Farmachip

Capítulo XII - Valorando a los pacientes

El mes de agosto hubo mucho trabajo en el laboratorio central. Con la llegada de la nueva informática comenzaron de nuevo las inoculaciones a los pacientes, y también los análisis de los resultados. Los días posteriores a la muerte de Petre habían sido devastadores para el estado de ánimo de todos, pacientes y científicos. En ese momento, sin embargo, todos estaban más optimistas y esperaban con ansiedad que los Farmachips funcionasen correctamente.

Pero, por desgracia, la realidad no era tan favorable. El único paciente en el que se había observado una evolución positiva había sido el paciente M7, que hacía la pinza con normalidad, y que, además, empezaba a mover ligeramente todos los dedos de la mano. En el resto de los pacientes, por el contrario, los resultados que enviaba la sonda al ordenador eran negativos. No se percibía ninguna comunicación entre el Farmachip y la célula, es decir, el Farmachip no era capaz de vincularse al ADN de la célula y, por lo tanto, de ejercer ningún control sobre la misma.

A pesar de los malos resultados, Emilio trataba de ser positivo y obligaba a los científicos a repetir y repetir las pruebas, creando un ambiente de superación que impedía al grupo tirar la toalla.

Por otro lado, Margarita llevaba días dándole vueltas a una idea nueva. Que los resultados en ratones hubiesen sido positivos y en humanos no lo fuesen era algo que no le encajaba. Por el momento había decidido seguir la corriente al resto del equipo y no comentar sus sospechas con nadie. Ni siquiera con sus compañeros de bridge. Margarita estaba empezando a pensar que la evolución positiva del paciente M7 podía deberse a otros factores, si una cosa tenía clara era que el principio de actuación del Farmachip tenía que ser el mismo para todas y cada una de las células.

Alrededor de la siete de la tarde, de una tarde de finales de agosto, Margarita se encontraba en su camarote, sumida en todos estos pensamientos, cuando unos golpes muy fuertes en la puerta le obligaron a volver bruscamente a la realidad.

—¡Margaritaaaa!

Sobresaltada, se levantó de la cama y la abrió. Tras ella se encontraba Sophy.

—Perdona —se disculpó al verla con una expresión molesta en el pasillo—. Estaba medio dormida y no te oía, ¿quieres pasar?

—Gracias —contestó seria; entró y se sentó en la silla giratoria—. Pues verás, Margarita, vengo a hablar contigo de un tema delicado. He observado que a diario, cuando comentamos las pruebas o los resultados de los pacientes, nos sigues a todos la corriente, pero tengo la intuición de que nos estás ocultando algo. Con la confianza que nos tenemos las dos, creo que es mi deber decírtelo. Es fundamental que trabajemos en equipo y si alguien no está de acuerdo con algo debe comentarlo al resto. No sé, me siento cuestionada.

—Me ofende lo que me dices, Sophy. Yo nunca ocultaría algo importante al grupo. Y, por supuesto, no te estoy cuestionando nada. Entiendo que haces tu trabajo lo mejor posible.

—No me malinterpretes, por favor. No te estoy acusando de nada. Simplemente creo que estás pensando en algo que no nos cuentas. Por lo que te conozco, sé que eres una persona perfeccionista y prudente e imaginó que no quieres compartir tus pensamientos con nosotros hasta que no estés segura. Personalmente, creo que estás cometiendo un error y por eso he venido a hablar contigo. Necesitamos saberlo todo, si no, va a resultar imposible sacar este experimento adelante. Además, piensa en esos pobres enfermos. Cualquier avance puede suponer el llegar o no a tiempo de salvar sus vidas.

—Reconozco que hay algo que no me encaja, aunque de momento no sé qué es. Solo tengo un presentimiento —dijo a la defensiva—. Quizá no tenga importancia o quizá debamos repasar el procedimiento desde el principio. Hay momentos en que no veo las cosas claras y no sé si es por el experimento en sí o por los meses que llevamos de encierro. Siento que he perdido la perspectiva.

—Bueno, bueno, no quería preocuparte. Me voy a acercar a la sala de estar a tomar una coca cola antes de ir a cenar, ¿me acompañas?

—Sí, claro. Dame un par de minutos para que me arregle un poco.

A Margarita no le gustó nada la conversación que acababa de mantener con Sophy. Mientras se lavaba las manos, y se ponía un poco de perfume, decidió que debía ser más cautelosa con ella. A medida que la iba conociendo, le parecía más peligrosa, sobre todo, para tenerla en la contra. Recordó lo bien que se había llevado el grupo antes de la llegada de la informática, ni una pelea, ni un cotilleo. Margarita tenía la sensación de que Sophy podría llegar a convertirse en el punto de discordia y se propuso no seguirle el juego. Además, estaba arrepentida de haberse sincerado con ella la noche de su llegada, y de haberle contado todo lo que le había contado durante aquella noche. Ahora que la conocía mejor, se daba cuenta de que la informática le había manipulado y tenía claro que no quería intimar con ella en absoluto.

Después de la cena, al reunirse con Ellen, Rudolf y Ernest en la sala de estar, Margarita comentó que estaba preocupada por Sophy.

—No sé lo que tiene, pero hay algo en ella que me hace desconfiar.

—A mí me pasa lo mismo —dijo Ernest que se había dado cuenta de cómo le miraba Sophy y cómo esto le molestaba a Margarita.

Ernest miró con cariño a Margarita y sintió que cada día la quería más. En ese momento le hubiese gustado decirle que no se preocupase por Sophy, que solo le interesaba ella. Pero sabía que los dos tenían un compromiso afectivo en el exterior, que les impedía hablar, y esta situación le estaba afectando profundamente ya que se encontraba metido en un grave conflicto. Nunca antes, a lo largo de su vida matrimonial, se había fijado en otra mujer hasta que había conocido a Margarita. Y por mucho que había puesto un muro de obstáculos entre los dos, cada día, al encontrarse, se rendía ante su mirada o ante su sonrisa. A lo lejos, en un mundo lejano, quedaba su mujer. Ernest se resistía a aceptar lo que le estaba sucediendo, pero lo cierto era que no podía doblegar sus emociones. Le salían de dentro. Margarita, con su dulzura, había llegado a un lugar que no había alcanzado ninguna otra mujer en su vida, ni siquiera su esposa, al lugar más profundo de su corazón. Ahora, sentía que tenía que hablar en serio con ella de lo que les sucedía, pero le daba miedo atravesar la barrera que los protegía, porque si se equivocaba en su intuición, y ella no sentía lo mismo por él, las consecuencias podrían ser muy graves para ambos y también para el resto del grupo.




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