Fatum

CAPÍTULO QUINCE - Una rosa rosada

El piso de cemento pulido comenzó a cambiar, formando cuadros de baldosas, unas blancas y otras negras, haciendo un estilo romboide en el piso. Una solitaria luz vertical sobre mí, era lo único que alumbraba el lugar. Mi mirada bajó al suelo, me encontraba en un círculo negro con el centro blanco, encerrado por otro circulo con cuadros de piso negro en forma de rombos alrededor. En las orillas de la habitación, los vidrios de los vitrales rotos se esparcían por el suelo. Entonces, sentí su presencia oscura y aterradora, con lentitud y llena de horror alcé mi mirada. Estaba a un paso de mí, su mano huesuda comenzó a apretar mi garganta, me había atrapado, no pude correr, lo sabía, y él lo sabía también por la blanca y maligna sonrisa que apareció en su oscuro rostro, no escaparía esta vez, me estaba asfixiando, no, no… era la misma pesadilla de siempre, se me acortaba el oxígeno, pero era un sueño, un sueño… ¡despierta!… ¡DESPIERTA!

Abrí mis ojos al mismo tiempo que me sentaba con gran velocidad y absorbía una enorme bocanada de aire. El sudor corría por sien.

Dios, esta fue intensa.

Me recosté de nuevo mientras me tranquilizaba. Entonces recordé algo sorprendente, para mí al menos.

Fue la primera vez que me obligué a despertar.

Una revolucionada convicción me llenó, me sentía más fuerte, quizás, con el tiempo, y poco a poco, podría controlar las pesadillas obligándome a despertar antes de que empeoren.

Cuando mi corazón volvió a latir de forma normal, me levanté y me preparé para la escuela.

Al dirigirme a la salida, vi a mi mamá que estaba en el ventanal de la sala, mirando hacia afuera.

—Frank avisó que regresa mañana por la tarde, tu tía también vendrá y comeremos todos juntos —dijo con una voz que sonaba cansada, y quizás hastiada.

¿Podría ser que al fin…?

Nop, no volvería a llevar mis pensamientos en esa dirección, no tan cerca del final.

—Está bien mamá, me voy —respondí.

Sali y corrí, con cuidado de no resbalarme para entrar en el barbie móvil, el aire estaba mucho más helado que ayer, las nubes reinaban en el cielo, y una fina lluvia estaba empapando todo.

Tendría que ser hoy.

Hoy hablaría con Aleksander. Ya no podía esperar más, tenía algo de miedo, pero lo haría. Como una tirita.

Si, comparo mi única relación amorosa en la historia con arrancar una tirita.

Lindo Lenna.

Cuando llegué al estacionamiento, la lluvia había desaparecido dejando un frio intenso. Aleks estaba reclinado en el capo de su jeep y por su despreocupada postura, ganándole al clima.

Salí a su encuentro. Cuando estaba frente a él, nuestros ojos como siempre que estábamos juntos, se encontraron, entonces la esquina de su boca se levantó, y antes de que alguno de nosotros hablara, Aleks movió su brazo detrás de él, y sacó una rosa.

Una rosa de color rosado.

Un violento intento de un recuerdo abriéndose paso en mi mente, me impactó.

Como ir a toda velocidad y cuando se frena, el cinturón te aprieta el pecho. Con ese tipo de fuerza. Casi lo alcanzaba, me dolía el cuerpo, un castaño, unos ojos azules, estaba por agarrarlo, pero la voz de Aleks lo alejó.

Moya Luna, ¿qué ocurre? —preguntó, con preocupación en su tono de su voz.

—¿Hmm?

Sus dedos helados rozaron mis mejillas, dejando una contradictoria y cálida huella. Eso me sacó de mi conmoción interna. —Estas llorando.

¿Qué?

—Yo no… —sentí la humedad en mis ojos al parpadear. Lo estaba, lloraba—. Lo siento, la verdad no tengo idea, debe ser el frio o algo. —Le di una tímida sonrisa, pero al ver sus ojos, no pude evitar preguntar—. Aleks, ¿ya nos habíamos conocido? Quiero decir, antes del castaño.

Una esquina de su boca se elevó. —Yo también tuve esa sensación la primera vez que te vi, pero no pude ubicarte, quizás nos vimos alguna vez.

No le di mayor importancia y el me observó unos segundo antes de volver a poner la rosa a la vista. Era preciosa, tenía un tallo largo y sin espinas, con unas cuantas hojas verdes decorándola. Su color era un rosa palo intenso y profundo, mientras que en el centro era más tenue.

—Mi abuelo decía que regalar flores a una mujer era un asunto importante, y que debía regalarse la correcta rosa a la correcta mujer. Dijo que enamoró a mi abuela cuando le regaló una sola rosa de color rosada, no una roja efímera simbolizando la pasión que podría ser fugaz, y no una amarilla porque no deseaba solo una amistad, una rosa, porque la admiraba, le agradecía su amor como agradecía respirar solo por estar con ella, —colocó uno de mis rizos detrás de mi oreja, —, no soy un hombre detallista ni romántico, pero tu bondad, tu franqueza y amabilidad detrás de tu fallada de intocable, son cosas que agradezco todos los días Lenna, y aunque soy un bastardo egoísta, agradezco consumirme en tu dulzura y en tu belleza, mi luna. 

—¿Luna?

Asintió mientras yo tomaba la rosa por el tallo, y el colocaba su chaqueta en mis brazos. —Moya Luna, mi luna, porque, aunque la oscuridad te rodea, e incluso puedes regodearte en ella, te luce jodidamente bien, la luz fría que desprendes llega hasta lo profundo de mi propia oscuridad, de mi alma maldita y manchada, llamándome, seduciéndome. —Sus dedos le dieron una tierna caricia a mi mejilla—. Te respeto, te admiro, y… —sus ojos azules se concentraron tanto en mí, que me causó un dulce escalofrió—, te amo Lenna, con todo lo que soy.




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