El aliento se me atascó en la garganta. Ahí estaba él, justo detrás de mí, la materialización de la fantasía que había estado revoloteando en mi mente desde aquel fugaz encuentro en el avión. Su presencia era aún más imponente de cerca, la altura, la anchura de sus hombros bajo la chaqueta oscura, la intensidad de sus ojos verdes ahora a escasos centímetros de los míos. Era como si el tiempo se hubiera detenido, el bullicio del club desvaneciéndose en un silencio ensordecedor.
Una sonrisa suave curvó sus labios, una sonrisa que parecía reservada solo para mí en ese instante.- “Hola, Dione,” dijo, y mi nombre pronunciado por su voz grave y sensual envió una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. ¿Cómo sabía mi nombre? La pregunta revoloteó en mi mente como una mariposa nerviosa.
Mi propia voz pareció abandonarme por un momento. Logré articular un tímido - “Hola,” sintiendo mis mejillas arder. Su mirada era intensa, escrutadora, pero no de una manera incómoda, sino más bien como si estuviera tratando de memorizar cada rasgo de mi rostro.
-“Leonidas Holfman,” se presentó, extendiendo una mano grande y fuerte hacia mí. Su tacto, aunque breve, envió otra oleada de calor a través de mi piel. Su agarre era firme pero caballeroso.
-“Dione Moore,” respondí, mi voz un poco más segura esta vez, devolviéndole el apretón. Su mano era cálida, y por un instante sentí una conexión extraña, como si dos piezas de un rompecabezas se hubieran encontrado.
-“Es… una coincidencia inesperada encontrarte aquí,” comentó, su mirada aún fija en mis ojos. Había una sorpresa genuina en su tono, pero también algo más, una chispa de… ¿interés?
-“Sí,” murmuré, sintiéndome un poco aturdida. -“No esperaba verte de nuevo.” La verdad era que una pequeña parte de mí, en algún rincón secreto de mi corazón, había fantaseado con la posibilidad, aunque la había descartado como una locura.
-“El mundo es sorprendentemente pequeño a veces,” añadió, su sonrisa volviendo a iluminar su rostro. Sus ojos brillaban con una intensidad que me hacía sentir como si fuera la única persona en el club.
Cecil apareció a mi lado, con una ceja arqueada y una sonrisa pícara. -“¿Interrumpo algo?” preguntó con un tono juguetón.
“Cecil, él es Leonidas,” dije, sintiéndome un poco nerviosa por la presentación. -“Leonidas, ella es mi mejor amiga, Cecil.”
Leonidas le ofreció una sonrisa encantadora a Cecil. -“Un placer conocerte, Cecil.”
-“El placer es mío,” respondió Cecil, examinándolo de arriba abajo con una mirada evaluadora.- “Así que tú eres el famoso ‘hombre apuesto del avión’ del que Dione no ha parado de hablar.” Mis mejillas ardieron aún más ante su comentario descarado.
Leonidas soltó una carcajada grave. -“¿Ah, sí? Espero que sus recuerdos hayan sido… favorables.”
-“Oh, créeme,” intervino Cecil con una sonrisa astuta, “han sido muy, muy favorable".
El calor en mis mejillas se intensificó ante la descarada intervención de Cecil. -“¡Cecil!” exclamé en un susurro avergonzado, aunque una pequeña parte de mí agradecía su espontaneidad. La mirada de Leonidas se dirigió de nuevo a mí, una sonrisa divertida danzando en sus labios.
-“Dione,” dijo, su voz ahora más suave, casi íntima a pesar del bullicio circundante, -“me encantaría seguir conversando contigo. ¿Te gustaría subir a mi reservado? Podemos hablar con más tranquilidad.” Su invitación, aunque inesperada, despertó una oleada de emoción y nerviosismo en mi interior. La idea de pasar más tiempo con él, de conocerlo mejor, era inmensamente tentadora.
Miré a Cecil, buscando una señal, una opinión silenciosa. Ella me devolvió una sonrisa pícara, sus ojos brillando con una travesura cómplice. -“¡Claro que sí! Ve, Dione. Yo estaré bien por aquí, disfrutando del ambiente. Pero prométeme que me contarás todo con lujo de detalles mañana.” Su repentino cambio de actitud me tomó por sorpresa.
-“¿Estás segura, Cecil?” pregunté, sintiendo una punzada de duda. No quería dejarla sola si ella no se sentía cómoda.
-“Absolutamente,” respondió con un guiño. -“Esta noche parece que tienes una aventura más interesante que una simple charla conmigo. ¡Aprovéchala!” Me empujó suavemente hacia Leonidas con una sonrisa alentadora. -“Y tú, Leonidas, cuídala bien. No quiero que vuelva con el corazón roto.”
Leonidas me ofreció su brazo con una sonrisa caballeresca. -“Con su permiso, Cecil. Prometo devolverla sana y salva… y quizás un poco más feliz.”
Tomé su brazo, sintiendo una mezcla de excitación y una ligera incredulidad. Esto estaba sucediendo de verdad. -“Gracias, Cecil,” le dije, sintiendo una oleada de gratitud por su repentino apoyo.
-“Diviértete,” me susurró al oído mientras Leonidas me guiaba a través de la multitud. La vi sonreír mientras nos alejábamos, una sonrisa que parecía decir: -“Ya era hora de que tu vida tuviera un poco más de emoción.”
-“Buenas noches, Cecil,” dije, despidiéndome con una última mirada antes de seguir a Leonidas hacia las escaleras que conducían al segundo nivel.
“Buenas noches," respondió Leonidas, su mano sobre la mía mientras subíamos. La forma en que su presencia eclipsaba todo lo demás a mi alrededor era… embriagadora.
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La intervención de Cecil tomó un giro inesperado. Su repentino apoyo a mi invitación fue una grata sorpresa. Su mirada pícara y su comentario sobre la necesidad de “aventura” en la vida de Dione me hicieron sonreír. Parecía entender, quizás mejor que la propia Dione, la chispa que acababa de encenderse entre nosotros.
Guié a Dione a través del bullicio del club, sintiendo la suave presión de su mano en mi brazo. Al llegar al reservado, la presenté a Alex y Felipe, mis dos amigos más cercanos, aunque de personalidades diametralmente opuestas. -“Dione, ellos son Alexander Mcallen, mi abogado y una fuente inagotable de… peculiaridades, y Felipe Vargas, el visionario detrás de este… establecimiento,” dije con una sonrisa, enfatizando ligeramente la última palabra.