Fatum

CAPÍTULO VEINTITRÉS - Consuelo

UN MES DESPUÉS

Su coqueta sonrisa elevada, adornaba su hermoso rostro. Sus ojos azul hielo me sonreían, con tanto, tanto amor.

—Moya Luna —susurraba.

—Aleksander —respondí, igual que cada vez.

—Es hora nena.

—No quiero —el resopló. Ya tenía tiempo preparándome, instándome que, cuando llegara el momento tendría que hacerlo. Pero no me sentía lista.

No quería decir adiós. Todavía no.

Ya no llores. Si eres fuerte vas a estar bien. Tienes que ser fuerte.

—No quiero ser fuerte sin ti, no sé cómo.

—Lo sabes ricitos, ya es hora. Debes ser fuerte, ¿de acuerdo?

Lo abracé, asintiendo. —Te amo Aleks.

Él sonrió. —Te ame primero.

 

Mis ojos se abrieron. Un rio de lágrimas estaba corriendo por ellos. Mi corazón latía frenético. Parpadeé un poco, y me limpié el lagrimeo con mi mano.

La luz de mediodía inundó la recamara. Mi cuerpo estaba dolorido por haberme quedado dormida, sentada en el sillón.

Mi tía entró con fuerza, mi madre y Ainsley detrás de ella.

—Suficiente Lenna, ha sido suficiente. —Se puso de pie frente a mí, ella estaba enfurecida—. Puedes llorar todo lo que quieras después de que te hayas alimentado, no dejaré que te desvanezcas, ¿me oyes?

Moví mi cabeza admitiendo. —Si, quiero comer—. Mi voz ronca y entrecortada por no hablar en un tiempo le respondió.

Mi madre jadeó y mi tía abrió los ojos sorprendida, Ainsley atónita, se cubrió la boca con sus manos. Mi madre comenzó a sollozar, y los ojos de mi tía se llenaron de lágrimas.

—Bien —carraspeó, su voz ablandándose—, de acuerdo, te daremos de comer, hay… ¿hay algo que quieras comer cariño?

—Lo que sea estará bien tía —pausé—, excepto tocino y huevos.

Asintió en comprensión, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. —Bien, bien, te traeré algo de inmediato. —Se dirigió a la puerta.

—¡Te ayudare tía Eleanor! —exclamó Ainsley y se fue detrás de ella.

—Lenny, ¿te gustaría un baño mientras traen el desayuno? —mi madre preguntó, con su voz entrecortada.

Asentí.  Vi a mi madre ansiosa, y recordé lo que ella necesitaba.

—Madre, crees que, ¿podrías buscarme un poco de ropa para cuando salga de la ducha?

Sus ojos brillaron, y asintió con efusividad. —Si, si lo haré. La tendré lista.

Me dirigí al baño, algo mareada, supongo es por la debilidad de mi cuerpo. Aunque me vi forzada varias veces a comer algún bocado, en realidad no he comido lo adecuado, en mucho tiempo.

Mientras me duchaba y luchaba con los nudos en mi cabello, observé la delgadez enfermiza de mi cuerpo, mis pechos me dolían, al igual que los músculos, y los círculos en mis ojos estaban más allá de negros. Me veía enferma.

Seré fuerte. Poco a poco.

Momentos después, ya duchada y vestida, me encontraba sentada en el balcón, cuando mi tía, mi madre y mi hermana volvieron a entrar. Si pudiera sonreír lo habría hecho en ese momento por la repetición del evento.

Pusieron un plato con un sándwich y un cappuccino en la mesa frente a mí.

Aleksander en su cocina. Un sándwich. Un cappuccino.

Las lágrimas corrieron en mi mejilla. Todavía tenía el dolor en carne viva, pero estas lagrimas eran por el recuerdo, por el anhelo, un pequeño desliz de una compuerta sellada.

Una cápita de oscuridad se alejó de mi corazón.

—Lenna, cariño, ¿estas…? —Mi tía volteó a ver a mi madre y regresó a verme a mí. —¿Quieres comer otra cosa?

Negué con la cabeza a su pregunta. Me pareció un poco poético, que esta fuera la comida que rompiera mi ayuno. Con las lágrimas corriendo por mis mejillas, mordí mi sándwich. Estaba delicioso. Si tuviera salsa picante estaría mejor.

—Él siempre estaba buscando como alimentarme —dije, con la voz todavía ronca—, el primer almuerzo que me dio, después de curar mis heridas, fue un sándwich y un cappuccino, —le di otra pequeña mordida al sándwich.

Todas se quedaron en silencio mientras terminaba la comida. Voltee a verlas, y Ainsley rompió el incomodo silencio cuando empezó a parlotear sobre una nueva escuela a donde iría, intenté poner atención o fingir que ponía atención asintiendo de vez en cuando.

Un mareo acompañado de nauseas me llegó, me levanté para ir al baño, porque las ganas de vomitar se intensificaron, pero el mareo aumentó. Sentí mis ojos girar hacia atrás mientras caía al suelo.

Después, nada.

 

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El murmullo de unas voces, me sacó de la inconciencia. Un seco sentido del humor me recordó, que he pasado demasiado por este tipo de situación.




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