El aire denso y cargado de un tenue olor a metal oxidado y polvo centenario se filtraba por los conductos de ventilación inactivos del antiguo laboratorio. Aunque la superficie de Nueva Tierra florecía bajo un sol benigno, este búnker subterráneo conservaba la atmósfera claustrofóbica de una era de incertidumbre. Largas mesas de metal, cubiertas de instrumentos desvencijados y consolas con pantallas opacas, llevaban etiquetas descoloridas que atestiguaban su origen: "Proyecto Éxodo - Nave Arca Unidad 3", "Sistemas de Comunicación - Módulo Alfa". Para la mayoría de los colonos, este laboratorio era un vestigio arqueológico, una curiosidad histórica. Para Gavriel, era un santuario de recuerdos.
Sus movimientos lentos y deliberados guiaban a sus sobrinos a través del laberinto de equipos olvidados. Kael, con la vivacidad de sus diecisiete años reflejada en sus ojos inquisitivos, tocaba con curiosidad las superficies frías de los aparatos, como si esperara que volvieran a la vida con su contacto. Lía, dos años menor y de una naturaleza más contemplativa, seguía a su tío con una atención silenciosa, su mirada absorbiendo cada detalle del entorno, desde los cables enmarañados hasta los diagramas descoloridos pegados en las paredes.
—¿De verdad pasabas tiempo aquí, tío Gavriel? —preguntó Kael, su voz resonando ligeramente en el espacio cerrado.
Gavriel asintió, sin apartar la vista de un panel de comunicaciones particularmente complejo, su superficie cubierta de una fina capa de polvo.
—En los primeros años después de la llegada. Cuando aún estábamos aprendiendo a escuchar la voz de este nuevo mundo. Este lugar era crucial. Aquí intentábamos comunicarnos, enviar mensajes de esperanza a los que quedaron atrás, aunque la mayoría de las veces solo encontrábamos silencio.
Kael se acercó a una consola con un teclado lleno de teclas borrosas. Sin poder resistir la tentación, extendió la mano para presionar una.
—Kael, espera —advirtió Lía, pero la curiosidad de su hermano siempre ganaba la partida.
Un gemido eléctrico, débil pero persistente, emanó de la consola. Una luz parpadeante luchó por abrirse paso a través del polvo acumulado en la pantalla. Y entonces, una voz quebrada, distorsionada por el tiempo y la distancia, llenó el laboratorio:
—"...Encontramos Arcadia… Encontramos Arcadia…"
Los tres se quedaron inmóviles, la sorpresa grabada en sus rostros.
—¿Qué demonios...? —susurró Kael, con una mezcla de asombro y nerviosismo.
Antes de que Gavriel pudiera reaccionar, Kael presionó otra tecla. La voz se calló, la luz parpadeó erráticamente y la consola volvió a un silencio sepulcral.
Gavriel se acercó al terminal inerte, sus ojos examinando la pantalla oscura. Pasó una mano temblorosa sobre la superficie, sintiendo la frialdad del metal muerto.
—¿Te das cuenta de lo que has hecho, Kael? —preguntó, su tono más de resignación que de enojo.
Kael bajó la cabeza, su entusiasmo inicial desvaneciéndose bajo la mirada de su tío.
—Lo siento, tío. Solo quería ver si aún funcionaba.
Lía se acercó con cautela.
—¿Qué era Arcadia, tío Gavriel? ¿Un lugar?
El anciano suspiró, como si cargara con el peso de recuerdos olvidados.
—Arcadia… fue el nombre que el capitán de una nave le dio a un planeta.
—¿Qué capitán? —inquirió Kael, su curiosidad resurgiendo.
—Ustedes conocen la historia de la Éxodo 3, ¿verdad? Cómo llegamos a Velaris, a Nueva Tierra.
Ambos asintieron. Era una historia fundamental, el relato de su viaje a través de las estrellas.
—Antes de las grandes arcas, hubo otros intentos. La Odysseus fue una de ellas. Enviada a Velaris, a este mismo planeta, mucho antes de que las naves Éxodo surcaran el espacio. Era una misión de reconocimiento, la esperanza de encontrar un hogar antes del gran éxodo. Si fallaba… las consecuencias habrían sido inimaginables.
—¿Entonces...? —comenzó Lía, su ceño fruncido por la confusión—. ¿La Odysseus también encontró… Arcadia?
Gavriel negó lentamente con la cabeza.
—Sí… a lo primero, Kael. Velaris… el planeta al que la Odysseus fue enviada… este mismo mundo bajo nuestros pies. Aunque… Arcadia es otra historia.
Sin decir más, Gavriel se dirigió a una sección apartada del laboratorio, oculta tras una cortina de lona raída. La apartó con cuidado, revelando una vieja estantería metálica donde descansaba una caja polvorienta. De su interior, extrajo una terminal portátil antigua, su carcasa llena de rasguños y su pantalla opaca.
Con una reverencia silenciosa, como si sostuviera un objeto sagrado, Gavriel ingresó un código en el teclado desgastado. La pantalla parpadeó, y una línea de texto verde temblorosa apareció:
BITÁCORA DEL ODYSSEUS
Kael y Lía contuvieron el aliento, sus ojos fijos en las palabras que brillaban débilmente en la oscuridad del laboratorio.
—¿Listos para escuchar una historia olvidada? —preguntó Gavriel, una sombra de una sonrisa nostálgica curvando sus labios.
Y en ese laboratorio silencioso, bajo la mirada de equipos ancestrales, el pasado comenzó a desvelar sus secretos.