Lunes. La ciudad aún bostezaba bajo un cielo grisáceo cuando llegué a mi oficina. Tamara ya estaba en su puesto, su eficiencia matutina tan predecible como el amanecer. -“Buenos días,” dije con una sonrisa, una cortesía que últimamente sentía más genuina. Ella me siguió a mi despacho con su tableta en mano, enumerando las reuniones, los contratos pendientes, el laberinto de mi día. Al escucharla mencionar una cita a las seis de la tarde, la interrumpí con una firmeza amable.
- “Tamara, después de las seis, cancela todo. Tengo planes.” Sus ojos se abrieron ligeramente, una sorpresa silenciosa que reflejaba su desconcierto ante mi reciente… desviación de la norma. Pero Tamara era profesional. -“Entendido,” respondió simplemente, antes de retirarse a su escritorio.
Me senté, el cuero frío de mi silla como un recordatorio de mi habitual aislamiento. Pero hoy, la rutina se sentía diferente, teñida de una anticipación suave. A las diez en punto, tecleé un mensaje rápido a Dione:
-“Buenos días. Espero que tu ‘hibernación’ sea reparadora.”
Su respuesta llegó unos minutos después, tan ingeniosa como la recordaba:
-“Buenos días. El Netflix y la cama me están tratando de maravilla. Que tu día en el mundo real sea más productivo que el mío en el reino de la pereza.”
Le respondí con una invitación impulsiva:
-“Si tu reino de la pereza te permite una breve visita al mundo exterior, ¿te gustaría cenar conmigo a las siete?” Su respuesta afirmativa hizo que una sonrisa genuina se extendiera por mi rostro
. -“Me encantaría, Leonidas. A las siete estaré lista para abandonar mi guarida.”
En ese preciso instante, la puerta de mi despacho se abrió con el estruendo característico de la llegada de Alexander Mcallen. -“¡Leo, mi magnate favorito! ¿Sigues vivo bajo esa montaña de papel o ya te has convertido en un fósil de los negocios?” Su saludo, como siempre, era una mezcla de burla y afecto.
-“Alexander,” dije con un suspiro fingido, “¿no tienes trabajo que hacer? ¿Crees que te pago demasiado dinero por no hacer nada?"
Alex se dejó caer en la silla frente a mi escritorio con una sonrisa de suficiencia. -“Mi agenda está… estratégicamente despejada para asuntos de mayor importancia. Como, por ejemplo, obtener todos los jugosos detalles sobre la misteriosa belleza que apareció contigo el sábado por la noche. ¡Y que tenías tan posesivamente agarrada, debo añadir!” Su tono era inquisitivo, con un brillo de puro chismorreo en sus ojos.
Suspiré, pero una sonrisa involuntaria se asomó a mis labios. Le conté a Alex todo, desde el encuentro fortuito en el vuelo hasta la aún más improbable coincidencia en el club. Relaté mi sorpresa al reconocerla, la conversación en mi reservado, incluso el… prometedor final en el coche.
Alex escuchó atentamente, con su habitual mezcla de incredulidad y humor. “¿Veintitrés años? ¡Parecía una cría! Pero… tengo que admitir que la forma en que te devolvió mis propias pullas es digna de admiración. Generalmente, tus conquistas se limitan a asentir educadamente.”
-“Es,” dije con una certeza que me sorprendió a mí mismo, -“sin lugar a dudas, una de las mujeres más inteligentes que he conocido.”
Alex arqueó una ceja con exageración. -“¡Woah! El gran Leonidas Holfman admitiendo la inteligencia de una mujer que no está cerrando un trato multimillonario. Debo estar soñando. Pero… te creo. He conocido a muchas mujeres… digamos… ‘interesadas’. Suena a que esta es diferente.”
Su tono se suavizó ligeramente. -“Sabes, Leo, te he visto con muchas mujeres a lo largo de los años. Pero desde el sábado… pareces diferente. Más… suave. Más… feliz. Y eso, viejo amigo, me hace sentir bien.” Su comentario, aunque dicho con su habitual torpeza emocional, era genuino. Y, para mi sorpresa, tenía razón. Dione estaba… desarmándome, de una manera que nunca creí posible.
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Dione pasó el lunes sumida en una burbuja de anticipación que la hacía sonreír sin motivo aparente, cada mensaje de texto con Cecil era un torrente de exclamaciones y emojis de corazones. Le había contado a su amiga cada detalle del domingo, desde el paseo por los jardines de Wave Hill hasta la inesperada revelación sobre Holfman Global, y por supuesto, ese beso… ese beso que había dejado una marca imborrable en sus labios y un cosquilleo persistente en todo su cuerpo. Cecil, al otro lado del Atlántico en un vuelo a Londres, había reaccionado con su habitual entusiasmo desbordado, su voz llegando entrecortada a través de la línea. -“¡Ay, amiga, esto es un culebrón de alto voltaje! ¿El dueño de la aerolínea donde trabajas? ¡Qué giro de guion! Prepárate para volar en primera clase y con champán gratis, ¡se acabó el café aguado!” Dione había optado por no revelar aún la identidad del comprador, prefiriendo saborear la sorpresa por sí misma, como un secreto dulce que solo ella conocía.
La pregunta crucial, el eterno dilema femenino, había sido el atuendo. -“¡Cecil, auxilio fashionista de emergencia! ¿Qué me pongo para esta noche? Necesito un look que diga ‘soy interesante pero accesible’, ‘sofisticada pero no inalcanzable’, ‘lista para una noche inolvidable pero sin parecer desesperada’.” La respuesta de su amiga, llegando con la claridad de una revelación divina, fue instantánea. -“¡El vestido de satén rojo, criatura celestial! El que te hace parecer una diosa saliendo de la espuma del mar, con esa abertura lateral que insinúa un paraíso y esos tirantes que son puro pecado. Ese grita -"soy exquisita y te voy a dejar sin aliento’. Póntelo y no mires atrás, ¡es tu noche de conquista!” Dione había vacilado, su lado práctico luchando contra la tentación de la audacia. -“¿No es demasiado, Cecil? ¿Podría dar una impresión equivocada? No quiero parecer… demasiado.” La réplica de su amiga, llegando con la sabiduría de una gurú del estilo, fue categórica. -“¡Póntelo y deja de cuestionar tu poderío, mujer! No es una impresión equivocada, es la impresión correcta. Llévalo y da la idea que tengas que dar. Déjate llevar por la corriente, amiga. Disfruta cada segundo. Que pase lo que tenga que pasar, ¡el universo conspira a tu favor!” Al final, la lógica desinhibida y la confianza contagiosa de Cecil habían prevalecido.