FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 22

Perspectiva de Alex

Dione estaba sentada a mi lado, con la mirada inquieta danzando entre los edificios y los transeúntes, como si buscara una aguja en un pajar. Yo conducía despacio, siguiendo sus indicaciones vagas y sus repentinos -“creo que es por aquí”. Leonidas había mencionado a Cecil varias veces, describiéndola como una fuerza de la naturaleza, una amiga leal con un sentido del humor… peculiar. Pero nunca me había dado una descripción física precisa, así que estábamos en una especie de búsqueda a ciegas por las calles de esta parte de la ciudad que no frecuentaba mucho.

-“Para, Alex, para aquí,” dijo Dione de repente, su voz cargada de una urgencia que me puso en alerta. Se bajó del coche rápidamente y caminó unos pasos, su mirada fija en un pequeño café de aspecto acogedor. La vi detenerse cerca de una mesa en la terraza y abrazar a una chica. Un abrazo largo, apretado, del tipo que se da cuando el mundo se te viene encima. La otra chica, la tal Cecil, no paraba de llorar, sus sollozos audibles incluso a través del cristal.

Observé la escena con una punzada de empatía. Dione la envolvió con sus brazos, ofreciéndole un consuelo silencioso. Luego, la vi recoger un bolso y lo que parecían ser algunas pertenencias de la mesa, todo mientras mantenía a Cecil pegada a su costado. Salieron del café de esa manera, como si fueran una sola persona, y abrieron la puerta trasera de mi coche. Ambas se acurrucaron en el asiento trasero, Dione sin soltar a su amiga, que seguía temblando con el llanto.

Mi día, efectivamente, había tomado un giro… interesante. De abogado de prestigio a chófer compasivo en cuestión de minutos. Dione me dio una dirección que resultó estar un poco alejada del centro, en una zona residencial tranquila. Empecé a conducir, echando un vistazo ocasional por el espejo retrovisor. Dione seguía abrazando a su amiga, cuyo rostro aún permanecía oculto tras el hombro de Dione.

Mientras conducía, mis pensamientos divagaron hacia Leonidas. Lo imaginé en su oficina, probablemente repasando documentos o lidiando con la delegación japonesa, sin tener idea del pequeño drama que se desarrollaba en mi coche. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios al pensar en lo feliz que se veía últimamente. Dione realmente lo había cambiado para mejor, suavizando sus aristas, inyectando alegría en su mundo antes tan estructurado.

Y entonces, una punzada, un anhelo silencioso, me atravesó. Deseaba encontrar a alguien que me moviera el mundo de esa manera, alguien cuya presencia iluminara mis días y cuyo abrazo me ofreciera ese tipo de consuelo incondicional. Observé a Dione a través del espejo, su rostro lleno de una preocupación tierna mientras acariciaba el cabello de su amiga sollozante. Sí, deseaba encontrar una conexión así, una persona que valiera la pena el desvío inesperado en un día cualquiera.

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Salí del coche con el corazón apesadumbrado, dirigiéndome al pequeño café con una mezcla de temor y compasión. Aún no sabía la magnitud del huracán que había arrasado la vida de Cecil, solo escuché fragmentos de su voz entrecortada al teléfono: -“El maldito Roberto… infeliz… su madre…” La abracé con fuerza al encontrarla, intentando transmitirle un consuelo silencioso mientras la guiaba de vuelta al coche de Alex. La senté en el asiento trasero, manteniéndola cerca, esperando que la cercanía física aliviara un poco su dolor.

Después de media hora, Cecil levantó la cabeza, sus ojos rojos e hinchados aún brillando con lágrimas no derramadas. Cogió su bolso y sacó toallitas húmedas, limpiándose el rostro con una meticulosidad casi mecánica. Luego, con una determinación sorprendente, sacó su desmaquillante y eliminó cada rastro de maquillaje, revelando una belleza natural, fresca y vulnerable. Mi amiga era hermosa con maquillaje, pero aún más hermosa sin él, incluso después de haber dado la llorada del siglo.

Miró a Alex por un momento, su expresión pasando de la tristeza a una curiosidad repentina. *“Señor conductor,” dijo con un intento de humor que me rompió el corazón. -“Disculpe las lágrimas. No sabía que Leonidas tenía un chófer tan… guapo. ¿Qué pasó con Diego, el señor amable y taciturno?”

Alex abrió los ojos con alarma e indignación ante la comparación, su rostro expresando un horror cómico. Le lancé una mirada de advertencia, indicándole que no dijera nada. Así que, ignorando su protesta silenciosa, me volví hacia Cecil. -“Cuéntame. ¿Qué pasó?”

Y entonces, Cecil comenzó a relatar la historia más chistosa y alarmante que había escuchado en mi vida.

-“¿Recuerdas que te mencioné que la madre de Roberto me estaba tratando diferente últimamente?” empezó, su voz aún temblorosa pero con un toque de furia latente. -“Cada vez que le preguntaba a Roberto, me decía que su madre era así, que tenía sus ‘temporadas’. Pero yo no me iba a quedar con esa explicación. Quería saber qué demonios estaba pasando.”

Hizo una pausa, tomando aire antes de continuar. -“Llamé a su suegra hace dos días y la invité a almorzar. Me dijo que sí, que le parecía ‘maravilloso’ y me invito a su casa, para que fuera más… íntimo me dijo.”

La incredulidad se apoderó de mí. “Te invito a su casa."

Cecil asintió con una sonrisa amarga. -“Sí. Cuando llegué, me abrió el ama de llaves y me acompañó al comedor. Y lo que vi… me dejó helada.”

Sus ojos se oscurecieron al recordar la escena. -“Estaban los padres de Roberto, sus hermanos pequeños… otra pareja mayor. Y una chica sentada al lado de Roberto. Pero lo que me llamó la atención fue que Roberto tenía la mano de la chica agarrada encima de la mesa. Y la otra señora, una que no conocía, estaba diciendo… seguro refiriéndose a la chica… que sería una ‘novia hermosa’.”

Jadeé, imaginando el horror de Cecil. -“No me lo puedo creer…”

-“La madre de Roberto, al verme, se paró de la mesa y dijo que ‘su invitada había llegado’. Y cuando Roberto me vio… se puso bizco,” dijo Cecil, su voz llena de un desprecio venenoso. -“En ese momento, supe exactamente qué estaba pasando.”




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