Fatum

CAPÍTULO DIECISIETE - La caja de pandora, ha sido abierta

El camino fue corto y estuvo silencioso a excepción de la lluvia golpeando las ventanas del auto. Cuando llegamos a su casa, mis pensamientos inmediatos se esfumaron. La casa de los tíos era enorme y preciosa, pero no tanto como esta. La nueva casa era enorme. Nunca me hubiera imagino que existiera una casa como esta tan cerca de donde vivo. Era demasiado grande y demasiado lujosa para la zona.

La tía Eleanor pasó enfrente de mí, después de darme un suave apretón en el hombro. La seguí, y la casa era más preciosa y extraordinaria por dentro que por fuera.

—Cariño, siéntate por favor. —Seguí su voz, que me llevó a un enorme salón, con unos grandes sofás modernos en color blanco, una preciosa chimenea de piedra blanca adornaba la pared. Mi tía se fue a un mini bar, que no tenía nada de pequeño, y se sirvió una copa de vino.

Después de dar un gran sorbo, la tía Eleanor se sentó frente a mí, me vio a los ojos, y me preguntó lo que todos estos años callé y temí contar.

Que había pasado.

Así que lo hice, el gran candado que sellaba mis recuerdos, mi dolor, mi angustia y desesperación los abrí, y todos mis secretos fueron expuestos. Comencé desde el principio, los primeros insultos, los primeros golpes recibidos de niña que recuerdo, el odio que Frank sentía por mí, los reclamos por mantenerme, el primer intento de suicidio. Cuando llegué a esa parte, las lágrimas caían sin control sobre el rostro de mi dulce tía, su copa fue arrojada con violencia contra la pared.

En algún punto, me pidió que parara, escuché su grito impotente, pero continué hablando, la caja ya estaba abierta y mi boca seguía contándolo todo, sin control.

Y también me encontraba llorando.

Lloraba por la niña que fui, por la adolescente que al fin estaba siendo escuchada. Y continué diciéndolo todo, el segundo intento, los maltratos, las malditas lecciones y aquellas que terminaban en el hospital, la desesperación, el tercer y último intento, mi convicción por sobrevivir, el plan de cinco años que se formó en ese momento.

Mi tía seguía arrojando maldiciones, y gritos, pero no podía detenerme. Hablé sobre mi mamá, atrapada en las garras de Frank, como a veces también era maltratada, lastimada —sé que me ama, lo sé en la forma silenciosa que la siento luchar por mí, pero, aunque suene egoísta, eso no es suficiente— la rivalidad forzada entre Ainsley y yo, pero también le hablé sobre mis ultimas dudas hacia ella, como si por fin estuviera despertando.

Los sollozos de mi tía eran más tenues, pero persistentes, le hablé de los últimos maltratos, el problema que hubo por rechazarme a entregar el escarabajo, lo que paso en el comedor. Le di la respuesta a la pregunta que tenía años haciéndome, porque no usaba la tarjeta de gastos que me dio con más frecuencia. Le hablé del chico de la colina, le conté como lo conocí, como curó mis heridas, como sacó mis sonrisas y de lo que pasó hoy temprano en la escuela con mi mamá y Frank.

Entonces, por fin, terminé.

Mi silencio quedó suspendido al mismo tiempo que un vacío reconfortante salía de mí. Fue como si, un enorme peso en mi espalda fuera arrebatado con velocidad, dejándome una sensación de dolor muscular, pero satisfactorio de ya no tenerlo. Levanté mi mirada para encontrarme con la tía Eleanor. Ella estaba bastante desaliñada, se había pasado las manos por sus ojos y su maquillaje estaba embarrado por todo su rostro, sus ojos rojos, con lágrimas todavía corriendo.

Mis secreciones lagrimales volvieron a aparecer. —Tía, yo, —después de tanto hablar, me costaba terminar una oración—, yo no quería molestarte, después de lo, de lo del tío Luca, y ahora yo, con… con esto, lo siento…

Mi tía se levantó del sofá, se puso enfrente de mí, y se arrodilló. Tomó mis manos entre las suyas, apretándolas. —¿Por qué Lenna? ¿Por qué nunca nos dijiste algo de esto?

—La verdad, pensaba que ustedes no, no me creerían —musité.

—¡¿Qué?! Pero cariño…

—Ella es tu hermana después de todo tía, y cuando nos reuníamos y ella te decía que mis golpes eran por jugar, tú le creías —me encogí de hombros—, supongo que siempre pensé que le creerías, se me inculco a golpes que lo harías.

Sus ojos nublados por las lágrimas me regresaron la mirada. —Perdóname Lenna, perdóname por favor.

—No, por favor no digas eso, yo… no era tu responsabilidad…

Apretó mis manos con suavidad, sus ojos se apretaron y negó con su cabeza. Ella se levantó, fue por un trago de lo que parecía whisky, regresó y se sentó a un lado de mí.

Dejó su vaso en la mesita a un lado del sofá. Tomó de nuevo mis manos, y comenzó lo que no solo iba a cambiar por completo mi vida, sino que también me ayudaría a sanar, la que ya tenía.

—Lenna, tú eres, para tu tío y para mí, como la hija que nunca hemos tenido. Por eso, intentamos lo mejor que pudimos, ocultarte algunas cosas que podrían afectarte y que la verdad, no era necesario que supieras, incluso habrá algunas cosas que seguiré sin decirte. —Su voz no dejó lugar a la discusión—. Tu tío Luca, es, era, un hombre muy, en extremo poderoso y peligroso, no llegó a ser así, sin ensuciarse las manos primero, lo que provocó muchos enemigos. Como seguro has notado, inteligente y afortunado en las finanzas —asentí, porque era obvio.




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