Fatum

EPÍLOGO

TRES MESES DESPUÉS

Hace unos meses, yo tenía un plan a punto de culminar, después de estarlo preparando durante cinco años. Ese plan tenía toda clase de respaldos en contra de cualquier fisura. Pero nunca se previno para todo lo que ocurrió el año pasado. Para que, él llegara a mi vida.

Para encontrarnos.

Y nunca me hubiese imagino que esta alternativa en la que hoy estoy viviendo, hubiera podido pasar.

Pero esa es la belleza de la condición humana, siempre abierta a miles y miles de posibilidades.

Tenía un plan para sobrevivir.

Pero él hizo que tuviera ganas de vivir.

Él se fue, y me quedé sin nada.

Pero descubrí, que ahora tengo algo más fuerte por lo que luchar.

Tenía trece años cuando decidí pelear por mí, pero hoy, rendirme ya no es una opción. Algunas personas no necesitan nada que los encadene a la vida. Yo soy de las que necesitan algo que los motive a seguir viviendo.

Cada quien lo suyo.

No me fui de la ciudad. Ahora tenía nuevos planes, pero no incluían irme. Quizás de la casa de la tía Eleanor. 

Continué con los estudios, pero en línea. Mi relación con mi hermana ha mejorado mucho. Con mi madre, bueno, esa es otra historia.

Nadie sabe lo que pasó el día que Frank murió. No con exactitud, excepto, sospecho, mi tía Eleanor, aunque ella jamás ha mencionado algo al respecto.

Hace un mes, retomé mi amistad con Tatiana, no nos hemos visto, pero este fin de semana, por fin lo haremos.

El clima agradable de abril se sentía por toda la ciudad. Había estado lloviendo por días y hoy el cielo estaba despejado y el cálido sol acariciaba mi rostro. Así que aproveché para hacer esto. Hoy estoy en una misión.

No puedo decir adiós, pero lo necesitaba. Venir a este lugar.

El viento peinaba mis rizos mientras caminaba y movía mi vestido floreado. Llevaba un saco puesto, porque en cualquier momento empezaría el atardecer y el aire se enfriaría.

De mi hombro, colgaba una mochila, con dos sándwiches, un jugo de naranja y un, obvio, KitKat dentro de ella. Desde hace un par de semanas, me era más difícil vivir sin esos chocolates.

Al fin llegué. Me detuve un momento para observar el lugar. Puse mi palma sobre el muro de roca blanca.

Con todo lo que soy.

Me pregunté por un segundo, si estaría vacío, si pudiera entrar.

<<No te he olvidado, no creo que alguna vez lo haga>>.

Deposité un cojín en el suelo. Detrás del muro estaba la mejor vista, por el árbol que se servía de respaldo, pero en este lugar también se estaba muy bien. Estaba por sentarme, cuando el sonido de un auto acercándose me frenó. Moví mi brazo detrás de mi espalda, apretando el metal que se escondía ahí.

El auto se estacionó frente a mí. Cuando una puerta de la parte trasera se abrió, unos zapatos altos de suela roja aparecieron a la vista.

Una hermosa mujer, con un traje sastre negro de falda y saco, salió. La coleta alta de su cabello negro intenso y lacio, se mecía con su andar. Caminó hasta ponerse unos pasos frente a mí. Se quitó las gafas de sol oscuras que cubrían sus ojos y contuve el aliento.

Unos ojos azul hielo me devolvieron la mirada.

No la exacta tonalidad, tampoco tenían la misma forma, pero aun así, eran tan familiares.

La sorpresa y la amarga emoción no se pudieron contener dentro de mi ante esta extraña. Y algo debió conmoverla, porque observé que sus ojos se ablandaron un poco.

—¿Lenna Andrews? —preguntó.

—¿Eres la hermana de Aleksander? —sonrió sorprendida por mi pregunta, y asintió. La ligera amabilidad en su rostro no ocultaba algo calculador, frio y poderoso en ella.

—Soy Yekaterina Ivankov, he estado buscándote, parece que sabes cómo pasar inadvertida.

Me quedé en silencio. Es una Ivankov, era innecesario preguntarle como me había encontrado. Hermana o no, no la conocía. Mi mano volvió a apretar el metal.

—¿Podemos hablar? —su voz no pareció preguntar.

—Lo estamos haciendo —respondí.

—En un lugar más, ¿privado?

Ni loca. —No te conozco, por favor, di lo que tengas que decir y vete.

Mostró una sonrisa amplia. —Me gustas Lenna Andrews, así que haré esto lo más breve posible —movió su mano, alisando la inexistente arruga de su falda—. Aleksander te dejó en su testamento, te he buscado para entregarte…

—No necesito dinero —la interrumpí.

Ella sonrió divertida, negando con su cabeza, después su rostro se transformó. Poder y dominación se instalaron tan fuerte que podía jurar sentirlos en el aire. No cabía duda alguna que era la hermana de Aleksander. El poder de los Ivankov.

—La última voluntad de mi hermano —terminó su comentario interrumpido.




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