FascinaciÓn Eterna

CAPITULO. 33

Hoy era La última prueba de mi vestido. Una punzada de emoción nerviosa revoloteaba en mi estómago mientras me dirigía a la boutique exclusiva en el centro de la ciudad. Increíblemente, había encontrado el vestido perfecto en mi primer día de búsqueda. No quería nada recargado, nada que opacara la belleza natural del lugar que habíamos elegido. Buscaba algo con un aire melancólico, una reminiscencia de otra época pero con un toque innegablemente moderno. Y lo encontré. Un vestido de líneas fluidas, con encaje delicado que parecía tejido por hadas, una silueta que abrazaba mis curvas de una manera tan elegante y favorecedora que sentí como si hubiera sido creado exclusivamente para mí. Era exquisito, la encarnación de mi visión para el día de nuestra boda, la pieza que encajaría a la perfección en el escenario de ensueño que habíamos descubierto.

Recuerdo la incredulidad en el rostro de Cecil aquel primer día. -“¿Estás segura, Dione? No llevas ni media hora buscando…” Su escepticismo era comprensible. Encontrar el vestido tan rápido parecía casi irreal. Pero yo lo sabía. Lo sentí en el momento en que mis ojos se posaron en él. Era perfecto. El tejido, el corte, los detalles… todo resonaba con la visión que tenía en mi mente. Le expliqué a Cecil que a veces, simplemente lo sabes. Y este vestido era la confirmación de que el universo, de alguna manera, estaba conspirando a nuestro favor. Era el vestido perfecto para el lugar perfecto.

Y vaya que era el lugar perfecto. Cuando Cecil y yo visitamos la mansión de estilo medieval por primera vez, su reacción fue épica. Sus ojos se abrieron con una sorpresa infantil, y soltó una exclamación ahogada. -“¡Dione! ¡Esto es como estar en la boda de ‘Crepúsculo’!” Su comentario me tomó por sorpresa al principio, pero luego una carcajada brotó de mis labios al darme cuenta de la asombrosa similitud. La atmósfera misteriosa y romántica, la arquitectura imponente, los jardines exuberantes… era innegable. Incluso el vestido que había elegido, con su aire etéreo y su encaje delicado, guardaba un parecido sorprendente con el que usó la protagonista en esa icónica escena nupcial. Era como si todo estuviera predestinado, como si cada pieza de este rompecabezas mágico estuviera encajando en su lugar.

Solo faltaban unos pocos días para unir mi vida para siempre a la de Leonidas. El hombre que había llegado a mi existencia como un torbellino apasionado y la había llenado de una felicidad que nunca creí posible. Cada pequeño detalle de los preparativos, cada conversación con la organizadora, cada prueba de sabor del pastel, era un paso más hacia ese día que tanto anhelaba. La emoción de convertirme en su esposa, de construir un futuro juntos, de ver crecer a nuestro hijo en un hogar lleno de amor, me embargaba por completo.

Sin embargo, en medio de esta vorágine de alegría y anticipación, una punzada de tristeza inevitablemente me atravesaba el corazón. Mi madre. Cómo desearía que estuviera aquí para compartir este momento conmigo. Para ver la felicidad que había encontrado, para conocer al hombre maravilloso que había llegado a mi vida y que pronto se convertiría en su yerno. Su ausencia era un vacío que nada podía llenar, una sombra melancólica en medio de tanta luz. Sé que, de alguna manera, estará presente en espíritu, que me estará observando desde el cielo, orgullosa y feliz por mí. Pero la falta de su abrazo, de sus palabras de aliento en este momento tan especial, era un anhelo constante en mi corazón. A pesar de esa tristeza latente, la certeza del amor de Leonidas y la ilusión de nuestro futuro juntos eran un faro que iluminaba mi camino hacia ese "sí, acepto" que sellaría nuestro destino para siempre.

Estábamos acurrucadas en el sofá de mi apartamento, la suave luz de las velas danzando sobre las paredes y creando una atmósfera íntima y protectora. Cecil sorbía lentamente su infusión de manzanilla, mientras yo sostenía entre mis manos la reconfortante calidez de mi té de jengibre. La víspera de mi boda siempre había parecido un concepto abstracto, un punto lejano en el horizonte de mi futuro, pero ahora, con el día amaneciendo en unas pocas horas, la realidad de lo que estaba a punto de suceder me envolvía en una mezcla embriagadora de emoción y nerviosismo.

-“Y hablando de la oficina…” comencé, tomando una respiración profunda antes de compartir la noticia que aún resonaba en mi mente. -“Tamara ya no trabaja con Leonidas.”

Vi la sorpresa genuina reflejarse en los ojos de Cecil, sus cejas perfectamente arqueadas elevándose ligeramente. -“¿En serio, Dione? ¿Qué demonios pasó? ¿Finalmente el león rugió lo suficiente?” Su tono, aunque curioso, carecía de la acidez habitual cuando se trataba de Tamara.

Suspiré, dejando mi taza sobre la mesita de noche con un suave clic. -“Fue… una conversación muy delicada, por lo que Leo me contó. Él finalmente se dio cuenta de que la situación se había vuelto insostenible para todos. Ella… bueno, ella le confesó directamente sus sentimientos. Todo. Claro como el caballero que es no me contó eso, Pero se que ninguna mujer iba a desaprovechar la oportunidad de hablar de sentimientos por qué sabía que esa posiblemente sería la última vez que la tendría, yo lo hubiera hecho.”

Cecil permaneció en silencio durante un instante prolongado, su mirada fija en la llama danzante de una de las velas, como si estuviera procesando la magnitud de la confesión. Luego, su expresión se suavizó inesperadamente, mostrando una rara y palpable pizca de empatía. -“En el fondo, Dione… lo siento mucho por ella. Más allá de todo lo que sentimos nosotras, imaginar todos esos años… alimentando un amor tan intenso por alguien que nunca te correspondió de esa manera… debe haber sido una tortura silenciosa y terriblemente dolorosa.”

Asentí lentamente, sintiendo un peso inesperado en mi pecho ante la idea del sufrimiento oculto de Tamara. -“Sí. Es realmente triste. Y me hizo pensar mucho, Cecil. Llegué a la conclusión de que, a pesar de todo lo que pasó… sería terriblemente descortés, incluso cruel, no enviarle una invitación a la boda, ¿no crees?”




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