Fatum Velaris: Even in Arcadia

Capitulo 5 - Un Instante Robado

El capitan Auren abandonó el puente con una determinación silenciosa, su mente enfocada en encontrar a Anika. No sabía exactamente qué quería decirle, pero la imagen de su rostro, marcado por la tristeza al salir, lo había impulsado a dejar de lado sus responsabilidades por un momento. Recorrió los pasillos con paso firme, su mirada escaneando cada rincón, cada grupo de tripulantes reunidos.

Finalmente, la encontró. Estaba de vuelta en la sección de observación, de pie junto a la gran ventana, contemplando la danza etérea de una nueva nebulosa que acababa de aparecer en sus pantallas. Estaba sola, su espalda ligeramente encorvada, como si cargara un peso invisible.
Klaus se acercó lentamente, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de la nave. Se detuvo a unos metros de ella, observando su perfil en la suave luz que emanaba del espectáculo cósmico. Había una vulnerabilidad en su postura que nunca antes había notado, una fragilidad que le tocó una fibra sensible en lo más profundo de su ser.

Anika pareció sentir su presencia sin verlo. Lentamente, giró la cabeza, y sus ojos se encontraron con los de él. Por un instante, hubo un silencio suspendido en el aire, un momento cargado de una electricidad sutil que ninguno de los dos supo identificar de inmediato. La tristeza en los ojos de Anika aún era visible, pero había algo más, una sorpresa silenciosa al verlo allí.

Klaus no supo qué decir. Las palabras que había pensado en el camino se desvanecieron, reemplazadas por una sensación extraña, casi desconocida. Simplemente la miró, y en ese instante, el vasto espacio que los rodeaba pareció encogerse, concentrándose únicamente en la conexión silenciosa entre ellos.
Anika dio un pequeño paso, acercándose un poco más. La luz de la nebulosa pintaba reflejos cambiantes en su rostro, resaltando la suave curva de sus labios, el brillo húmedo en sus ojos. Klaus sintió una punzada en el pecho, una sensación cálida y desconocida que lo desarmó por completo.

Sin que ninguno de los dos fuera consciente del movimiento, Klaus levantó una mano, dudando por un instante antes de rozar suavemente la mejilla de Anika con el dorso de sus dedos. Fue un contacto ligero, casi una caricia fugaz, pero la chispa que encendió fue innegable. La piel de Anika era suave bajo su tacto, y una corriente eléctrica recorrió su propio brazo.

La sorpresa en el rostro de Anika se intensificó, sus ojos se abrieron ligeramente. No se apartó, sino que se inclinó imperceptiblemente hacia el contacto. En ese breve instante, el tiempo pareció detenerse. El ruido de la nave, la inmensidad del espacio, todo desapareció, dejando solo la conexión palpable entre ellos.

Klaus retiró su mano lentamente, sintiendo un calor persistente en la yema de sus dedos. Ambos se miraron, con una mezcla de sorpresa, confusión y algo más profundo que ninguno de los dos podía nombrar todavía. Había una pregunta silenciosa en sus ojos, una curiosidad recién despertada que rompía la barrera profesional que siempre los había mantenido separados.

El silencio se prolongó, cargado de una tensión dulce e inesperada. Ninguno de los dos habló, pero en esa mirada compartida, en ese roce fugaz, algo había cambiado irrevocablemente. El universo entero pareció contener la respiración, a la espera de lo que sucedería a continuación.

El silencio entre ellos se extendió, denso y cargado de una electricidad recién descubierta. Finalmente, Klaus carraspeó suavemente, apartando brevemente la mirada de los ojos de Anika para luego volver a encontrarlos, como si buscara en ellos las palabras que no lograba encontrar en su mente.

—Anika… yo… eh… —comenzó, su voz más áspera de lo habitual. Se humedeció los labios, un gesto nervioso que Anika nunca había presenciado en él. El Capitán Klaus Auren, siempre dueño de cada palabra, parecía ahora extraviado en un territorio desconocido.

—Yo solo… quería… asegurarme de que… usted estuviera bien —continuó, con una torpeza que contrastaba enormemente con su habitual compostura. Sus manos se movieron ligeramente a sus costados, indecisas. Anika lo observaba con una intensidad silenciosa, su confusión mezclándose con una emoción incipiente que no podía identificar. La sorpresa en sus ojos se había profundizado, teñida de una ternura involuntaria al ver al hombre que siempre se había mostrado como una roca, ahora visiblemente perturbado.

Klaus tragó saliva, luchando por ordenar sus pensamientos. —Después de… lo de Greta… y luego… en el puente… sentí… que… quizás… yo no… fui… el más… considerado. —Cada frase parecía costarle un esfuerzo palpable, como si estuviera navegando por un campo minado de emociones inexploradas. Su mirada se perdía por momentos en el rostro de Anika, deteniéndose en sus ojos, en sus labios, antes de volver a divagar, presa de una turbación evidente.

—Y… yo… solo… quería… que supiera… que… su… bienestar… es… importante para… la nave… y para… mí —añadió, la última frase casi un susurro, como si se hubiera escapado sin permiso. Su rostro se había sonrojado ligeramente, un rubor sutil que lo hacía parecer aún más vulnerable e inusual.

Anika lo escuchaba con una paciencia infinita, su mente luchando por procesar la escena. Las palabras de Klaus eran un laberinto de frases inconexas, pero la sinceridad que emanaba de su nerviosismo era innegable. Nunca lo había visto así, titubeante, casi inseguro. El contraste con su autoridad habitual era tan marcado que despertó en ella una oleada de sentimientos complejos. No entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero la forma en que Klaus la miraba, la torpeza de sus palabras, el ligero temblor en sus manos… todo hablaba de algo más allá de la mera preocupación profesional.

Una punzada cálida, desconocida hasta ese momento con respecto a Klaus, comenzó a florecer en su pecho. Era una mezcla de sorpresa, sí, pero también de una incipiente comprensión y una emoción suave que se asemejaba peligrosamente al amor. Sus labios se entreabrieron ligeramente, pero no emitió sonido alguno, manteniendo sus ojos fijos en los de Klaus, esperando, casi expectante, a que él encontrara el camino de salida de su propio laberinto de palabras.




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