Jueves, 10 de noviembre de 2022
La noche anterior, por iniciativa de Margarita, se decidió que tanto los científicos como el personal de servicio estuviesen juntos. En ese momento, todos formaban parte de un equipo que debía trabajar unido para salir con vida de aquel lugar. Como la cocina era mucho más grande que la sala de reuniones, decidieron trasladar el punto de reunión a la cocina.
Aquella mañana todos hablaban atropellados, quitándose la palabra los unos a los otros, mientras decidían por dónde empezar a buscar el batiscafo de reserva.
Pasó el día y, por la noche, el grupo se volvió a reunir alrededor de la mesa de la cocina. La mayoría estaban desmoralizados. Aunque habían revisado cada rincón del edificio minuciosamente, no habían encontrado nada que sugiriese que realmente podía existir otra salida.
—¡No lo dudéis, por favor! —gritó Sophy con una voz firme—. Si ahora nos desanimamos, tenemos la batalla perdida. ¿Es que alguien quiere morir aquí? Conmigo no contéis para eso. Aunque sea sola, seguiré buscando sin descanso la forma de salir de aquí.
—Tranquila, Sophy, que nadie te ha dicho nada —intervino Ernest conciliador, mientras la miraba con cariño a los ojos. Admiraba su fuerza y su optimismo. No sabía si les estaba induciendo a vivir una fantasía o si, por el contrario, estaba en lo cierto, pero en la situación en la que se encontraban qué más daba. Ernest intuía que les quedaba poco tiempo de vida y tenía claro que era bueno para todos vivir los últimos momentos con esperanza—. Piensa que llevamos todo el día de un lado a otro y que es normal que estemos cansados y...
—¡Cansados, sí, pero no derrotados! —dijo Sophy desafiante— Miro la cara de cada uno de vosotros y no veo esperanza. ¡Hay que creer que se puede conseguir algo para llegar a tenerlo!
—Sophy, yo estoy contigo, sin reservas —dijo Margarita preocupada al verla tan enfadada—. Si tú crees que hay una salida, yo también lo creo. Confío plenamente en ti.
Margarita ya no tenía celos de Sophy. Aunque había facetas de su carácter que no le gustaban, y le hacían desconfiar, otras muchas le parecían muy positivas.
El resto del grupo bajó la mirada. Querían con todas sus fuerzas creer a Sophy, pero ante la falta de resultados se encontraban cada vez más desanimados.
Mari Luz y Lucía habían preparado una buena cena, iba a ser la única comida en todo el día. Sin embargo, todos estaban inapetentes. Ernest, al ver los platos llenos, les dijo que para permanecer activos, se tenían que obligar a comer. Presentía que el tiempo les apremiaba y necesitaban tener fuerza suficiente para seguir buscando la salida.
—Algo se nos tiene que estar pasando por alto —dijo Rudolf, de repente, dejando caer el tenedor encima del plato. Todos se sobresaltaron por la reacción tan brusca y le miraron sorprendidos—. Emilio, Olga, os quiero preguntar algo.
Los dos accedieron a colaborar en lo que fuese necesario.
—Habéis estado aquí, anteriormente, en más de cinco ocasiones. Tiene que haber algo que hayáis olvidado. El más mínimo detalle, recuerdo, imagen, no sé..., lo que sea que nos pueda dar una pista. Por favor, intentad recordar —y dirigiéndose al personal de servicio les dijo—: Lo mismo les pido a ustedes. Llegaron aquí unos meses antes que nosotros. Han limpiado a diario cada palmo de este edificio. Traten de recordar. Alguna palabra, alguna frase, algún olor... ¡Algo!
—Le doy mi palabra de que lo vamos a intentar
—contestó Pedro, en su calidad de portavoz del personal de servicio.
La intervención de Rudolf le hizo a Ernest pensar en algo diferente, aunque por el momento decidió no aventurarse a comentarlo en público.
Cuando acabaron de cenar, Ernest propuso a Margarita a Ellen y a Rudolf que fuesen a tomar algo a la sala de estar.
Llevaban un par de días sin hacerlo y echaba de menos el estar los cuatro un rato a solas.
—Me estoy planteando —dijo Rudolf agitado— si toda esta historia del batiscafo de reserva no es más que una fantasía de Sophy. La verdad es que no le conocemos de nada y nos está liando de una manera que no sé qué pensar. Espero que no sea otra maniobra de esos cabrones.
—No creo —contestó Ernest tajante—. Pienso que Sophy es sincera, y una prueba de ello es que nos ha revelado lo del vínculo. Podía habérselo callado.
—En eso, tienes razón —reconoció Rudolf más calmado.
—Yo pienso que Sophy cree firmemente en lo que dice —saltó Ellen—. Y yo también quiero creerla. Necesito creerla. Si no, ¿qué nos espera? ¡No puedo pensarlo!
—Tranquila, Ellen, no era mi intención agobiarte —dijo Rudolf estrechándola en sus brazos.
Pero Ellen se encontraba fuera de control y lloraba desconsolada. Margarita se acercó a ella y le agarró fuerte de las manos, mientras le decía que estaba segura de que lo iban a conseguir.
—Chicos, os voy a poner una copa —interrumpió Ernest acercándose a la barra de bar—. Creo que necesitáis relajaros.
Margarita se levantó detrás de él. Los dos se miraron a los ojos y, de pronto, ella percibió una luz diferente en su mirada.
—Ernest, ¿qué pasa?, ¿qué estás pensando?
—Nada, nada.
—¿No confías en mí?
—Claro que sí, Margarita. No lo dudes.
—Acabo de ver un brillo especial en tus ojos. Te conozco bien y sé que están pensando en algo. ¿Qué es? Dímelo, por favor.
—Solo es una idea que tengo que madurar. Déjame pensar en ello esta noche y, mañana, te prometo que lo hablamos.
—De acuerdo —contestó ella resignada.
Viernes, 11 de noviembre de 2022
A las seis de la mañana, el grupo se encontró de nuevo en la cocina. Ernest pidió que le prestasen atención y para ello golpeó el vaso con una cuchara.
—Durante la noche, he pensado en algo diferente. Antes de compartirlo con vosotros, me gustaría hacer unas preguntas a Emilio, a Olga y al personal de servicio —y dirigiéndose a ellos les preguntó—: ¿Han coincidido con otras personas aquí, antes de que llegásemos nosotros?