Fatum

CAPÍTULO TRES - Un escarabajo rosado es una letal combinación

 

La semana corrió demasiado rápido para mi gusto, el viernes llegó y me excusé de la salida de compras con dolor de cabeza. No fui a la colina, aunque tenía la tentación, pero al final no valdría la pena. Pronto estaría ocupada con la escuela, y si es que no nos mudábamos antes, en unos meses ya no estaría aquí.

Aunque, todavía me hormigueaban los labios, pero lo que sea.

Entonces aproveché el tiempo y la casa sola, para hacer lo que cualquier adolescente de mi edad haría en una situación así.

Llenar mi cabeza con televisión.

Pero es que, cuando en la pantalla, tienes a Heath Ledger cantando Can't Take My Eyes Off You, todo lo que como humana racional puedes hacer, es babear observándolo, mientras te acurrucas en el sofá.

Ya era domingo por la mañana cuando la tía Eleanor llegó a casa. Mi mamá muy amable, me recordó su llegada. Usé una blusa de cuello alto, porque las rojeces del cuello todavía se notaban, y maquillaje para cubrir el cardenal en la mejilla.

La tía Eleanor, se veía más delgada y un poco pálida. Sus ojos estaban carentes de su jovial vida. La abracé con fuerza, queriendo decirle tantas cosas, pero no era el momento.

Mi hermana menor reportaría hasta el tipo de café que bebiéramos.

Ainsley, mi mamá, la tía y yo estábamos sentadas en la sala platicando de trivialidades, escuchando la estadía de mi tía en Italia, y desenvolviendo los regalos que nos trajo. Nos obsequió especias, semillas, mermeladas, salsas de tomate italiano, tartufos, vinos, bombones, dulces típicos, y mi favorito, café.

Había traído media Italia consigo.

No es que me esté quejando.

Mi mamá recibió un precioso jarrón pintado a mano, con una ilustración de un malecón, un bolso de charol con cadena y con un lindo candado dorado Dolce & Gabbana. Ainsley obtuvo una cartera fucsia con cadena dorada y unas gafas de sol en color rosa, ambos Versace.

Y no era Navidad.

Pero si las compras la hacían feliz, no iba a rechazar su regalo.

A mí, me obsequió una cazadora negra de cuero Roberto Cavalli, y me entregó una caja cuadrada blanca, con un logotipo de pluma en dorado.

Miré a mi tía con confusión por la diferencia que hizo al entregármelo, y ella solo me sonrió, alentándome a abrirla, y cuando le quité la tapadera, había algo envuelto en varias capas de papel, encima estaba un certificado de autenticidad y una tarjeta de presentación gris perla con letras doradas.

 

Quité las capas de papel y me quedé sin aliento. Encontré una hermosa máscara. Un antifaz que oculta solo la parte de los ojos, es blanco, con oro rosa alrededor de las aberturas para los ojos, y en estas tiene cristales y detalles en dorado, de un lado tiene dos alas que evocan un cisne. Es precioso.

Paseé mi mano con suavidad, solo un roce, con reverente admiración. Miré a mi mamá y ella solo me sonreía con… ternura.

—¿Qué tiene la caja Lenny? —preguntó Ainsley mientras se levantaba del sofá con sus obsequios en las manos, acercándose a mi para ver el contenido de la caja.

—Una máscara Ainsley, de papel mache.

—¿Papel mache? —soltó una risa burlona.

—Es una técnica artesanal antigua Ley —le explicó mi tía—, y la máscara fue elaborada por artistas expertos.

Se acercó a verla con una mueca en la cara. —Oh sí, es preciosa. —Me miró burlándose, con una ceja levantada. Se disculpó para retirarse a su habitación, agradeciendo los obsequios.

Una vez que se fue, volví a concentrarme en la belleza que contenía la caja en mis manos.

—Las máscaras venecianas son muy populares, sobre todo en los carnavales de Venecia —dijo mi mamá sacándome de mi ensoñación.

—En las épocas de antaño, los venecianos usaban máscaras para acudir al teatro o festivales oficiales, ocultando sus identidades, su clase, en fin, buscando el anonimato, sobre todo por los aristócratas, porque podían mezclarse con gente común, y participar en conspiraciones o... —informó mi tía y bajó el tono de su voz para dar suspenso— acudir a fiestas, bailes de incognito o citas románticas secretas.

—¡Escandaloso! —exclamé con evidente diversión y las tres reímos.

—Si —sonrió y me dio un golpecito en la nariz con su dedo—, al paso del tiempo, las máscaras proporcionaron ese anonimato y todos eran aceptados en el carnaval, sin importar su clase social, edad, género, sin importar nada —continuó mi tía mientras me tomaba de las manos—, pero lo que en verdad simbolizan en la actualidad, es la libertad de las convenciones sociales y las expectativas frustrantes de la sociedad.

Le dio una mirada a mi mamá, después me dio un apretón a mis manos y me miró directo a los ojos. —Así las personas podían ser quienes quisieran, sin que nadie se diera cuenta de quienes eran, sin preocuparse por ninguna consecuencia.

Me dio la sensación de que mi tía me estaba dando un mensaje. Pero ese tipo de mensaje que imaginé no podía ser.

Porque mi tía no sabía lo que pasaba cuando no estaba los veranos con ella.




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