Farmachip

Capítulo XVI - Mario

Mario se sentaba cada mediodía frente al ordenador de su despacho en el hospital, para chatear un rato con Margarita. Lo hacía a diario desde que en agosto se habían vuelto a autorizar las comunicaciones. Ese día, sin embargo, al encender el ordenador y clicar en el icono que tenía en el escritorio para acceder al chat, le resultó imposible conectar con el laboratorio.

Un mal presentimiento le invadió la mente en ese mismo instante y su corazón empezó a latir con fuerza, mientras un dolor, cada vez más agudo, le oprimía las sienes. Nervioso, cogió el teléfono y llamó a los padres de Margarita, que tampoco pudieron acceder al chat. Preso de un ataque de ansiedad llamó a los familiares de cada uno de los científicos desaparecidos. Para su desesperación, todos le confirmaron que les sucedía lo mismo.

Mario decidió telefonear a Miguel. Necesitaba que a la salida del trabajo, se acercase a su casa. Quizá se le ocurría cómo acceder al chat del laboratorio.

Mientras esperaba en su apartamento a que llegase Miguel, Mario abrió un paquete de cigarrillos y se puso a fumar con desesperación. Desde la desaparición de Margarita había retomado el hábito de fumar y ese día, con lo nervioso que estaba, llevaba fumada más de una cajetilla.

Miguel llegó alrededor de las ocho de la tarde. Mario estaba muy agitado y le explicó, de forma atropellada, lo que había sucedido.

—Bueno, tranquilízate —le pidió el amigo—. ¿Y te has marchado al mediodía del hospital?

—Sí. Al ver lo que pasaba, le he pedido a un compañero que me sustituya en la consulta de la tarde y me he venido a casa. En las circunstancias que estoy no puedo trabajar. ¿Te preparo un café?

—Sí. Gracias —contestó Miguel quitándose la chaqueta de cuero negro y tirándola sobre el sofá de la sala.

Mario fue a la cocina a preparar una cafetera, mientras su amigo movía a gran velocidad el ratón encima de la esterilla.

—Lo siento, Mario, pero me da la impresión de que se ha eliminado la línea de chat —dijo, tras varios intentos, y dando una calada enorme a su pitillo—. A juzgar por lo que veo, o más bien por lo que no veo, parece definitivo. El icono del chat no se encuentra vinculado a nada.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —sollozó Mario. Se frotó en círculos las sienes en un intento en vano de disminuir la presión. Sentía que el cerebro le fuese a estallar—. Tengo una intuición fatal. Pienso que Margarita no va a regresar jamás y créeme, Miguel, no soy capaz de soportarlo.

—¡Tranquilízate! —le pidió con voz firme el amigo— Poniéndote así, no vas a conseguir nada. Vamos a intentar calmarnos y pensar qué podemos hacer.

Miguel llevaba desde el pasado mes de diciembre ayudando a Mario a buscar a Margarita. Incluso, los dos amigos habían viajado juntos a diferentes lugares del mundo para conocer a los familiares del resto de los científicos desaparecidos. Y el encuentro había sido posible gracias a que Mario, con su insistencia, consiguió que la prensa y la televisión se hiciesen eco de la desaparición de Margarita. Se organizó tal revuelo en los medios de comunicación; nacionales e internacionales, que la I&BS Corporation, que era como se llamaba la empresa promotora del proyecto, decidió colaborar con la policía para evitar que siguiesen con las investigaciones.

Para ello, su representante legal, David Nolan, le comunicó a la policía y a la prensa internacional cómo la I&BS Corporation había contratado a un grupo de científicos para trabajar en un proyecto científico clasificado de alto secreto. Además, Nolan presentó una documentación, debidamente firmada por cada uno de los científicos, en la que manifestaban su deseo de participar de forma voluntaria en dicho proyecto.

—Mario, es muy tarde. Si quieres, me quedo a pasar la noche aquí y mañana, por la mañana, nos ponemos en contacto con el señor Nolan. Alguna explicación nos dará de lo que ocurre.

—Gracias, Miguel, no sabes cuánto agradezco tu ayuda —respondió abatido.

—Pues venga, no se hable más. Voy a mandar un mensaje a mi jefe, diciéndole que mañana no puedo ir a trabajar. Te aconsejo que hagas lo mismo. Y si tenemos que coger un avión para ir a hablar con Nolan en persona, lo haremos. ¿De acuerdo?

—Sí, voy a enviar ahora mismo un mensaje al hospital para que alguien me sustituya mañana. Lo ves grave, ¿verdad?

—Te engañaría si te dijera lo contrario. La verdad es que es muy extraño, pero, te repito, alguna explicación habrá.

No había amanecido todavía cuando Mario, después de pasar una larga noche de insomnio, repleta de pesadillas, se levantó impaciente de la cama. Una vez en la sala de estar, encendió un pitillo, se sentó frente al ordenador y comenzó a clicar una y otra vez sobre el icono del chat del laboratorio. No le fue posible establecer conexión.

Desesperado, buscó en los periódicos; nacionales e internacionales, en Twitter y otras redes sociales, por si había alguna noticia relacionada con los científicos desaparecidos. Nada.

A las ocho de la mañana, entró Miguel bostezando en la sala. Mientras se servía un café, y encendía un cigarrillo, intentó de nuevo acceder al chat, pero tampoco pudo. El portal del chat había sido anulado.

Debido a la diferencia horaria, entre España y Nueva York, tuvieron que esperar unas cuantas horas antes de llamar por teléfono a David Nolan. Unas horas que a Mario se le hicieron eternas y durante las que volvió a comunicarse con los familiares del resto de los científicos desaparecidos, pero tampoco sabían nada.

—Llamémosle ahora —dijo Miguel mirando la hora en su móvil —. Ya estará en la empresa.

Mario marcó el número del teléfono móvil de Nolan. Un mensaje de voz comunicó que el número marcado no existía. Como Mario tenía grabado el número en la memoria del teléfono, y lo había utilizado anteriormente en varias ocasiones, no era posible que se hubiese equivocado al marcarlo; así que lo volvió a intentar varias veces más.




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