Fatum

CAPÍTULO OCHO- El regazo de un chico puede ser un cómodo sofá

Estoy en el estacionamiento, sentada en mi escarabajo, preguntándome por lo menos unas diez veces porque no me he ido.

<<Por unos sexys ojos de hielo>>.

Lo que sea.

Pongo la llave en el contacto, cuando el jeep a mi lado se enciende. Lo sigo.

El camino me parece familiar, aunque no lo reconozco por completo. Para cuando llego al estacionamiento de su casa, él está ahí, abriéndome la puerta. Bajé del auto y él me tomó de la mano, dirigiéndonos al interior de su casa.

Solo ha pasado un par de veces, pero me encanta cuando me toma de la mano. Justo en el punto donde nuestras manos se tocan, se siente tan cálido, tan acogedor. Las terminaciones nerviosas están enloqueciéndome.  

Podría caminar de la mano con él, por siempre.

Atravesamos su vestíbulo, mismo que no había visto antes, ya que aquella vez salimos por otro lado. Su casa está llena de puertas, eso es seguro. Nos detuvimos en su cocina.

—¿Tienes hambre?

—Hmm… si, la verdad es que si tengo —respondí. Bastante en realidad.

—Solo dame un segundo para cambiarme. —Me soltó y avanzó unos pasos, pero se detuvo en seco y me dio un repaso visual—. ¿Quieres ponerte algo más cómodo? Puedo prestarte… algo.

Cerebro desconectado. No podía formar las palabras porque mis pensamientos estaban yendo a una zona muy traviesa que no sabía, existía dentro de mí mente.

Volviendo a la realidad, la verdad si quería cambiarme, pero eso suponía que estaría más tiempo del que pudiera estar aquí, así que decliné la oferta. —No puedo quedarme mucho tiempo.

—De acuerdo, volveré rápido.

Y así fue. Regresó con un pantalón de chándal y una playera. Lucía demasiado bien. —¿Quieres algo en especial? —preguntó.

Dejé de comérmelo con los ojos, y por la diversión en los suyos, asumo que fui bastante obvia, y no pude evitar ruborizarme.

—Lo que tengas está bien —me aclaré la garganta, que de pronto estaba más cerrada que el Fort Knox—. Estoy hambrienta. —¡Dios mío! Eso se escuchó, muy sugestivo—. De comida… —recompuse—, si, obvio comida, pff —trágame tierra—, lo que sea.

Por la ceja elevada y su picara sonrisa, fue bastante obvio que Aleks se lo estaba pasando fenomenal, mientras yo me sentía en un mar avergonzante y jadeante.

Mis máscaras no funcionaban con él. Así que me encogí de hombros y me quedé muy quieta en mi lugar.

El dio unos pasos hacia mí, seguros, elegantes, peligrosos, como una pantera dirigiéndose a su presa.  La esquina de su boca elevada, me tenía hipnotizada. Cuando llegó frente a mí, sacó un banco de su desayunador, después colocó sus fuertes manos en mis caderas, y me levantó, colocándome con suavidad en el banquillo.

Se adentró en la cocina, y yo me quedé en un charco mental de sentimientos, mientras lo veía sacar ingredientes, mezclar cosas. En cuestión de minutos ya tenía la comida preparada. Carne con pimientos y puré de papa.

—La verdad pensé que sacarías algún sándwich o bocadillos. Pero esto se ve increíble. —Probé un poco de la carne y era una delicia en la boca—. Esto sabe delicioso. No hubiera imaginado que sabrías cocinar.

—Bueno, debo alimentarme y no tengo el hábito de pedir a domicilio. —Se limpió con una servilleta. —Si no lo cocinas, no lo comas.

—¿No comes en la escuela? —pregunté.

—No, no lo hago —contestó solemne.

Nos quedamos en un cómodo silencio, hasta que ambos terminamos. Él recogió los platos y los dejó en el fregadero. Me tomó de la cintura y me bajó del banco. Me miró a los ojos causándome escalofríos, siguió haciéndolo mientras levantaba mi mano a su boca y besaba mis dedos.

Fuimos de la mano hasta su sala. Era un enorme espacio con un gran ventanal, no había mucho, solo un enorme sofá, un televisor que abarcaba media pared, un espejo de cuerpo completo con marco oscuro y una mesita de centro. Tenía un hermoso bar de madera oscura, se veía muy lujoso. Solo había botellas de vodka y una que otra de tequila.

Nos llevó a su sofá, y cuando estaba por sentarme me agarró y me colocó en su regazo.

—Que... ¿qué estás haciendo? —latido, latido— Suéltame.

El resopló. —Mentirosa. —Metió un mechón de cabello detrás de mi oreja. Yo no era pequeña, pero en ese momento, envuelta en sus brazos, me sentí muy diminuta, en el mejor sentido. Tan cálido. No pude evitar relajarme en su cuerpo.

Esto, parecía estar mal, pero se sentía bien. Apoyé mi cabeza en su pecho. Y el acariciaba mi cabello.

Los silencios habían adquirido un nuevo significado en mi vida, a su lado, los silencios eran reconfortantes.

El jugueteaba con mis rizos sueltos, mientras yo escuchaba el latido de su corazón dentro de su pecho, como una dulce canción. Sus brazos me estrecharon, con suavidad y ternura. Comenzó a hacer círculos con su pulgar en mis manos, yo estaba tan relajada que no puse atención en la dirección de sus manos.

De pronto, su cuerpo se endureció en extremo, sus ojos bajaron a mis manos, tomó una de ellas y la giró para quedar con la palma hacia arriba.




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