El tenue murmullo eléctrico del viejo terminal parecía aferrarse al aire del laboratorio, un eco persistente del mensaje críptico que acababa de romper el silencio. Kael y Lía permanecían casi inmóviles, sus miradas fijas en la figura de su tío. Gavriel, con una lentitud deliberada que contrastaba con la sorpresa fingida de hace unos instantes, se había vuelto a sentar frente a la consola. Sus manos, curtidas por el tiempo, descansaban sobre el teclado gastado, como si estuviera a punto de tocar un instrumento olvidado.
Un silencio incómodo se extendió entre los tres. Kael fue el primero en romperlo, su voz aún teñida de la sorpresa inicial.
—Ese mensaje… lo sabías, ¿verdad? Ya lo habías escuchado antes.
Lía asintió lentamente, sus ojos oscuros escrutando el rostro de su tío en busca de respuestas. Había algo en la manera en que Gavriel había reaccionado, una calma casi ensayada, que contradecía la sorpresa genuina. No había malicia en su engaño, lo sentían ambos, pero sí una capa de misterio, una sensación de que el anciano cargaba con un peso invisible.
Gavriel soltó una pequeña risa seca, sin apartar la vista del terminal. Por primera vez desde que habían llegado al laboratorio, su rostro se relajó ligeramente, despojándose de la máscara de solemnidad.
—Claro que lo sabía, mocosos curiosos. Llevo años viniendo aquí. Este viejo cacharro es como un viejo amigo testarudo. A veces habla cuando menos lo esperas. Los estaba poniendo a prueba. Quería ver si estaban prestando atención.
Lía esbozó una pequeña sonrisa. Había un alivio inesperado en la admisión de su tío. Gavriel no era solo un guardián del pasado, una figura venerable y distante; también compartía su humor, aunque fuera a veces enigmático.
El terminal parpadeó de nuevo, la tenue luz verde danzando sobre los rostros expectantes. Gavriel se enderezó en su silla, su expresión volviendo a un semblante serio y concentrado. Sus dedos comenzaron a moverse sobre el teclado con una precisión casi automática, ingresando códigos arcanos, secuencias de caracteres que parecían grabadas en lo más profundo de su memoria. El sistema respondió con lentitud, cada instrucción ejecutándose con el esfuerzo de un gigante dormido que se estira.
—¿Qué estás haciendo ahora, tío? —preguntó Kael, acercándose un paso, fascinado por la danza de los dedos de Gavriel.
—Hay más, Kael. Siempre hay más en las profundidades del pasado. Solo hay que saber dónde buscar y cómo preguntar.
Un zumbido grave emanó del terminal, llenando el aire con una vibración sutil. En la pantalla, un bloque de caracteres incomprensibles comenzó a aparecer, una maraña de letras, números y símbolos aparentemente aleatorios, como un idioma olvidado escrito por una inteligencia alienígena.
—Parece un error —comentó Lía, inclinándose para observar la pantalla con mayor atención. La complejidad del código era abrumadora.
—No —respondió Gavriel, su mirada fija en el flujo constante de símbolos—. Es un mensaje encriptado. Una forma de ocultar información importante… o peligrosa.
Kael y Lía intercambiaron una mirada cargada de intriga y una punzada de aprehensión. Las líneas seguían apareciendo lentamente, cada carácter revelándose con una paciencia exasperante, como si el sistema estuviera extrayendo una memoria muy antigua y fragmentada.
—¿Y qué dice? ¿Qué significa todo eso? —preguntó Kael, su impaciencia juvenil luchando contra la necesidad de esperar.
Gavriel no respondió de inmediato. Sus dedos continuaron tecleando comandos en una sección diferente del teclado, su concentración absoluta. El lenguaje de una tecnología que había impulsado naves a través del vacío interestelar fluía de sus manos con una fluidez sorprendente.
—Vamos, tío… no nos dejes así —insistió Kael, su voz teñida de impaciencia creciente.
—Paciencia, Kael —susurró Gavriel, sin apartar la vista de la pantalla, su rostro iluminado por el brillo verdoso del terminal—. Algunas puertas solo se abren con la llave correcta… y con el tiempo suficiente.
Un último código, una confirmación silenciosa, y el bloque de caracteres encriptados comenzó a transformarse, descifrándose ante sus ojos como un pergamino antiguo revelando sus secretos. El sistema emitió un leve pitido agudo, una señal de validación. Luego, línea por línea, un texto más claro y conciso comenzó a aparecer:
PRECAUCIÓN: PLANETA VELARIS ENCONTRADO SEGÚN PROTOCOLO SCOUT-01. NO ES COMO SE PENSABA.
Kael frunció el ceño, tratando de asimilar el significado del mensaje.
—¿Qué es el protocolo SCOUT-01? ¿Qué significa eso de "no es como se pensaba"?
—Cuando una sonda exploratoria encuentra el destino esperado —explicó Gavriel, finalmente apartando la vista del monitor para mirar a sus sobrinos—, debe emitir un mensaje de confirmación utilizando ese protocolo. Es una formalidad, una manera de decir: "Llegamos bien". Pero si ese mensaje se envía encriptado… eso cambia todo. Significa que el hallazgo es significativo, que hay algo que no es ordinario… y posiblemente peligroso. No necesariamente las buenas noticias que esperábamos.
Lía retrocedió un paso instintivamente, como si las palabras de su tío tuvieran un peso físico, creando una atmósfera palpable de incertidumbre y temor.
—¿Y quién envió esto, tío Gavriel? ¿Quién estaba a bordo de esa sonda?
—El Odysseus —respondió Gavriel, su voz ahora cargada de una gravedad sombría—. La pequeña nave de reconocimiento que fue enviada a Velaris mucho antes de que las grandes arcas del Éxodo… bueno, no mucho antes. Las Fatum y las naves Éxodo se lanzaron casi al mismo tiempo. Las Fatum, más rápidas, debían verificar que Velaris fuera seguro antes de que las arcas llegaran. La Odysseus era parte de ese primer barrido, enviada para un reconocimiento inicial. Su misión era crucial; eran nuestros ojos y oídos adelantados.
—¿Entonces Velaris no era el planeta que esperábamos? —preguntó Kael, su mente luchando por reconciliar la historia que conocía con esta nueva información. La idea de que el planeta que ahora habitaban pudiera haber sido considerado peligroso era inquietante.