FascinaciÓn Eterna

CAPITULO 2.

El motor del viejo coche de Dione ronroneaba con una energía que parecía un reflejo de su propia vitalidad mientras se abría paso entre el tráfico matutino. A sus veintitrés años, irradiaba una belleza natural que a menudo pasaba desapercibida para ella misma, demasiado ocupada viviendo la vida con una fuerza y una valentía que asombraban a quienes la conocían. Su temperamento era una mezcla efervescente de emoción contagiosa, una inteligencia aguda como un cuchillo, una honestidad brutal a veces disfrazada de sarcasmo juguetón, y una extroversión que iluminaba cualquier habitación.

Su mundo siempre había sido ella y su madre, un universo binario donde el amor incondicional de una compensaba la ausencia de un padre y de una familia extendida que les había dado la espalda cuando su madre quedó embarazada. -“No te preocupes, mi pequeña luciérnaga,” le decía su madre con una sonrisa dulce pero teñida de una antigua tristeza, -“Nos tenemos la una a la otra, y eso es más de lo que muchas tienen.” A pesar de ese rechazo familiar, Dione había tenido una infancia feliz, un jardín secreto de complicidad y risas cultivado por el amor inmenso de su madre. Era su orgullo, su pequeña estrella brillante.

La precocidad de Dione la llevó a la universidad a los Dieciséis años, eligiendo una institución de prestigio no muy lejos de su hogar para poder pasar los fines de semana con su madre, su ancla emocional. -“¡Imagínate, mi niña genio!” exclamó su madre con lágrimas de orgullo en los ojos el día que recibió la carta de aceptación. -“Mi Dione conquistando el mundo antes de que pueda sacarse el carnet de conducir.”

Pero el mundo de ensueño de Dione se resquebrajó una tarde de su tercer año de carrera con una llamada telefónica que heló su sangre. Su madre se había desmayado en el pequeño hotel donde trabajaba para mantenerlas, y no despertaba. El diagnóstico fue un mazazo: un tumor, agresivo e implacable. “Esos dolores de cabeza… siempre decía que no tenía tiempo para ir al médico,” pensó Dione con un nudo en la garganta. Los médicos fueron claros: el tiempo era limitado, meses que milagrosamente se extendieron a un año y medio, un regalo agridulce de momentos preciosos.

Esos últimos meses fueron un torbellino de amor y despedida. Su mejor amiga, Cecil, una fuerza de la naturaleza tan vibrante como Dione, se convirtió en una visitante habitual los fines de semana. -“¡Dione, mira esta Barbie con el vestido más fabuloso! Necesitamos organizar una fiesta de pijamas de despedida para tu mamá, ¡pero que sea épica!” Cecil insistía, inyectando alegría y normalidad en medio del dolor. Hubo fiestas de Barbies improvisadas, maratones de películas cursis y confesiones nocturnas entre risas y lágrimas.

Dione se retiró temporalmente de la universidad para dedicarse por completo al cuidado de su madre, pero fue ella quien, con una terquedad sorprendente en su fragilidad, la obligó a retomar sus estudios de forma virtual. -“No vas a dejar tus sueños por mí, Dione Elizabeth Moore,” le regañó con una voz débil pero firme. -“Cuando me vaya, quiero que tengas tu título y que vueles alto, mi niña.” Dione cumplió, pero no asistió a la ceremonia de graduación. Su madre falleció ese mismo mes, llevándose consigo una parte irremplazable de su ser. -“Vive feliz, sin reparos, mi amor,” fueron sus últimas palabras, un mandato que Dione intentaba cumplir, aunque a veces el peso de su ausencia era insoportable.

Todos esos recuerdos danzaban en su mente mientras conducía hacia el aeropuerto, el sol de la mañana reflejándose en el parabrisas. Este vuelo no estaba en sus planes originales; hoy comenzaban sus merecidas vacaciones. - - “¡Dione, por favor, por lo que más quieras!” Cecil la había llamado el día anterior con una voz al borde del llanto. -“Ricardo me invitó a conocer a sus padres este fin de semana, ¡es súper importante! ¿Podrías cambiar tu turno? ¡Te lo suplico de rodillas!” Con la promesa de tres días extra de descanso al final de sus vacaciones, Dione había cedido, siempre vulnerable a las súplicas dramáticas de su mejor amiga. -“Está bien, Cecil, está bien,” había respondido con una sonrisa resignada. -“Pero me debes el cielo y la tierra, ¿oíste?”

Llevaba dos años trabajando en esa aerolínea, un empleo que había tomado por sugerencia de Cecil como una forma de distraerse y no sucumbir a la tristeza tras la muerte de su madre. -“Te mantendrá ocupada y conocerás gente,” le había dicho su amiga con su habitual optimismo. -“Además, ¡piensa en los viajes!” La realidad era que la aerolínea era, en su humilde opinión, la peor del mundo. Aunque Dione siempre se esforzaba por brindar un servicio excelente, le frustraba la falta de profesionalismo y la mala actitud de muchos de sus compañeros hacia los pasajeros.

Llegó al aeropuerto, saludó con una sonrisa forzada a algunos rostros conocidos y pasó directamente el control de seguridad, su mente ya anticipando las largas horas de un vuelo que seguramente sería caótico. -“Buenos días, Dione,” le dijo una colega con un tono apático. -“¿Lista para otro día de sufrimiento en las alturas?” Dione solo pudo ofrecerle una sonrisa sarcástica. Su último pensamiento, mientras caminaba hacia la puerta de embarque, fue que probablemente a esta hora estaría durmiendo plácidamente, soñando con playas paradisíacas, en lugar de estar a punto de embarcarse en lo que preveía sería una tortura aérea.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.