FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 15

Perspectiva de Tamara:

Lo vi por primera vez hace Quince años. Yo era una recién graduada de veintidós, con la cabeza llena de sueños y un traje de sastre que me quedaba un poco grande. Él… él tenía veintiocho, con el peso de un imperio incipiente ya sobre sus hombros. Leonidas Holfman. Su nombre resonaba con una autoridad silenciosa incluso entonces. Fui su primera empleada, contratada directamente de la universidad, mucho antes de los ejércitos de asistentes y los rascacielos con su nombre. Desde el primer instante, algo se encendió en mí. No era solo la admiración por su mente brillante y su visión audaz, era una atracción visceral, una punzada caliente que se instaló en mi corazón y nunca se extinguió por completo.

Fui su sombra leal, aprendiendo su ritmo, anticipando sus necesidades antes de que él las expresara. Conocía su letra ilegible, sus cambios de humor repentinos, la furia fría que podía desatar cuando las cosas no salían como él quería. Estuve ahí para las noches en vela en la oficina, para los viajes de último minuto a rincones remotos del mundo, para celebrar las victorias silenciosas y amortiguar los golpes inesperados. Siempre estuve ahí. Y en la quietud de mi apartamento, entre las sábanas frías, tejía fantasías donde sus ojos finalmente se posaban en mí con deseo, donde la distancia profesional se desvanecía en un abrazo apasionado.

Hubo épocas… épocas en las que la soledad se volvía insoportable. Entonces, buscaba sucedáneos. Hombres parecidos a él, con esa misma altivez en la mirada, esa mandíbula marcada, esa aura de poder. Los encontraba a través de contactos discretos, encuentros fugaces donde la fantasía se materializaba por unas horas. Les pedía que se hicieran llamar Leonidas, una burda imitación del hombre que realmente deseaba. Y en la oscuridad, mientras sus cuerpos se entrelazaban, cerraba los ojos e imaginaba que era él, mi Leonidas, quien me tomaba con esa brusquedad que intuía en él, esa posesividad silenciosa que me erizaba la piel con solo pensarlo. Sabía que era una locura, una forma retorcida de alimentar mi obsesión, pero era mi secreto, mi válvula de escape.

En los dos últimos meses, mi mundo cuidadosamente construido se ha desmoronado ladrillo a ladrillo. Su impecable rutina, la que yo misma había ayudado a establecer, se ha hecho añicos. Llega tarde, se va temprano, cancela reuniones cruciales con excusas vagas. Las facturas… las he visto. De joyerías deslumbrantes, de boutiques de diseñador con nombres impronunciables, de hoteles de lujo en destinos exóticos. Y sé, con una certeza dolorosa, que no son para mí.

La aparición de esa… azafata ha sido como una bomba silenciosa en mi vida. Al principio, fue una curiosidad irritante, una aventura pasajera. Luego, una punzada de celos. Ahora… ahora es una amenaza directa a todo lo que he anhelado en secreto durante más de una década. Le saqué información a Alex, el idiota engreído que se hace llamar su mejor amigo. Con unas cuantas copas de más y mis preguntas estratégicas, me reveló detalles escalofriantes: su fascinación por ella, su constante compañía, incluso la estúpida sonrisa que se dibuja en su rostro cuando habla de ella. Feliz. La palabra me quemó la lengua. Nunca lo había visto así.

La rabia es un ácido corrosivo que me carcome por dentro. ¿Quién es esta intrusa insignificante que ha llegado para robarse lo que siempre ha sido mío por derecho de lealtad y amor silencioso? No la conozco, solo su estúpido nombre: Dione Moore. Una azafata. Una simple mortal que ha hechizado a mi León. Y él, mi Leonidas, el hombre que nunca me ha mirado con esa intensidad, parece estar completamente embelesado.

Ahora entiendo su repentina obsesión por comprar esa maldita aerolínea. Todo encaja perfectamente. Ella trabaja ahí. Él está dispuesto a gastar millones solo para tenerla más cerca. Es nauseabundo.

Tengo que actuar. No puedo permitir que esta zorra se quede con lo que me pertenece. Leonidas es mío. Siempre lo ha sido, aunque su ceguera se lo impida ver. Y no voy a dejar que una cara bonita y un par de piernas largas me lo arrebaten. Encontraré una manera de deshacerme de esta maldita azafata. Ella no sabe con quién se está metiendo. Mi paciencia tiene un límite, y mi amor no correspondido se está convirtiendo en una furia peligrosa.

Perspectiva de Dione:

Dos meses. Una eternidad feliz condensada en sesenta días de risas compartidas, susurros en la oscuridad y una pasión que parecía crecer con cada amanecer. Leonidas y yo éramos como dos mitades largamente separadas que finalmente se habían encontrado. Mi vida, antes marcada por la rutina y la nostalgia, ahora vibraba con una energía nueva, impulsada por su presencia constante. Su mundo, antes tan hermético y solitario, parecía haberse abierto, revelando un lado de él que pocos conocían.

Esta tarde estaba con Cecil en nuestro café habitual, el aroma a café y pastel flotando en el aire mientras compartíamos confidencias.

-“¡Dione, por el amor de Dior! ¡Dos meses! ¿Sigues viva bajo esa avalancha de testosterona y billetes de cien dólares?” exclamó Cecil, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y diversión.

Solté una risita. -“Sobreviviendo, para tu información. Y sí, es… intenso. Pero de la mejor manera posible. Nunca pensé que podría sentirme tan… plena.”

-“¡Te lo dije! Ese hombre tenía un aura de ‘te haré ver las estrellas’ desde el principio. ¿Y la bruja de la asistente? ¿Sigue lanzándote miradas asesinas a través del teléfono?” preguntó Cecil, refiriéndose a la asistente de Leonidas.

-“Precisamente de ella te quería hablar,” dije, frunciendo ligeramente el ceño. -“Solo he hablado con ella dos veces, cuando necesitaba comunicarme urgentemente con Leonidas en la oficina. Y las dos veces… me trató con una frialdad glacial. Como si yo fuera una molestia, un error.”

-“Uy, la arpía siente su territorio amenazado,” comentó Cecil, tomando un sorbo de su limonada. -“Ya sabes cómo son esas asistentes ultraleales. Se creen las guardianas del harén del jefe.”




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