FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 8

El apartamento de Dione en Nueva York, aunque modesto, siempre se llenaba de una calidez especial cuando Cecil lo visitaba. Aquella noche, el regreso de Dione de su breve escala en París había marcado el reencuentro de dos almas gemelas, un torbellino de anécdotas y risas que llenaba cada rincón del pequeño espacio. -“¡Y no te imaginas, Cecil! El vuelo de vuelta fue igual o peor que la ida,” exclamaba Dione, gesticulando con las manos mientras relataba las últimas peripecias con Patricia. -“Esa mujer parece alimentarse del sufrimiento ajeno. Le pedí un vaso de agua y me miró como si le hubiera solicitado un riñón.”

Cecil, recostada en el sofá con una sonrisa de suficiencia, la interrumpió con su propia saga romántica.- “¡Ay, amiga! ¡Pero no te imaginas lo increíble que fue mi fin de semana con la familia de Ricardo! Su madre es un amor, nos preparó una cena espectacular, y su hermana… ¡Dios mío, Dione, encontramos tantas cosas en común! Pasamos horas hablando de series y de lo insoportable que es a veces tener que depilarse las piernas.” Cecil detalló cada conversación, cada comida, cada pequeño gesto de cariño por parte de la familia de su novio, con una exuberancia que contagiaba a Dione a pesar de su propio cansancio.

Entre risas y comentarios sarcásticos sobre la intensidad de Cecil con las depilaciones, la noche avanzaba rápidamente. -“Bueno, señorita enamorada,” bromeó Dione, bostezando discretamente, -“creo que ya es hora de que vuelvas a tu nido de amor. Ricardo debe estar extrañándote.” Cecil la miró con ojos brillantes y una sonrisa pícara.

- “¡Ni hablar! Me quedo a dormir contigo esta noche. Necesito contarte más detalles importantes, como el color de las cortinas de la habitación de Ricardo… ¡es un beige tan sutil!” Dione puso los ojos en blanco con cariño.- “Cecil, sabes que te adoro, pero dormir juntas es un deporte de alto riesgo. Eres como un pulpo en la cama, terminas invadiendo todo el territorio. Vete a tu casa.”

-“¿Ah, sí?” retó Cecil, levantándose del sofá con una mirada desafiante. -“Si tienes valor, ¡échame de aquí!” Y así comenzó una pelea simulada, una danza torpe de almohadas y risas estridentes, un ritual de cariño que habían perfeccionado a lo largo de los años. En medio del forcejeo, Dione soltó una exclamación repentina. -“¡Espera! Tengo que contarte algo.” Cecil se detuvo, con una almohada en alto, esperando con curiosidad. -“¿Recuerdas que te dije que había un hombre muy apuesto en el vuelo?”

-“¿Apuesto?” interrumpió Cecil con una sonrisa maliciosa. -“¿O deberíamos decir ‘el hombre más apuesto que tus ojos vírgenes han visto’?” Soltó una carcajada ante el sonrojo de Dione. - “¡Ay, amiga! Veintitrés años y sigues intacta… ¡eres un fósil!” Dione le lanzó una mirada fulminante, aunque una sonrisa juguetona asomaba en sus labios. -“Cállate, loca. Y sí, era increíblemente guapo. Tanto que… creo que incluso le daría mi virginidad si me lo pidiera.”

Cecil la miró con incredulidad, luego soltó una carcajada aún más fuerte. -“¡Claro que lo dices ahora! Porque sabes perfectamente que es probable que no lo vuelvas a ver en tu vida. ¡Es la clásica fantasía pasajera!” Dione se encogió de hombros, sin poder negar del todo la acusación de su amiga. -“Tal vez… pero en ese momento lo sentí de verdad. Había algo en él…” Cecil la interrumpió con un cambio repentino de tema. -“¡Ah! Y no te olvides que mañana iremos a ese club nuevo del que te hablé. ‘Eclipse’, así se llama. ¡Dicen que la música es increíble!” Dione hizo una mueca. -“Cecil, no voy a ser la tercera rueda si vas con Ricardo.”

-“¡Tonterías!” exclamó Cecil. -“Puedes invitar a alguien. ¿Qué tal ese chico lindo del supermercado? ¿O el bombero que te guiñó el ojo la semana pasada?” Dione negó con la cabeza con firmeza. -“Nada de citas a ciegas organizadas por ti, Cecil. La última vez terminé cenando con un mago que no paraba de hacer trucos con servilletas.” Cecil puso los ojos en blanco con dramatismo. -“¡Pero tienes que divertirte un poco, Dione! No todo en la vida es trabajo y Netflix. Además, mañana no trabajas, ¡así que puedes beber hasta caerte!”.

Dione suspiró, cediendo finalmente a la insistencia de su amiga. -“Está bien, iré. Pero si me presentas a otro ilusionista, te juro que te rapo una ceja mientras duermes.” Ambas rieron, la tensión de la noche disipándose en bromas y promesas de una noche de diversión. Pasaron el resto de las horas conversando, recordando anécdotas de su infancia compartida, riendo de sus meteduras de pata adolescentes y reafirmando el profundo cariño que sentían la una por la otra. Se conocían desde el jardín de infancia, y Cecil era más que una amiga, era la hermana que la vida le había regalado. Ahora, tras la pérdida de su madre, era la única familia que realmente le quedaba.

Aunque a veces la energía desbordante y las ideas descabelladas de Cecil la sacaban de quicio, Dione sabía que su amiga era un faro de luz en su vida, la que la empujaba suavemente fuera de su caparazón y la devolvía al mundo exterior. Fue Cecil quien la había animado a postularse para el trabajo en la aerolínea después de la muerte de su madre, ofreciéndole su apartamento como punto de partida en Nueva York.

Dione no lo había dudado. Empacó sus cosas, condujo hasta la gran ciudad y se instaló temporalmente con su amiga antes de encontrar su propio espacio. Y así, entre risas y confidencias nocturnas, las dos amigas se quedaron dormidas, la promesa de una noche de fiesta flotando en el aire como una burbuja de jabón a punto de estallar.




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