FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 16

Antes de Dione, mi existencia era un ejercicio de precisión, una maquinaria bien aceitada que producía resultados impecables pero carecía de la chispa vital. El éxito era una métrica, una cifra en un balance, desprovisto de la calidez humana que ahora anhelaba. Mi mundo era un laberinto de cristal y acero, donde las emociones eran vistas como debilidades y la vulnerabilidad, un lujo inaceptable. En esos años grises, la felicidad era una quimera distante, un objetivo empresarial más que un estado del ser.

Entonces llegó ella, como un amanecer inesperado después de una noche interminable. Dione. Su risa era una melodía desconocida que resonaba en los pasillos silenciosos de mi alma, su espontaneidad, un antídoto contra mi rigidez autoimpuesta. En estos dos meses, mi vida se había transformado en un jardín floreciente, lleno de colores vibrantes y aromas embriagadores. Ella era la flor más hermosa, la que jamás supe que existía y que ahora cuidaba con una devoción feroz.

Un día, con una delicadeza que contrastaba con su espíritu vivaz, me tomó de la mano y me guió a un rincón apacible de un cementerio. -“Este es el lugar,” dijo en un susurro, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y amor. Bajo la sombra de un árbol joven, cuyas ramas parecían alcanzar el cielo, descubrí un pequeño santuario adornado con luces cálidas y fotografías sonrientes. -“Aquí descansa mi mamá,” explicó, señalando una de las imágenes donde una mujer de rostro dulce sonreía con cariño. -“Este árbol… lo plantamos juntas poco antes de que se fuera.” Me contó historias de su madre, de su fuerza inquebrantable y su amor incondicional, de cómo la había criado sola con una determinación admirable.

-“¿Recuerdas que te conté que me escapé para ver a mi papá?” preguntó un día, una sonrisa traviesa asomándose a sus labios. -“Tenía once. Me subí a un autobús sin decirle nada a mamá. Quería verlo. Lo encontré… feliz, con su familia.” Su voz se quebró ligeramente, pero sus ojos permanecieron firmes. -“No me regañó. Solo me abrazó y me dijo: ‘Él se lo perdió, mi amor’.” En ese instante, la amé con una intensidad que me asustó. Su capacidad para transformar el dolor en comprensión era asombrosa.

Luego, me habló del último suspiro de su madre, de un deseo sencillo pero profundo. -“Ella solo quería verme feliz, Leonidas,” dijo, sus ojos llenándose de lágrimas que no llegaron a caer. -“Siempre me decía que merecía un amor verdadero, alguien que me viera como ella lo hacía.” Al escucharla hablar con tanta añoranza y amor, una certeza profunda se instaló en mi pecho: esto era amor. Un amor que había brotado sin previo aviso, que me había tomado por sorpresa y que ahora lo inundaba todo. La idea de perderla, de volver a la aridez de mi existencia anterior, era insoportable. Tenía que encontrar la manera de anclarla a mi vida, de entrelazar nuestras vidas de una forma indisoluble.

La fiesta de mi empresa fue una prueba de fuego, una inmersión en mi mundo donde ella brilló con una luz propia. “Quiero que conozcan a Dione,” anuncié con un orgullo que no podía ocultar, tomándola de la mano frente a mis socios y amigos. -“Ella es… todo para mí.” Vi la admiración en sus rostros, la fascinación que despertaba con su sonrisa contagiosa y su ingenio rápido. Dondequiera que estábamos, las risas florecían, las conversaciones se animaban.

-“Es encantadora, Leonidas,” comentó Julian, mi socio más antiguo, con una sonrisa genuina. -“Tienes buen ojo.”

-“Es mucho más que encantadora,” respondí, mi mirada fija en Dione mientras conversaba animadamente con Catherine, la esposa de otro socio. -“Es… extraordinaria.”

En un momento de la noche, mientras me aparté brevemente para atender una llamada de negocios, vi a Dione conversando con Alex. Mi mejor amigo, conocido por su sarcasmo afilado y su humor negro, parecía particularmente animado. Al acercarme, capté parte de su intercambio.

-“Así que, la famosa azafata que ha logrado lo que ninguna de nosotras pudo en años,” dijo Alex, con una sonrisa burlona pero sin malicia en sus ojos.

-“¿Famosa por qué, exactamente? ¿Por servir café a treinta mil pies de altura o por domesticar leones en su tiempo libre?” respondió Dione con una rapidez sorprendente, su labio curvándose en una sonrisa igualmente sarcástica.

Alex soltó una carcajada. -“Me gusta tu estilo, chica. Eres tan venenosa como pareces encantadora. Un espécimen raro.”

-“Y tú pareces el tipo de persona que tiene respuestas ingeniosas preparadas para cada situación. ¿Te las aprendes de un libro o simplemente eres así de… predeciblemente sarcástico?” replicó Dione, con un brillo travieso en sus ojos.

Me quedé observándolos por un instante, percatándome de la química inesperada entre ellos. Su agilidad mental, su capacidad para lanzarse pullas con una sonrisa… eran sorprendentemente similares. Alex, que rara vez se impresionaba con alguien, parecía genuinamente entretenido.

-“Veo que ya eres amigo de mi peor influencia,” dije al acercarme, rodeando la cintura de Dione con mi brazo.

-“Peor influencia, ¿eh? ¿Eso significa que ahora tendré a dos personas conspirando para que te relajes un poco?” preguntó Dione, apoyando su cabeza en mi hombro con una sonrisa dulce que contrastaba con su reciente intercambio.

En ese momento, Tamara se acercó a nosotros, su rostro inexpresivo. “Leonidas ,” dijo con su tono formal habitual. “Disculpa la interrupción, pero el señor Peters necesita una aclaración urgente sobre el contrato…” Su mirada se desvió hacia Dione por un instante, fría e inquisitiva. -“Nunca te había visto tan… relajado, Leonidas.” Su comentario tenía un filo sutil, casi imperceptible, pero lo noté.

-" Eso note cuando lo conocí que no era de los que se relajaba nunca," dijo Dione. " Eso me dice que con la compañía adecuada todo es posible." Dione se acercó más a mi y me dedicó una hermosa sonrisa.

Alex soltó una risita ahogada y yo reprimí una sonrisa. La tensión en el aire era palpable,
-“Ten cuidado, Leo,” advirtió Alex con una sonrisa pícara. -“Esta chica tiene colmillos.”




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