Fatum

CAPÍTULO DIEZ- Para situaciones desesperadas, una especialista a la medida

Estaba saliendo de la escuela, pensando en ir al centro comercial. Mi mamá me entregó la tarjeta para gastos en la mañana, así que ya tenía luz verde para comprarla, por lo que, solo quedaba pensar donde la compraría.

—¡Lennyyy!

Giré mi cuerpo por inercia, para ver hacia atrás, buscando a quien me llamaba, y vi a Tatiana bajando las escaleras de la entrada de la escuela aprisa. Corrió hacia mí y se detuvo, agachó su cabeza al nivel de sus rodillas, tomando respiraciones profundas. —Un segundo, no tengo tan buena condición como mis primos.

No puedo evitar sonreírle, y no es porque yo tenga mejor condición, si no por lo tierna que se ve. —Tatiana, ¿cuántos años tienes?

Ella levantó su rostro, que estaba sonrojado, y se enderezó por completo. Después de estabilizar su respiración y su cuerpo, miró hacia los lados, hacia el suelo, hacia el cielo —sonreí por eso—, y cuando ya no había nada por donde mirar, se decidió a responder. —Tengo 15 años —contestó tan bajo, que pareció un murmullo.

Debo tener la sorpresa escrita en todo mi rostro, porque ella me contestó la pregunta que no he formulado. —Soy, algo así, como… inteligente —río con burla—, pero eso no es por lo que estoy aquí, estoy aquí pooor… —da un pequeño brinco—, nuestra cita de compras. —Engancha su brazo en el mío.

Que suerte.

Ni yo lo hubiera planeado mejor, atender la necesidad de comprar la computadora y desatenderme de ese compromiso.

Dos pájaros de un tiro. En tu cara Lenna del pasado.

—Si vamos, necesito comprar una computadora —le respondí.

—Chica, tienes a la mejor compañía para eso, soy un poco buena con las computadoras.

Resultó, que era muy buena.

Cuando llegamos al centro comercial, me llevó directo a la tienda de tecnología, y empezó a decir un montón de características de los equipos, que uno funciona mejor que el otro, que cierta característica era mejor, que el modelo, que el sistema y otras cosas de las que, con honestidad no entendí mucho.

Bien, no entendí nada.

El vendedor nos veía con el rostro rojo, no estaba segura si era de vergüenza, o furia. Sospecho que era lo último, después de que Tatiana lo despidiera cuando no supo responderle algunas preguntas y le invitara a actualizarse o buscarse otro trabajo.

Cuando vi el precio del que me recomendaba, era demasiado caro. —Tatiana, necesito algo más, económico, crees que puedas encontrarme algo, no sé, entre 100, quizás 200.

Ella se quedó viéndome con cuidadosa atención, durante un rato. Fue un poco espeluznante. Tomó un respiro y con toda la voz de adulta que pudo lograr —fue algo tierno—, me explicó la filosofía de su vida. —Lenna, nota que uso tu nombre para esto —sonreí— no se debe regatear en la tecnología, además, no encontraras nada de por menos de 500, nada que valga la pena —respiró—, y por ese precio, si encuentras algo, sería mejor no usar nada.

Oh, eso si no me lo esperaba. —Tal vez pueda conseguir una de segunda mano.

Ella chilló como si estuviera pidiéndole ser parte de un crimen. —Oh por dios —puso su mano en su pecho—, nunca, jamás compres… —se interrumpió—, sabes que, a partir de ahora, cada vez que vayas a adquirir algo, cualquier cosa de “tecnología”, —hizo comillas con sus dedos—, me consultas primero. Vamos, —tomó mi brazo, mientras me jalaba más adentro de la tienda—, te conseguiré algo por, que te parecen 800.

Me detuve en seco. —Tatiana —di un susurro gritando—, no puedo pagar eso.

—¿De que estas hablando? —preguntó con un bonito ceño fruncido.

—No tengo dinero.  —Ella me veía de modo fijo, con confusión en su rostro—. No puedo gastar 800 dólares en una computadora. —Sali de la tienda y ella venia detrás de mí.

—Lenna, espera. —Me alcanzó y se puso enfrente de mí—. ¿Qué quieres decir con que…? —La pregunta quedó interrumpida por algo que estaba viendo detrás de mí, abrió los ojos, brillando con anhelo—. Lenna, ¿vamos por un helado?

Oh bueno.

—Claro —sonreí.

Estábamos sentadas en una mesa de la heladería, disfrutando cada una su helado. El mío de chocolate por supuesto, y ella tenía una copa con una mezcla muy extraña, pero era obvio que lo disfrutaba.

—Lenna, ¿qué quieres decir con que no tienes dinero? —preguntó de pronto, pausando su consumo.

Sentí fruncir el ceño. —Como que, ¿qué?, pues eso, no tengo dinero, no hay billetes. —Me encogí de hombros.

—Perdón Lenna, pero —se metió un bocado de helado a la boca, y tragó—, pero —levantó un dedo—, vas a una de las escuelas más costosas, del país… —segundo dedo—, pagaste el año con anticipación… —¿Qué? Estoy aturdida con esa información, mientras ella levanta otro dedo—, usas un auto personalizado, de lujo y edición limitada que cuesta por lo menos cuatrocientos mil, y —levanta un cuarto dedo, pero este lo sacude de izquierda a derecha—, el primer día de clases usabas una pulsera Cartier de oro blanco, debió costar por lo menos, unos cincuenta mil dólares. —Bajó su mano, con todos sus dedos—. Entonces no entiendo, porque minimizas el costo en tecnología diciendo que no tienes dinero, no deberías ser tan tacaña con una computadora.




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