FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 32

Sarah, con su eficiencia tranquila y una sonrisa que denotaba una mezcla de profesionalismo y una ligera curiosidad sobre los recientes cambios, entró en mi despacho. Su presencia marcaba el inicio formal de una nueva etapa en mi vida laboral. El vacío dejado por Tamara, quien durante años había sido una extensión de mi propia mente en la oficina, comenzaba lentamente a llenarse con la competente pero diferente dinámica que Sarah aportaba.

La partida de Tamara había sido un episodio cargado de una melancolía inesperada. Después de la tormenta inicial de sus lágrimas y su sincero arrepentimiento por haber traspasado los límites de nuestra relación profesional, una sorprendente madurez había emergido en ella. Reconoció la firmeza de mi postura, aceptó con una resignación dolorosa que lo mejor era una despedida inmediata, ahora que aún persistía un vestigio de cariño y respeto mutuo. Su preocupación por la transición, asegurándome que dejaría todo en perfecto orden para quien la reemplazara, demostró un profesionalismo admirable en medio de su propio sufrimiento. Le reiteré mi profundo agradecimiento por su dedicación incondicional durante tantos años, lamentando sinceramente no haber podido corresponder a sus sentimientos de la manera en que ella esperaba. Luego, con un nudo opresivo en la garganta, la vi marcharse, llevándose consigo una parte significativa de mi rutina diaria y una larga historia compartida.

Las dos semanas que habían transcurrido desde su partida se habían centrado en la delicada adaptación a la nueva dinámica en la oficina, donde Sarah demostraba ser una aprendiz rápida y una persona organizada, aunque inevitablemente diferente a Tamara. Pero mi principal foco de atención, el motor que impulsaba mis días, eran los preparativos de la boda con Dione. Recordé con una sonrisa cálida y llena de ternura la conversación íntima que habíamos tenido sobre sus sueños para ese día tan especial. Nada de salones de baile ostentosos, ni listas interminables de invitados superficiales, ni fastuosos despliegues de riqueza. Ella anhelaba algo sencillo, una ceremonia al aire libre, rodeados únicamente por el calor y el amor de las personas más importantes en nuestras vidas. Su felicidad, me había asegurado con sus ojos brillantes, residiría en el simple y profundo hecho de estar juntos, prometiéndonos un futuro lleno de amor y complicidad bajo el cielo abierto.

Fiel a sus deseos, contactamos a la organizadora de eventos que siempre había trabajado con la empresa, una mujer con una creatividad desbordante y una eficiencia implacable. Inicialmente, Dione había expresado ciertas reservas sobre la idea de casarse con su embarazo avanzando, preocupada por su comodidad y por no sentirse completamente ella misma. Sin embargo, la organizadora, con su persuasión experta y su habilidad para visualizar cada detalle, la había convencido de que ahora era el momento perfecto. Su hermosa barriguita aún era discreta, añadiendo una dulzura especial a la ocasión sin restarle agilidad ni elegancia.

Finalmente, después de visitar varias locaciones, encontramos el lugar que parecía sacado de un cuento de hadas: una impresionante mansión señorial a las afueras del país, con una majestuosa arquitectura que evocaba un castillo medieval, rodeada de jardines exuberantes y paisajes de ensueño. A Dione le había encantado en cuanto cruzamos sus puertas de hierro forjado, la atmósfera romántica y atemporal del lugar la había hechizado por completo. En estas tres semanas que nos separaban de la boda, los preparativos avanzaban a un ritmo vertiginoso, cada detalle cuidadosamente orquestado. Ya casi estaba todo listo: la selección del menú, la música, las flores silvestres que Dione había elegido, solo faltaba una visita final para dar el visto bueno a la disposición de la decoración, la iluminación y la logística general.

En ese preciso instante, Sarah se acercó a mi escritorio, sosteniendo su tableta con una profesionalidad discreta. “Señor Holfman, la videoconferencia con los socios de Singapur está a punto de comenzar. El sistema ya está listo. ¿Desea tomarla desde aquí, en su despacho?”

Asentí, agradecido por su eficiencia y por la oportunidad de no tener que desplazarme a la sala de juntas. -“Sí, Sarah, por favor. Conéctala aquí mismo en la pantalla.”

Ella se movió con rapidez y precisión, encendiendo la gran pantalla plana instalada en la pared de mi despacho y ajustando los equipos de sonido y la cámara. La luz azulada de la pantalla cobró vida, anunciando el inminente inicio de lo que prometía ser una reunión intermitente, dada la considerable diferencia horaria con Singapur, pero crucial para los ambiciosos proyectos de expansión internacional que la empresa tenía en marcha. Mientras Sarah ajustaba los últimos detalles técnicos, mi mente, aunque enfocada en los intrincados detalles de los acuerdos comerciales y las estrategias de mercado, no podía evitar divagar hacia Dione y la creciente ilusión que compartíamos por nuestro futuro juntos, un futuro que comenzaría oficialmente en tan solo tres semanas, bajo el hechizo romántico de un castillo medieval y la promesa de un amor eterno.

La pantalla cobró vida, mostrando los rostros familiares de mis socios en Singapur, con sus sonrisas profesionales y sus saludos puntuales. Sarah había ajustado el audio a la perfección, y sus voces llenaron mi despacho con una claridad sorprendente, a pesar de las miles de millas que nos separaban.

,-“Leonidas, un placer verte,” comenzó el rostro principal en la pantalla, el señor Chen, con su inglés impecable y su cortesía habitual.

-“El placer es mío, Chen,” respondí, ajustándome ligeramente en mi silla. -“Gracias por madrugar para esta llamada.”

-“Para negocios importantes, el tiempo no es un obstáculo,” replicó con una sonrisa que llegaba a sus ojos. Los otros dos socios asintieron en señal de acuerdo.

La conversación fluyó rápidamente hacia los puntos de la agenda: los avances del nuevo proyecto de logística en el sudeste asiático, los informes de ventas del último trimestre y la estrategia de marketing para el lanzamiento del nuevo producto. Sarah permaneció discretamente en un rincón del despacho, tomando notas y lista para intervenir si era necesario con algún dato o documento.




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