El sábado amaneció con la promesa de un día ajetreado, aunque una energía subterránea, una anticipación inusual, vibraba bajo la superficie de su habitual pragmatismo. Leonidas, fiel a su implacable disciplina, llegó a su imponente oficina en el corazón de Manhattan antes de que la ciudad despertara por completo, el horizonte aún teñido de los suaves tonos del amanecer.
Tamara lo esperaba con una pulcra pila de documentos encuadernados, todos relacionados con la adquisición de la aerolínea que, hasta hace poco, había considerado un ejercicio de caridad empresarial. Notó de inmediato la tensión palpable en su asistente, una frialdad profesional que apenas disimulaba una clara desaprobación por su repentina decisión en París. -“Aquí están los planes iniciales, Leonidas,” explicó Tamara con un tono estrictamente profesional, su voz carente de la calidez habitual, detallando los intrincados pasos necesarios para transformar la aerolínea en una extensión de su imperio de lujo, una marca sinónimo de exclusividad y excelencia.- “Necesitaremos una reestructuración completa, abarcando desde la renovación total de la flota y la exhaustiva formación de un personal impecable hasta, por supuesto, la creación de una imagen de marca que refleje los estándares de Holfman Global.”
En medio de la formalidad tensa de la reunión, la puerta de su despacho se abrió con la energía arrolladora y el saludo estentóreo de Alexander Mcallen. -“¡Leo, mi titán de los negocios, mi magnate indomable! ¡Tamara, mi reina de la eficiencia, mi baluarte de la cordura!” exclamó Alex con su habitual exuberancia desbordante, su presencia llenando la habitación con un torrente de palabras y gestos grandilocuentes. Su parloteo incesante llenó la oficina con anécdotas hilarantes sobre sus últimos casos legales, divagaciones sobre la peculiaridad de sus clientes y una serie de bromas sarcásticas dirigidas, con afecto, hacia ambos. Tamara, a pesar de su inicial reserva y su evidente preocupación por la repentina compra de la aerolínea, no pudo evitar esbozar una sonrisa ante el humor contagioso y la lealtad incondicional de Alex. Los tres se enfrascaron en una conversación animada, recordando viejos tiempos en la universidad, compartiendo chistes internos y burlándose mutuamente con la familiaridad de hermanos.
Cuando Tamara se retiró discretamente para atender una llamada urgente, dejando a los dos amigos solos en el despacho, Alex se giró hacia Leonidas con una sonrisa pícara y una mirada cómplice. -“Entonces, viejo amigo, ¿sigues en pie para la noche? Felipe está ansioso por mostrarnos su nuevo antro. Dice que la clientela es… interesante.” Leonidas asintió, consultando su reloj mental con la precisión de un piloto. -“Nueve en punto, como acordamos. Necesitaba ultimar algunos detalles aquí. Y tú sabes cómo es Tamara cuando cree que estoy tomando una decisión impulsiva.” Alex fingió una sorpresa exagerada, llevándose una mano al pecho con dramatismo. -“¿Tú? ¿Trabajando un sábado por la noche? ¿Acaso los cuatro jinetes del Apocalipsis han aparcado sus corceles en Wall Street?” Leonidas arqueó una ceja con una expresión divertida. -“Si no tuvieras una legión de clientes rogando por tus servicios, Mcallen, te ofrecería amablemente compartir mi ‘poco’ trabajo. Quizás así entenderías el significado de la palabra ‘ocio’.” Alex salió corriendo de la oficina con una carcajada sonora. -“¡Ni loco! Prefiero mi estrés bien remunerado, gracias. Y además, Felipe promete barra libre para los viejos amigos.” Leonidas negó con la cabeza, preguntándose cómo un ser tan egocéntrico y parlanchín podía ser uno de los abogados más brillantes y solicitados del estado.
La tarde se desvaneció en una vorágine de llamadas estratégicas, la lectura de informes financieros y la respuesta a correos electrónicos cruciales que requerían su atención inmediata. Alrededor de las ocho de la noche, Leonidas subió al apartaestudio de lujo que tenía sobre su oficina, un refugio conveniente para las largas jornadas laborales que a menudo lo mantenían en el corazón de Manhattan hasta altas horas de la madrugada. Una ducha rápida y un cambio de ropa por algo más informal después, estaba listo para la noche. Llegó al club "Eclipse" y entró directamente por una puerta lateral discreta, un acceso reservado para los invitados VIP que preferían evitar la atención no deseada y las miradas curiosas del público general. El local era impresionante, un testimonio del gusto exquisito y la visión de su amigo Felipe. Lo condujeron a un reservado en el segundo nivel, con una vista panorámica privilegiada de toda la pista de baile y el ambiente vibrante del club.
Estaba absorto en una conversación animada con Alex y Felipe, recordando anécdotas universitarias y las legendarias protestas estudiantiles en las que los tres habían participado con un fervor casi revolucionario, cuando sus ojos, deambulando por la multitud danzante, se posaron en una figura que bailaba con una libertad embriagadora y una gracia hipnótica en la pista de abajo. Era hermosa, irradia una sensualidad natural y una energía que parecía iluminar todo el espacio a su alrededor. Una sonrisa involuntaria, la primera sonrisa genuina en horas, curvó sus labios. El destino, pensó con una punzada de sorpresa, tenía un sentido del humor retorcido y una forma peculiar de jugar con las expectativas. Creía que tendría que esperar unos días más para volver a verla. Su ángel lo había encontrado, inesperadamente, en medio del bullicio de un club nocturno de Nueva York. Su cuerpo pareció reconocerla antes que su mente consciente, una punzada de familiaridad, una conexión inexplicable que resonó en lo más profundo de su ser. Instintivamente, como si sintiera su mirada, ella levantó la cabeza, y sus ojos verdes intensos se encontraron con los suyos. El reconocimiento iluminó su rostro con una sorpresa palpable, y sus labios le regalaron la sonrisa más radiante y sincera que jamás había visto.
Con un gesto apenas perceptible, un movimiento de su mano indicándole que esperara ahí, Leonidas se excusó con Alex con una excusa vaga y se dispuso a descender, el corazón latiéndole con una fuerza inusitada, una mezcla de excitación y una anticipación casi infantil, al encuentro de la mujer que en tan solo unas horas había logrado desestabilizar su mundo perfectamente ordenado y despertar en él emociones que creía dormidas para siempre.