Unas horas más tarde se reunió de urgencia el consejo de administración de la empresa. El presidente, acompañado de sus asesores, informó a los consejeros de cómo el informático del laboratorio central había descubierto sus intenciones.

—¿Y cómo se ha solucionado? —preguntó nervioso uno de los consejeros.

—El servicio de seguridad se ha visto obligado a eliminarle

—contestó el presidente con un tono de voz firme, mientras miraba muy serio a cada uno de los miembros del consejo.

—¿Y se sabe si ha pasado información a alguno de los científicos? —preguntó otro de los consejeros.

—Creemos que no. Adam y George llevan horas analizando exhaustivamente las cintas y no han visto ni oído nada que lo sugiera.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó uno de los consejeros.

—En el departamento de gestión ya están trabajando para enviar otro informático —contestó uno de los asesores del presidente.

La mayoría de los consejeros aprobaron la decisión tomada por el departamento de seguridad, excepto unos pocos que no estaban de acuerdo y exigían que todo se desarrollase sin violencia, tal y como habían pactado en un principio.

—¿Y qué alternativa había? —les retó el presidente—. Lo que hay en juego es demasiado importante. No podemos asumir ningún riesgo.

Uno de los consejeros comenzó a aplaudir y, enseguida, le siguieron la mayoría. Al final, resignados, fueron sumándose a los aplausos, los pocos que habían planteado una objeción.

 

Mientras todo esto ocurría en la empresa, Ernest, Margarita, Ellen y Rudolf se encontraban hablando en la sala de estar del laboratorio central.

Rudolf escribió algo en su IPAD y lo dejó, con disimulo, encima de la mesa. Desde ese momento, los cuatro acordaron no volver a utilizar el lenguaje en clave. Ninguno tenía claro qué información tenían las personas que habían asesinado a Petre.

Y respecto a Petre, éste había sido el único del grupo de científicos que estaba contratado de antemano. Unos días antes de encontrarse con el resto en el hotel Metropol en Moscú su jefe le había pedido que fuese a una reunión a una empresa.

—Se trata de un asunto importante. Me han solicitado al mejor y les he hablado de ti.

Petre acudió a la reunión. Una vez allí se encontró metido en la trampa.

—Tu misión consistirá en estar en permanente contacto con nosotros y hacer lo que te digamos. Y, por supuesto, no comentar nada de esto con el resto del grupo. Serás uno más entre ellos, solo que a nuestras órdenes.

—No me interesa. Busquen a otro.

—No es posible —contestó tajante el hombre que lo entrevistaba.

Petre se levantó para marcharse, un agente de seguridad lo detuvo. Le entregó una tablet y le enseñó una imagen.

—¿Que le han hecho a mi novia? —gritó asustado.

—De momento nada, solo está dormida. Su futuro se encuentra en sus manos. O colabora o la pobre Ileana llegará antes de tiempo al sueño eterno.

—¿Y mi jefe está al corriente de esto? ¡No puedo creerlo!

—Por supuesto que no. Se trata de una misión secreta.

Elija: colabora con nosotros o...

Petre accedió a participar en la misión. No obstante, exigió una prueba de que su novia seguía con vida. Una vez en la sala del hotel Metropol, antes de que el doctor Glok informase al grupo el objeto de la reunión, recibió en el móvil una imagen de Ileana. Se encontraba trabajando en la oficina. También le permitieron hablar con ella. De cosas intrascendentes, por supuesto. Para esto, Petre solicitó al doctor Glok salir unos segundos de la habitación.

 

Lunes, 8 de agosto de 2022

Desde la muerte de Petre, Emilio se mostraba taciturno. Esa mañana, sin embargo, abrió con algo más de entusiasmo la reunión matinal.

—Hoy tengo una buena noticia que contaros —dijo con una media sonrisa—. Me acaban de comunicar que el nuevo informático llegará este jueves.

—¡Por fin! —gritó eufórico Manuel, que se mostraba impaciente por volver al trabajo. No veía el momento de acabar el experimento para regresar a casa.

 

Rudolf por el contrario parecía indiferente a la noticia. Miró a Emilio con un aire desafiante y le increpó sin miramientos:

—¿Cuándo vas a conseguir el permiso para que volvamos a hablar con nuestras familias? Ya sé que cada día te preguntamos lo mismo, pero llevamos casi ocho meses sin poder comunicarnos. Creo que tu jefe debería sopesar el efecto tan negativo que está ocasionando esta situación a nivel emocional en todos nosotros.

Desde el otro lado de la mesa se escucharon unos sollozos. Se trataba de Cindy que intentaba desesperadamente contener las lágrimas.

Emilio era plenamente consciente de que el equipo se estaba derrumbando y sabía que sin equipo no había proyecto. A él mismo también le estaban afectando tantos meses de encierro.

—Os aseguro que esta vez voy a conseguirlo —gritó con voz enérgica golpeando la mesa—. Hoy, al mediodía, contactaré con mi jefe. Os prometo que le voy a presionar hasta que consiga una respuesta. Esta noche, durante la cena, hablaremos de la comunicación y espero tener entonces buenas noticias que daros.




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