FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 11

El domingo amaneció en el apartamento de Dione con una serenidad inusual, la luz perezosa filtrándose a través de las persianas cerradas, proyectando franjas doradas sobre el suelo de madera. Pero la calma exterior contrastaba con el torbellino de emociones que agitaban su interior. Despertó con la imagen nítida de Leonidas grabada en su mente, cada detalle de su presencia imponente, la calidez de su sonrisa, la intensidad penetrante de sus ojos verdes, el eco profundo de su voz resonando en sus recuerdos.

La noche anterior se había tejido en su memoria como un sueño vívido, un encuentro inesperado que había encendido una chispa de curiosidad y una punzada de anhelo que nunca antes había experimentado. Una ansiedad dulce, una expectación casi infantil, la embargaba por completo. Tenía unas ganas irrefrenables de volver a verlo, de sumergirse en la profundidad de su conversación, de explorar la conexión palpable que había surgido entre ellos en tan pocas horas, una conexión que se sentía a la vez fugaz y profundamente significativa. No lograba comprender la intensidad de sus sentimientos hacia un hombre que apenas conocía, pero la verdad era innegable: Leonidas Holfman había irrumpido en su vida con la fuerza de un huracán silencioso, despertando en ella una sinfonía de emociones desconocidas. Su aura de poder, lejos de intimidarla, la envolvía en una extraña sensación de seguridad, una promesa tácita de protección que su corazón, inexplicablemente, anhelaba.

El sonido agudo de su teléfono interrumpió sus ensoñaciones matutinas, y su corazón dio un vuelco de pura anticipación. -“¡Cecil!” exclamó al ver el nombre iluminado en la pantalla, respondiendo a la llamada con una rapidez casi cómica, como si el destino mismo estuviera al otro lado de la línea. -“¡Tienes que escuchar esto! ¡No vas a creer ni una palabra de lo que pasó anoche! Fue… fue como sacado de una película.” Le relató cada detalle del encuentro, desde la sorpresa electrizante de verlo en el club hasta el tembloroso y fugaz roce de sus labios al despedirse, omitiendo estratégicamente la intensidad de los pensamientos que la habían mantenido despierta durante horas después de regresar a casa.- “Y dijo que me llamaría hoy,” añadió con un suspiro cargado de una esperanza palpable, su voz teñida de una emoción que no podía ocultar.

Saltó de la cama con una energía renovada, la pereza matutina completamente disipada por la perspectiva del día que se avecinaba. Eran las diez de la mañana, y el domingo se sentía lleno de promesas inexploradas. Preparó un café fuerte y aromático, el vapor caliente danzando en el aire y llenando su pequeño apartamento con un aroma reconfortante, y tostó una rebanada de pan integral, untándola con una fina capa de mermelada casera. Apenas se había acomodado en el pequeño sofá de la sala de estar, con la taza humeante entre las manos y la mente aún divagando en los recuerdos de la noche anterior, cuando su teléfono volvió a sonar. El nombre que apareció en la pantalla hizo que su corazón diera un vuelco por segunda vez en la mañana, esta vez con una intensidad aún mayor: León. Contestó con una sonrisa nerviosa y expectante en los labios, su voz temblando ligeramente al pronunciar un suave “¿Hola?”

-“Buenos días, Dione,” saludó su voz profunda y cálida, resonando en su oído como una melodía familiar, enviando una corriente eléctrica que recorrió su espalda y la hizo estremecer ligeramente.

-“Buenos días, Leonidas,” respondió, tratando de mantener una fachada de calma y compostura a pesar del torbellino de emociones que danzaban en su interior.

-“Espero que hayas descansado bien después de nuestra… inesperada noche,” comentó él, con un ligero tono divertido y una insinuación juguetona en su voz que no pasó desapercibida para Dione.

-“Dormí… profundamente,” mintió piadosamente, sintiendo un ligero rubor en sus mejillas. La verdad era que había pasado horas dando vueltas en la cama, reviviendo cada instante de su encuentro, analizando cada palabra, cada mirada, cada roce fugaz. -“¿Y tú?”

-“Lo suficiente para empezar el día,” respondió él con un tono que sugería que sus pensamientos también habían estado ocupados. -“Me gustaría invitarte a salir hoy. A pasar el día contigo, si estás libre y te apetece.”

Su corazón dio un vuelco, latiendo con una fuerza que la dejó momentáneamente sin aliento. -“Me encantaría,” dijo con una sonrisa radiante que podía sentirse a través de la línea telefónica. -“Estaré lista.”.

-“Perfecto. Pasaré por ti a las cuatro,” anunció Leonidas, su voz firme y segura. -“Así tendremos tiempo de disfrutar de la tarde y, si te parece, de la noche también.”

Intercambiaron algunas bromas ligeras, con insinuaciones sutiles flotando en el aire como mariposas revoloteando alrededor de una flor. La química entre ellos era innegable, una fuerza invisible que los atraía el uno hacia el otro incluso a través de una simple llamada telefónica.

-“Por cierto,” preguntó Dione, tratando de sonar casual y despreocupada, aunque su curiosidad la carcomía por dentro, “¿tienes algún lugar en mente para hoy? ¿Debería vestirme de alguna manera en particular? No quiero desentonar.”.

Hubo una breve pausa al otro lado de la línea, un silencio cargado de una anticipación deliciosa, seguida de su voz grave y segura, que parecía envolverla en una promesa. -“Dione, estoy absolutamente seguro de que cualquier cosa que te pongas te quedará hermosa. Tu presencia ilumina cualquier lugar. Vístete como te sientas cómoda, como la mujer radiante que eres. El lugar… es tranquilo y exclusivo. Un rincón de la ciudad donde podemos conversar sin el ruido del mundo exterior. Pero lo más importante, créeme, es la compañía.” Su respuesta, aunque vaga en detalles, la llenó de una anticipación aún mayor.

-“Entonces… será una sorpresa,” dijo ella con una sonrisa juguetona, su imaginación volando hacia posibilidades elegantes y misteriosas.

-“Exactamente,” respondió él, su voz ahora cargada de un ligero misterio que la intrigaba profundamente. -“Espero sorprenderte gratamente, Dione.”




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