Farmachip

Capítulo XIV - Se aclara la incógnita

Lunes, 7 de noviembre de 2022 8.30 de la tarde. Laboratorio

A las seis y media en punto sonó la sirena que avisaba la finalización de la jornada en el laboratorio. Los científicos, al oírla, empezaron a recoger el material de sus puestos de trabajo. Peter le hizo una seña a Gerry y ambos se acercaron al puesto de Ernest y al de Margarita. En voz baja, les pidieron que eligiesen un lugar seguro para reunirse porque necesitaban hablar a solas con ellos.

Ernest se quedó en un principio sorprendido por la petición de los nuevos informáticos y tras tomarse unos minutos eligió un lugar adecuado para encontrarse. Margarita preguntó si iban invitar a Rudolf y a Ellen a participar en la conversación. Peter negó con la cabeza. Margarita miró a Ernest preocupada. Tenían que pensar rápido qué les iban a decir, para no acudir esa tarde a su cita cotidiana en la sala de estar, sin desvelarles que tenían una reunión privada con Peter y Gerry. Ernest pidió a Margarita, Peter y Gerry que le esperasen un momento y, acelerando el paso, salió del laboratorio en busca de Rudolf y Ellen.

—Chicos, esperadme un momento —gritó desde el vestíbulo—, quiero pediros un favor. Esta tarde me gustaría estar un rato a solas con Margarita. Quiero hablar con ella de un tema personal y no sé cómo...

—Ni te preocupes... Al final, ¿te has decidido a hablar con ella? —preguntó Ellen sonriendo.

—Bueno, bueno, por el momento no quiero decir nada más —contestó Ernest sonrojándose.

—¿Quieres que os dejemos la sala de estar? —preguntó Rudolf, mirándole burlonamente.

—No, gracias, no quiero molestaros. Además, prefiero evitar que entre alguien en la sala y nos interrumpa. La verdad es que Margarita y yo tenemos pocas ocasiones para estar a solas. Tengo que pensar rápido dónde voy a quedar con ella.

—Pues que tengas mucha suerte —le desearon los dos haciendo con los dedos la señal de la victoria.

—Gracias. Una cosa, luego, cuando nos veamos, no nos preguntéis nada. Ya sabéis, igual me rechaza.

—No te preocupes... —dijo Ellen—. Nos vemos en la cena.

Ernest regresó a su puesto y les confirmó a Margarita, Peter y Gerry que lo tenía todo arreglado y que se encontrarían, en media hora, en el invernadero.

Los primeros que llegaron fueron Ernest y Margarita. No pasaron por el camarote a cambiarse de ropa por miedo a encontrase con Rudolf y Ellen, en el pasillo de los camarotes, y verse en la obligación de darles otra excusa.

Se sentaron en el cenador y, mientras esperaban la llegada de los dos informáticos, se pusieron a hablar en voz baja. Los dos se mostraban preocupados e intuían que lo que iban a escuchar no les gustaría nada.

A las siete en punto, llegaron Peter y Gerry al invernadero.

—Bueno, vosotros diréis —dijo Ernest una vez que estuvieron todos sentados alrededor de la mesa del cenador.

—¿Te parece este sitio seguro para hablar? —preguntó Peter a Ernest mirándole fijamente a los ojos.

—Pues no lo sé. Me imagino que es igual de seguro que cualquier otra estancia del edificio —contestó dubitativo—. Doy por hecho que habrá cámaras de vigilancia, pero por lo menos casi nunca viene nadie por aquí. Bueno, decidnos de qué nos queréis hablar. El tiempo vuela y enseguida llega la hora de la cena, y ya sabéis lo puntilloso que es Emilio con la puntualidad.

Ernest y Margarita miraron expectantes a Peter y Gerry. Casi no pestañeaban. El tiempo se detuvo para los cuatro unos instantes. En silencio, a sus oídos solo llegaba el murmullo constante del sistema de riego. Parecía que el aire, a cada segundo que pasaba, se volvía más denso y empalagoso. Había demasiada humedad en el ambiente mezclada con diferentes e intensos olores de plantas y de flores.

—Sabemos lo que ha sucedido —dijo Gerry, mirando fijamente a Ernest y Margarita—. Lo primero que hicimos Peter y yo, nada más llegar aquí, fue repasar todos los registros informáticos del protocolo general. Pues bien, nos llamó mucho la atención lo perfecto que se encontraba todo. Me explico, nos pareció muy extraño que lo que salía bien, como las primeras pruebas en ratones, saliesen perfectamente bien, y que, por el contrario, lo que salía mal, como las pruebas en humanos, saliesen perfectamente mal. Eso nunca suele ser así y aunque no sabíamos qué pasaba, algo no encajaba, no parecía real.

—Estoy de acuerdo —le interrumpió Margarita—. A mí tampoco me encajaba nada y de hecho lo expuse hace tiempo en una reunión

—Lo sabemos, lo leímos en el informe —dijo Gerry—. Esto nos llevó a pensar que alguien estaba manipulando la información. Después de dar y dar vueltas llegamos a la conclusión que tenía que ser forzosamente alguien que trabajase con los datos, a diario, en el laboratorio.

—¿Te refieres a uno de nosotros? —preguntó alarmada Margarita. El corazón le empezó a latir deprisa, mientras un sudor amargo le inundaba las manos. Sentía que no iba a ser capaz de escuchar la verdad.

—Imagino que esto va a ser un mal trago para vosotros —continuó diciendo Gerry—, pero sabemos quién era el topo.

Margarita se tapó los oídos con las manos.

—¡No quiero oír nada! —exclamó Margarita entre sollozos.

—Margarita, tranquila —dijo Ernest agarrándole las manos—. ¡Se fuerte! Por mucho que nos duela, tenemos que saber la verdad. Gerry, por favor, continúa.

Gerry vaciló unos segundos antes de continuar. Se mostraba preocupado por la reacción de Margarita.

—Pues veréis, Peter y yo tenemos la certeza absoluta, y cuando digo absoluta es porque hemos reunido pruebas irrefutables que lo confirman, de que el topo era Petre.

—¿Petre? ¡Eso sí que no me lo puedo creer! —gritó Margarita desolada—. No quiero seguir escuchándoos. Ernest, vámonos. Todo esto es una locura.

—Es muy grave lo que acabas de decir —dijo Ernest a Gerry en un tono violento—. Estás acusando a alguien que no se puede defender.




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