Farmachip

Capítulo XIII - Buscando soluciones

Los científicos decidieron pasar juntos el día. A ratos en la sala de estar y a ratos en el comedor. Sin expresarlo con palabras, los ocho establecieron, nada más marcharse Emilio y Olga, un acuerdo tácito de no aceptar a Sophy en el grupo. Percibían en la informática algo extraño, que de momento ninguno de ellos podía definir, pero que los hacía desconfiar. Se organizaron en grupos de tres para estar con Sophy a turnos y, de esa manera, los que quedaban libres podían hablar tranquilamente entre ellos. Sophy era muy lista y enseguida se dio cuenta del juego, aunque simuló que no se enteraba de nada. Hablaba con los que se juntaban a ella mientras enviaba a unos y otros una sonrisa amable y cercana.

A las cinco en punto de la tarde, el grupo se reunió de nuevo en la sala de reuniones. Emilio se levantó a abrir la reunión. De pronto, un ruido fuerte procedente de un lugar indefinido del edificio sobresaltó a la mayoría de los científicos.

—Tranquilos, tranquilos, no pasa nada —dijo Emilio gesticulando con ambas manos—. El ruido proviene de la planta de abajo y se debe a la llegada de personal del ejército norteamericano. Ahora os iba a informar. Nada más contarle a mi superior lo que Margarita ha expuesto en la reunión de la mañana, ha decidido enviarnos protección de inmediato. Protección para garantizar nuestra seguridad personal y también protección para el proyecto. En total, llegan veinte militares a vigilar el edificio. Además, aprovecho para comentaros que dentro de unos días llegarán otros dos informáticos a trabajar con nosotros. Mi inmediato superior y yo pensamos que este trabajo es excesivo para una sola persona.

Sophy arqueó ligeramente las cejas y preguntó sin rodeos:

—Emilio, ¿qué pasa?, ¿hay algún problema conmigo? ¿Tenéis alguna queja? Llevo pocos días aquí y reconozco que entre aclimatarme a este lugar, a las personas y a conocer el procedimiento, de momento no me ha dado tiempo a hacer mucho.

—No, Sophy, no era mi intención decir nada semejante —contestó Emilio disculpándose—. Créeme, por favor, no hay ningún problema con tu trabajo. Simplemente vamos a adelantar lo que teníamos previsto hacer desde hace tiempo. Tras la pérdida de Petre, mi superior y yo pensamos que no era bueno para el proyecto dejar tanta responsabilidad en manos de una sola persona. Sophy, de verdad, puedes estar tranquila, nadie te está cuestionando.

Y, al resto, os comunico, aunque entiendo que a estas alturas ya lo sabéis, que trabajamos para gente muy poderosa. La razón por la que este proyecto se lleva aquí, cosa que me habéis preguntado en muchas ocasiones y hasta ahora no podía revelar, no tiene nada que ver con la presión, ni con el aislamiento, como os supondréis. La única razón de realizarlo aquí es la de proteger el experimento de gente que ahora estamos seguros de que mataron al pobre Petre, y que parece tienen mucho interés en que no tengamos éxito.

—¿Pero cómo es posible que un descubrimiento de esta envergadura pueda no interesar sacarlo adelante? —gritó Manuel con desesperación.

Cindy se cubrió la cabeza con las manos al comprobar que sus temores le eran confirmados. Desde que había sido informada del propósito del proyecto, este temor la había acompañado a cada momento.

—Pienso lo mismo que vosotros —dijo Emilio empleando un tono pesaroso—, pero después de haber oído la última conversación de Petre con varios miembros del grupo, y de su inmediata muerte, está claro que esa gente va muy en serio.

—Y del supuesto topo, ¿quién se va a ocupar? —preguntó Ernest—. Dices que los de seguridad lo han buscado sin éxito por todo el edificio. ¿Sabes si ha entrado o salido alguien del laboratorio durante estos meses?

Emilio negó varias veces, moviendo de un lado a otro la cabeza.

—Entonces debemos suponer que el topo y el asesino siguen aquí, entre nosotros —concluyó Ernest atusándose nervioso el bigote.

Un escalofrío erizó a Margarita el vello de los brazos.

—Os pido que no os preocupéis por el topo —dijo Emilio insistente—. Los militares se encargarán de encontrarle.

Colaboremos en lo que nos pidan y dejémosles realizar su trabajo.

—Espero que lo consigan —intervino Paul—, pero mucho me temo que va a ser difícil pillarle. Debe llevar meses viviendo entre nosotros. De hecho, podríamos ser cualquiera.

—No seas negativo —dijo Emilio mirándole fijamente a los ojos—. Te aseguro que se hará todo lo posible para encontrarlo. Y si tienen que enviar más soldados, los enviarán. Ahora, aunque sea temprano, os animo a que vayamos al comedor a cenar. Creo que después del día que hemos tenido nos vendrá bien un poco de relax.

—Emilio, perdona que te interrumpa —intervino Ernest, levantando de forma pausada la mano—. Antes de acabar la reunión me gustaría deciros algo importante. Es algo de lo que no me siento nada orgulloso, siempre me he considerado una persona seria y responsable, y tengo que reconocer que durante estos meses no me he entregado como debía al proyecto. A diario, he cubierto el expediente trabajando con el único objetivo de salir cuanto antes de este lugar. Quizá si nos hubieses explicado desde un principio la razón real de estar aquí, podría haber manejado la situación de otra manera.

No sé qué pensar. De cualquier forma, después de los acontecimientos de hoy, y de considerar cómo los pacientes nos han entregado los últimos días de sus vidas, quiero decir que algo muy fuerte se ha removido en mi interior. He decidido que estos meses de cautiverio y de trabajo no pueden quedar en nada, por lo menos para mí.

Era tal el atractivo personal de Ernest, y tan alto su poder de seducción, que a los pocos minutos de haber comenzado a hablar, había captado la plena atención de todo el grupo.

—Pues bien —continuó diciendo muy seguro de sí mismo—, lo que os quiero decir con todo esto es que a partir de este momento mi dedicación al proyecto va a ser incondicional. Voy a dejar de pensar obsesivamente en salir de aquí y me voy a fijar como única meta inmediata un objetivo concreto: conseguir que el Farmachip funcione en los pacientes.




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