Fatum

CAPÍTULO VEINTIDÓS - Soliloquio

Beep… Beep… Beep…

El sonido de la alarma me despertó. Abrí los ojos y la luz me encandiló, así que los cerré de prisa. Me tomé un momento para abrirlos de nuevo.

Un desconocido y a la vez familiar techo blanco me saludó. Desplacé mis ojos hacia un movimiento a la derecha que me llamó la atención. Unas delgadas cortinas blancas se movían por el empuje del viento.

Recorrí mis ojos por la habitación. Paredes blancas, maquinas extrañas, —¡oh! De ahí venia el sonido— estaba en la habitación de algún hospital.

De mi lado izquierdo pude ver una puerta entre abierta. Un sofá. En él estaba Kirill dormido, con los brazos cruzados y las piernas abiertas.

A un lado, de pie, estaba Ivan. Sus ojos vieron directo a los míos.

Fruncí el ceño en confusión, y los eventos pasados llegaron a mi mente mientras los ojos incorrectos me veían con intensidad.

Ojos azul hielo.

Se habían ido. Y jamás volvería a verlos.

Yo tenía un plan para sobrevivir. Luego lo conocí, y entonces, quería vivir.

Ahora no tengo un plan.

Ahora él no está.

No tengo nada.

—Aleksander —sollocé, las lágrimas inundando mis ojos, antes de ponerlos en blanco y dejar que la corriente de oscuridad me llevara, quedando inconsciente de nuevo.

Gracias por las pequeñas bendiciones y eso.

 

00000000000000000000000000000000000000000000000000000

 

Me instalaron en mi habitación en casa de la tía Eleanor. Muchas personas entraban y salían. Algunas no duraban mucho porque se desesperaban o frustraban de solo hablar y no recibir respuesta.

Navidad y año nuevo pasaron sin conmemoración, para mí. Solo me enteré de esos días, cuando mi madre, mi tía y mi hermana entraron a la habitación y lo dijeron.

La mayoría del tiempo, ignoraba a todos los que entraban, no era a propósito. Mi mente se disociaba hasta que se marchaban.

Pero algunas veces escuchaba, aunque no lograba poner atención a todo lo que hablaban, y otras veces incluso hablando frente a mí, sus voces se escuchaban lejanas.

Nunca respondía.

Yo solo me quedaba sentada en un sofá, viendo por la ventana. En realidad, no veía nada. Solo estaba ahí, sentada.

El cielo ha estado nublado todos estos días, como si sintiera mi dolor, y entonces, llovía.

Mi madre vino, me contó que Frank había muerto. La ignoré. Siempre lo hacía, pero ella seguía hablando, pidiendo perdón, diciendo cuanto lo siente.

Es curioso como siempre pensé en lo inimaginable para mi progenitor, pero no me sentía feliz de que estuviera muerto, no sentía remordimiento de haber cometido un asesinato, no sentía nada.

Estaba partida, desgarrada.

Vacía, estaba tan... vacía.

Lo único que percibía, era un dolor en el pecho, como si me aplastara una aplanadora.

Estaba viva, pero ya no sentía latir mi corazón.

Ya no había latido.

Mi tía entraba a la habitación, a veces molesta por no lograr hacerme reaccionar, o frustrada diciéndome que el silencio solo me estaba dañando, otras veces me prometía una y otra vez que algún día volvería a reír.

Ella lo sufrió. Sabe lo que se siente perder a tu todo.

Pero ella no lo entendía.

Yo me quedaba quieta, en silencio, ajena a todos y a todo, porque solo quería recordar cada momento que estuve a su lado, volver a escuchar sus resoplidos, sus carcajadas, sentir uno solo de sus besos.

Me concentraba en imaginar sus brazos a mi alrededor, sintiéndome a salvo.

Un día, Tatiana, acompañada de Kirill e Ivan, vinieron. Tatiana lloró y agradeció. No sé qué agradecía. Él estaba muerto. También me hablaron del funeral. Del entierro. Pero no escuche de eso. Tenía que decirle algo importante a Ivan. Pero no podía recordar que. Estaba consciente que parecía una mala amiga, una mala persona, concentrada solo en mí. Quizás lo era.

No me importaba.

En algún momento, Ainsley se sentó junto a mí. No preguntó, no se quejó o lloró, solo se quedó en silencio, junto a mí.

Eso fue de algún modo reconfortante.

Otro día, mi tía trajo doctores, tuve una crisis cuando intentaron tocarme. Cuando regresó sola, escuché un pedazo de su conversación unilateral.

—De todas las personas, Aleksander Ivankov, nunca lo hubiera imaginado, se siente como el destino. Sabes, yo conocí a su padre, fue antes de que Aleksander naciera claro, y antes de que Artem se casara la primera vez. Fue en esta ciudad. Él era un buen hombre, un buen hombre a pesar de su oficio, yo conocí a Luca después y no hubo nadie más para mí, pero Artem Ivankov siempre fue un buen amigo, incluso esta ciudad se volvió territorio neutral entre Luca y el, aun cuando Artem estableció su residencia aquí. Fue curioso como ellos, bueno, no se volvieron amigos, pero si había una paz no escrita entre ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.