Las semanas posteriores a la noticia de nuestro futuro bebé habían estado envueltas en una burbuja de amor y protección por parte de Leo. Cada gesto, cada palabra, cada mirada que me dedicaba estaba imbuida de una ternura que me hacía sentir la mujer más afortunada y amada del planeta. Su afecto parecía haber florecido con la certeza de nuestra paternidad, creando una conexión aún más profunda entre nosotros.
Entonces llegó la invitación para organizar una cena en nuestro apartamento. Una reunión informal, me explicó Leo con su encanto habitual, con algunos socios comerciales importantes y sus esposas, sumando un total de diecisiete personas. Debido a su apretada agenda y la confianza que depositaba en mí, me preguntó si me haría cargo de la organización de la velada. Acepté de inmediato, sintiendo una mezcla de emoción por poder agasajar a sus amigos en nuestro hogar y un ligero nerviosismo ante la responsabilidad.
La elaboración de la lista de invitados era crucial, y con un suspiro silencioso ante la perspectiva, tuve que ponerme en contacto con Tamara. Su voz al teléfono fue un témpano de hielo, apenas disimulando su evidente disgusto ante mi solicitud. Me dictó los nombres con monosílabos cortantes y un tono que parecía indicar que preferiría estar lidiando con la peor de las migrañas. Para mi sorpresa, mi propio nombre figuraba al final de la lista, presumiblemente como la acompañante de Leo.
El día de la cena, nuestro apartamento cobró vida con el agradable bullicio de los preparativos. Elegí una decoración que reflejara nuestra calidez como pareja, con centros de mesa de flores frescas en tonos suaves, la luz tenue de las velas creando una atmósfera íntima y acogedora, y una suave selección de música ambiental llenando el espacio con melodías relajantes. La cena, cortesía de un servicio de catering exquisito que Leo había contratado, resultó ser un éxito rotundo. Los invitados parecían genuinamente encantados con la velada, disfrutando de la comida, la conversación y el ambiente distendido. Para mi sorpresa y agrado, muchos de ellos se acercaron a felicitarme por la organización y la calidez de nuestro hogar.
-“Dione, querida,” exclamó la esposa de uno de los socios más influyentes, una mujer elegante de vozarrón y una sonrisa contagiosa, -“has hecho maravillas. ¡Este lugar es encantador! Y tú… ¡has logrado domar al león!”
Sonreí con modestia, sintiendo un calor agradable extenderse por mi pecho ante su cumplido. -“Oh, el león siempre ha tenido un corazón de oro,” respondí con una sonrisa pícara, guiñándole un ojo a Leo al otro lado del salón, provocando una carcajada generalizada que incluso logró iluminar el rostro habitualmente reservado de mi prometido con una sonrisa orgullosa. Tamara, parada a un lado con una copa de vino blanco en la mano, observaba la escena con una expresión pétrea, sus ojos oscuros fijos en mí con una intensidad que no alcanzaba a descifrar.
En medio de la animada conversación, la esposa de otro socio se acercó a mí con una mirada de genuina preocupación. -“Dione, querida, ¿estás bien? Te noto un poco pálida. ¿Necesitas algo?”
Instintivamente, mis ojos buscaron los de Leo al otro lado del salón. Él me miró con una ternura protectora que siempre me derretía, y una sonrisa lenta y dulce se extendió por su rostro al comprender la preocupación de la señora. Tomó su copa de champán y la levantó ligeramente, llamando la atención de todos los presentes con un suave tintineo de cristal contra cristal.
-“Damas y caballeros,” anunció con una voz llena de un orgullo palpable y una felicidad desbordante, -“tengo una noticia maravillosa que compartir con todos ustedes. Dione y yo… pronto seremos padres.”
Un murmullo de sorpresa y una oleada de felicitaciones llenaron la sala. Los invitados se acercaron a nosotros, ofreciéndonos sus mejores deseos, abrazándonos con entusiasmo y brindando por nuestro futuro y el nuevo miembro de nuestra familia. En medio del alegre alboroto, alcancé a ver a Tamara atragantarse visiblemente con su bebida, su rostro contorsionado por una mezcla de sorpresa, incredulidad e ira apenas disimulada. Tuvo que toser varias veces antes de recuperar la compostura, aunque su mirada permaneció fija en nosotros con una intensidad perturbadora.
Después de un rato, Tamara se excusó discretamente, diciendo que necesitaba ir al tocador. Sin embargo, en lugar de dirigirse hacia los baños, la vi tomar el pasillo que conducía directamente a nuestra habitación. Una punzada de curiosidad mezclada con una ligera inquietud me recorrió. ¿Qué estaría haciendo allí?
Poco después, Leo también se levantó de su conversación con los socios, diciendo que necesitaba buscar unos documentos importantes en su estudio, que estaba convenientemente ubicado junto a nuestra habitación. Los vi desaparecer juntos por el mismo pasillo. Una sombra fugaz de duda cruzó por mi mente, aunque la desterré rápidamente, confiando plenamente en el amor y la lealtad de Leo.
Unos minutos después, vi a Leo regresar solo al salón, con una expresión tranquila en su rostro. -“¿Todo bien, mi amor?” le pregunté en voz baja, mi curiosidad aún latente.
-“Sí, cariño. Tamara… parece que se había confundido de puerta,” respondió con una sonrisa suave, aunque noté un ligero matiz en su voz, una pequeña vacilación que no pude descifrar por completo. Se acercó a mí, me abrazó con ternura y besó mi frente con un cariño reconfortante, antes de volver a unirse a la animada conversación con los demás invitados. Sin embargo, la imagen de ellos dos desapareciendo juntos por el pasillo persistió en mi mente, como una pequeña nota discordante en una melodía que hasta ahora había sido perfecta.
Tamara)
La invitación al hogar que ahora compartían fue como una cuchillada helada directamente al corazón. Tener que presenciarla moverse con desenvoltura en su espacio, actuando con una familiaridad repulsiva como la anfitriona perfecta, era una tortura psicológica que apenas podía soportar. La tarea de entregarle la lista de invitados fue un acto de pura auto-flagelación, cada nombre de las esposas de esos hombres influyentes pronunciado con un veneno apenas contenido, imaginando sus sonrisas condescendientes hacia mí. Y la peor parte de todo era que yo también estaba obligada a asistir, a ser testigo de su patético triunfo desde la primera fila, sonriendo falsamente mientras mi interior se retorcía de rabia.