El interior del Avión , con su zumbido monótono y la miríada de conversaciones superpuestas, se había convertido para Dione en un escenario familiar, aunque nunca del todo agradable. En este vuelo en particular, sin embargo, una presencia magnética en la sección de primera clase parecía alterar la propia textura del tiempo. Sus ojos, casi por voluntad propia, se desviaban una y otra vez hacia la figura imponente y misteriosa del hombre más atractivo que jamás había cruzado su camino. Era como si una fuerza invisible tirara de su mirada, una curiosidad punzante mezclada con una inexplicable fascinación.
Las horas se arrastraban con una exasperante lentitud, cada minuto amplificado por la constante intromisión de Patricia, su supervisora, una mujer cuya aura parecía exudar una frustración crónica. -“¡Dione! ¿Los auriculares para el señor de la ventanilla en la fila diez? ¡Muévete!” resonaba la voz aguda y demandante de Patricia, cortando la monotonía del vuelo. Dione, con una paciencia que a menudo se sorprendía a sí misma poseyendo, respondía con una sonrisa amable y una cortesía imperturbable. -“Enseguida, Patricia,” decía con una calma que parecía tener el efecto de hervir la sangre de su jefa a fuego lento. -“Esta chica es de otro planeta,” mascullaba Patricia en voz baja, incapaz de comprender la aparente indiferencia de Dione ante su autoridad. -“O es completamente tonta, o se está burlando de mí.”
En los confines de su mente, Dione tejía sus propias teorías sobre la acritud de Patricia. -“Definitivamente tiene un problema de estreñimiento emocional,” pensaba con una punzada de humor negro. -“Solo así se explica esa cara de vinagre perpetua y esa necesidad de amargarle la existencia a todo el mundo.” No obstante, sus pensamientos volvían una y otra vez al hombre de primera clase. El impacto de su presencia había sido innegable, una sacudida silenciosa en su rutina. La intensidad de su mirada, una inspección lenta y penetrante que la recorría cada vez que sus ojos se encontraban, debería haberla hecho sentir incómoda, incluso intimidada. Pero para su desconcierto, en lugar de la repulsión que cabría esperar, cada uno de esos encuentros visuales encendía una chispa de calor en lo más profundo de su abdomen, una sensación extraña y ligeramente perturbadora. -“¿Qué demonios me está pasando?” se preguntaba, sintiendo un rubor caliente ascender por su cuello y mejillas sin una razón aparente.
Y luego estaba su voz... aquel barítono profundo y aterciopelado que resonaba en su memoria como una melodía persistente. Recordaba con precisión el timbre grave y sensual cuando le había solicitado el café, una vibración que parecía acariciar sus terminaciones nerviosas y que inexplicablemente se había incrustado en su mente. -“Un café, por favor. Negro.” La simple frase, pronunciada con una autoridad tranquila y una resonancia masculina, seguía evocando una extraña mezcla de fascinación y una incipiente sensación de cosquilleo en lugares insospechados.
Las horas se desgranaron finalmente, una sucesión de anuncios ininteligibles, peticiones de pasajeros y la omnipresente sonrisa forzada de Dione. El avión, con un suave temblor, anunció su descenso y finalmente tocó tierra en la húmeda pista de un aeropuerto parisino. Dione no volvió a cruzar miradas con el enigmático pasajero de primera clase después de su breve interacción. Junto con el resto de la tripulación, aguardó con la paciencia entrenada a que el último pasajero desembarcará, observando fugazmente las siluetas que se dirigían hacia las puertas de salida, preguntándose, con una punzada de curiosidad, si él estaría entre ellas. Su mente intentó dibujar su rostro, la intensidad de sus ojos verdes, la seriedad de su expresión solo ligeramente velada por una sombra de cansancio.
Una vez que la cabina estuvo vacía, Dione salió del avión y tomó un taxi que la condujo a un hotel funcional y sin pretensiones, cortesía de las estrictas políticas de gastos de la aerolínea. -“Podría ser peor,” se dijo a sí misma, observando el modesto vestíbulo. -“Al menos estoy en París por dos días y dos noches.” Su vuelo de regreso estaba programado para el viernes, lo que significaba un breve respiro en una de las ciudades más bellas del mundo, seguido de un glorioso mes completo de vacaciones. La perspectiva de dormir hasta tarde, explorar las calles parisinas sin prisas y simplemente desconectar de la rutina era un bálsamo para su alma cansada.
Llegó a su habitación, dejó su pequeña maleta sobre la cama y se dirigió directamente al baño. Una ducha caliente alivió la tensión acumulada en sus músculos, y una baguette crujiente con queso brie y jamón, comprada en una encantadora boulangerie de camino al hotel, satisfizo su apetito. Se deslizó bajo las sábanas limpias, sintiendo el alivio inmediato de un colchón decente. El día había sido largo, una mezcla de rutina y una inesperada chispa de fascinación. Mientras la somnolencia comenzaba a envolverla como una manta cálida, su último pensamiento consciente fue para la intensidad penetrante de los ojos verdes de aquel hombre. -“¿Quién era? ¿Y por qué no puedo dejar de pensar en él?” se preguntó en la oscuridad, una emoción desconocida revoloteando en su pecho antes de que el sueño la arrastrara a un mundo de imágenes fugaces y susurros ininteligibles.